Emilio Ballagas Cubeñas (Camagüey; 7 de noviembre de 1908 – La Habana; 11 de septiembre de 1954), poeta y ensayista cubano. Una de las voces fundamentales de la en el siglo XX. Su obra transitó por diversos estadios y tendencias, siempre con un rigor conceptual y formal que la distingue entre sus pariguales y la eleva a la categoría de un ejercicio estético de meditado rigor.
Poema de la jícara
A Mariano Brull
¡Qué rico sabor de jícara
gritar: «Jícara»!
¡Jícara blanca,
jícara negra!
Jícara
con agua fresca de pozo,
con agua fresca de cielo
profundo, umbrío y redondo.
Jícara con leche espesa
de trébol fragante —ubre—
con cuatro pétalos tibios.
Pero… no, no, no,
no quiero jícara blanca ni negra.
Sino su nombre tan sólo
—sabor de aire y de río—.
Jícara.
Y otra vez: «¡Jícara!».
Cuba, poesía
Cuba, lengua caliente,
estremecida dentro de ti misma.
Solicitada a un tiempo —ardor de sol y bravura de oleaje—
por el cielo y el mar.
Verde, magnífica entre azul y azul,
elevando a lo alto tus brazos de palmeras
que agitan las manos en el cielo
como en un rito de danza primitiva.
Me amamantó tu tierra
con la misma savia
que nutre a los plátanos y a los cañaverales
ondulantes, suaves, perezosos.
El jugo de esta caña
que corre en hilo dulce hasta mis labios
es el mismo que corre por mis venas
en el viaje asombroso de la sangre.
Dentro de mí responden espíritus atávicos
a la voz de tus cantos y al ritmo de tu rumba…
Se hacen para mis manos y para mi deleite
las huecas güiras en donde bailan las semillas secas.
Se hacen para mis manos y para mi deleite.
Para mí se hace el talle de la guitarra
esbelta como una mulata
que canta en la noche endulzada de estrellas
mientras le acariciamos con indolencia el vientre.
He sentido palpitar junto a mí
la carne mestiza;
han resbalado suavemente mis manos
sobre una piel del color del níspero
y el sol subió a una boca sensual
sólo para besarme.
Me sacude esta música palpitante y onduladora como el majá,
estremecida y voluptuosa como el oleaje de tus costas.
Esta fragancia del tabaco fresco va a cerrarme los ojos.
Y la sangre se agita dentro de mí
como el pañuelo rojo de la rumba.
Estos negros,
sus labios gruesos beben siempre un guarapo invisible.
A las bocas africanas asoma por los dientes
la blancura, la espuma ingenua de las almas.
Esta mulatería, garganta para que hablen y canten
los lejanos, los ancestrales mensajes
de nuestra alma recóndita.
Cuba, lengua caliente,
en el océano de tu sol nos bañamos.
Y soy tan plácido bajo tu sol
como un ligero pez dentro del agua…
Fui domando desde la niñez
el ardor de tu clima como a un potro bravío.
Ahora el potro bravío me lame las manos
y quiere amansarme en el vaivén cariñoso de la hamaca
mientras gozo el sabor del café perfumado,
mientras se pintan en el batey claro del cielo
los vuelos sosegados de las aves.
Cuba, lengua caliente,
estremecida dentro de ti misma:
ondulante de arroyos, lujuriosa de árboles,
ceñida de sol vivo.
Tu ron viril me baña.
Y tu música me acerca una llama
para mirarme arder en poesía.
Elegía de María Belén Chacón
María Belén, María Belén, María Belén.
María Belén Chacón, María Belén Chacón, María Belén Chacón,
con tus nalgas en vaivén,
de Camagüey a Santiago, de Santiago a Camagüey.
En el cielo de la rumba,
ya nunca habrá de alumbrar
tu constelación de curvas.
¿Qué ladrido te mordió el vértice del pulmón?
María Belén Chacón, María Belén Chacón…
¿Qué ladrido te mordió el vértice del pulmón?
Ni fue ladrido ni uña,
ni fue uña ni fue daño.
¡La plancha, de madrugada, fue quien te quemó el pulmón!
María Belén Chacón, María Belén Chacón…
Y luego, por la mañana,
con la ropa, en la canasta, se llevaron tu sandunga,
tu sandunga y tu pulmón.
¡Que no baile nadie ahora!
¡Que no le arranque más pulgas el negro Andrés
a su tres!
Y los chinos, que arman tánganas adentro de las maracas,
hagan un poco de paz.
Besar la cruz de las claves.
(¡Líbranos de todo mal, Virgen de la Caridá!)
Ya no veré mis instintos
en los espejos redondos y alegres de tus dos nalgas.
Tu constelación de curvas
ya no alumbrará jamás el cielo de la sandunga.
María Belén Chacón, María Belén Chacón.
María Belén, María Belén:
con tus nalgas en vaivén,
de Camagüey a Santiago…,
de Santiago a Camagüey.
Elegía sin nombre
But now I think there is no unreturn’d love, the pay
is certain one way or another.
(I loved a certain person ardently and my love was
not return’d.
Yet out of that I have writtenthese songs.).
Walt Whitman
«Mas, ¿qué importan a mi vida las playas del mundo?
Es ésta solamente quien clava mi memoria».
Luis Cernuda
Descalza arena y mar desnudo.
Mar desnudo, impaciente, mirándose en el cielo.
El cielo continuándose a sí mismo,
persiguiendo su azul sin encontrarlo
nunca definitivo, destilado.
Yo andaba por la arena demasiado ligero,
demasiado dios trémulo para mis soledades,
hijo del esperanto de todas las gargantas,
pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo.
Se hacían las gaviotas, se deshacían las nubes
y tornaban las olas a embestir a la orilla.
(Tanta batalla blanca de espumas desatadas
era para cuajar en una sola concha, sin imagen
de nieve ni sal pulida y dura.)
El viento henchía sus velas de un vigor invisible,
danzaba olvidadizo, despedido, encontrado
y tú eras tú.
Yo aún no te había visto.
Hijo de mi presente —fresco niño de olvido—
la sangre me traía noticias de las manos.
Sabía dividir la vida de mi cuerpo como el canto en estrofas:
cabeza libre, hombros,
pecho,
muslos y