
Integra el grupo de los grandes fotorreporteros cubanos. Su labor de años fue reconocida con el Premio Nacional de Artes Plásticas correspondiente a 1996, que por primera vez distinguía a un fotógrafo. Antes, en 1988, recibió la Orden Félix Varela, la más alta condecoración del Estado cubano en la esfera de la cultura. Más tarde, en 2005, el Instituto Superior de Arte le otorgaría un doctorado honoris causa.
La crítica resalta el tono poético de su obra, el poder de síntesis, la capacidad para mostrar los detalles y el tratamiento escultórico de la luz, sin que se pierda en las imágenes el sentido del mensaje directo, una manera de ver la vida y enaltecer al ser humano. Una de sus fotos –«El sueño», 1959- está considerada una de las cien mejores de toda la historia de la fotografía.
Pero más allá de fotos aisladas, Raúl Corrales testimonió y documentó gráficamente los años iniciales de la Revolución. No hay acontecimiento trascendental de ese periodo que él no capturara con la lente. Así sucede entre 1959 y 1964, etapa en la que figura en los equipos fotográficos del periódico Revolución y de la revista Cuba.
En esa última fecha, sin embargo, Corrales decide abandonar la prensa gráfica. Aun cuando otras tareas lo reclamaron, ciertamente, no deja de ser significativo su alejamiento. Casual o no, coincidió con el inicio de la decadencia de la fotografía en los medios cubanos.
Si hasta ese momento la fotografía había sido la imagen misma de la Revolución y su vehículo más eficaz de difusión, con fotos a gran tamaño y fotorreportajes de autor, comenzó a replegarse entonces entre las tomas de actividades con su consabida tríada tribuna-orador-público. Mientras la reducción de publicaciones y páginas y la mala calidad del papel y la escasez de materiales, hacían el resto.
Antes, en la revista Carteles desplegó una labor fotorreporteril también muy destacada. Junto con Oscar Pino Santos como redactor, llegó a los lugares más inimaginables de la geografía cubana para develar el modo en que vivían y morían los campesinos en las montañas, los carboneros en las ciénagas, los cortadores de caña y los mineros… Reportajes que constituyeron verdaderas denuncias y un llamado a la conciencia. «Cuando se acabe la miseria en Cuba te vas a morir de hambre», dijo Alberto Korda un dia a Raúl Corrales.
Previo a su inicio en la fotografía se vio obligado a asumir las ocupaciones más modestas: vendedor de periódicos y frutas, limpiabotas y mozo de limpieza, valet de Jorge Negrete durante sus presentaciones del mexicano en Cuba. Pudo reunir lo suficiente para adquirir una camarita de 127 milímetros. Con ella tomaba imágenes, pero no todas las imprimía. Se contentaba con mirar los negativos a través de un vidrio de aumento colocado delante de una lamparita. Corría el año de 1944 cuando consiguió empleo en la Cuba Sono Films y se hizo fotógrafo profesional.
Lejos están aquellos tiempos en que Raúl Corrales, armado de una cámara Speed Graphis 4×5 y un maletín lleno de chasis y bombillos, recorría La Habana en busca de la noticia. Lleno siempre de ideas y proyectos, no dejó nunca de «inventar» fotos, aunque a veces no las tomara. Al morir en Cojímar, el 15 de abril de 2006, dejó un archivo de miles de negativos sin imprimir, varios libros publicados y un bien consolidado prestigio dentro y fuera de la Isla.
Una revista como esta
Raúl Corrales nació en Ciego de Ávila el 29 de enero de 1925, hizo ya cien años. Llevaba tiempo en La Habana cuando le avisaron de un empleo como mozo de limpieza en la empresa Cuba Sono Films, empresa del Partido Socialista Popular que ofrecía un servicio de fotografía y películas en actos políticos y sociales. Laboraban en ella Paco Altuna, José Tabío y dos fotógrafos de apellido Viñas, que mucho influyeron en él.
En una ocasión se presentó un servicio. El fotógrafo de guardia, que era Altuna, no estaba y Corrales se ofreció para «cubrirlo». Caminó media Habana con una cámara enorme y un maletín lleno de placas, chasis y bombillos. «Aquello me identificaba como fotógrafo ante los ojos de todos y yo me sentía el hombre más realizado de la tierra». Llegó a su destino, tomó la única foto que le pidieron y volvió sobre sus pasos. La reveló e imprimió. Así se hizo fotógrafo.
Luego del ataque al cuartel Moncada, Batista dispuso la clausura del periódico Hoy, donde Corrales había ido a laborar como fotógrafo tras pasar por la Cuba Sono Films. Allí formó pareja con Oscar Pino Santos, uno de los redactores del periódico, para realizar reportajes que proponían a Bohemia y que esa revista no siempre aceptaba.
La situación cambió cuando Miguel Ángel Quevedo, director-propietario de esa publicación, compró por dos millones de pesos la revista Carteles a Alfredo T. Quilez. El narrador Antonio Ortega, nuevo director, se llevó a Pino Santos y a Corrales como colaboradores fijos. Publicaban uno o dos reportajes en cada número de la revista, que era semanal, uno de ellos con seudónimo, y cada uno recibía 35 pesos por cada trabajo.
Corrales estaría en la fundación de la revista Cuba, que comenzó a aparecer con el nombre de INRA (Instituto Nacional de la Reforma Agraria). Una de las experiencias más interesantes del periodismo cubano posterior a 1959.
Su testimonio sobre el inicio de esa revista es ilustrador. Invitado a incorporarse como fotorreportero a una comitiva del gobierno, encabezada por Fidel Castro, visitó la Hacienda Cortina, en la provincia de Pinar del Río. Aquel predio tenía 1800 caballerías –más de 24 mil hectáreas- dedicadas al fomento de la ganadería vacuna y caballar, la siembra de tabaco y frutales y la extracción de resina de pino. Además de estar dotado de un aparato administrativo y comercial que aseguraba aquel emporio.
Por aquellos días la hacienda, propiedad del senador José Manuel Cortina –canciller en el primer gobierno del presidente Batista y delegado a la asamblea constituyente de 1940- había sido intervenida por el INRA. Fidel recorrió el lugar, estuvo en la casa de vivienda y otras instalaciones, admiró las valiosas colecciones de arte que atesoraba y, ya al final, alguien, seguramente el mayordomo, sugirió que el grupo se quedara a cenar. Se montó una mesa fastuosa. Fidel tomó asiento y quedó pensativo. De pronto dijo: «Vámonos». La jornada terminó para todos en medio de la noche, acomodados bajo los árboles, comiendo de los enlatados que llevaban.
Raúl Corrales y el geógrafo Antonio Núñez Jiménez, que ocupaba entonces una posición principal en el INRA, presentaron a Bohemia, todavía dirigida por Quevedo, el reportaje sobre la visita de Fidel a la finca. Pasaron dos, tres semanas y el material no aparecía publicado. Fidel llamó a los autores. Expresó: «Vamos a publicarlo y como Bohemia no lo publica, lo haremos en nuestra propia revista», Añadió: «Tienen 15 días para hacer una revista como esta», y entregó a Núñez Jiménez un ejemplar de la revista Life. Ese fue el origen de la revista Cuba.
De prisa por la vida
Con posterioridad Corrales estuvo en el núcleo fundador de la Academia de Ciencias hasta que pasó a trabajar en la Oficina de Asuntos Históricos de la Presidencia de la República. Fotocopió allí, durante 25 años, los papeles que contenían la historia reciente del país, los documentos de las figuras más importantes de la Revolución. «Se tuvo en mí una gran confianza y hoy puedo decir con orgullo que acometí ese trabajo con entusiasmo y total responsabilidad», manifestó en una ocasión.
Tomó fotografías casi hasta el momento de su muerte. Aparte de «El sueño» resaltan otros trabajos de Raúl Corrales como «Las botas del mayoral» (1955) y «La caballería» (1959). Esta última capta a un grupo de jinetes mientras entran a un latifundio norteamericano intervenido en virtud de la Ley de la Reforma Agraria. Resaltan asimismo las de «La banda de nuevo ritmo», captadas en las trincheras durante la crisis de los cohetes, de octubre de 1962.
Son ricas en plasticidad y expresividad las fotos de este artista dotado de gran instinto y sensibilidad para moverse «entre lo mítico y lo íntimo, lo heróico y lo lúdico, lo trágico y lo heroico».
Dice: «Lo artístico no reside en el objeto a retratar, sino en el ángulo, la composición y la luz que se escoja. La misión del fotógrafo es buscar precisamente la imagen no vista».
La estética de Corrales es bien simple.
Me confesó un día: «Yo nunca tengo la esperanza de lograr una buena imagen. Sé, y perdone la inmodestia, cuando voy a lograr una buena imagen. Ella sale porque yo la veo y si la veo es porque está ahí. La vi y apreté el obturador».
Inquirí entonces: «¿Cuánto de búsqueda y cuánto de casualidad hay en una buena fitografía?»
Su respuesta fue como un pistoletazo: «Yo no busco una buena fotografía. Yo veo una buena fotografía».
Añadió: «Si volviera a nacer, sería fotógrafo de nuevo. He andado siempre de prisa por la vida y así, elegí lo más rápido, captar imágenes».
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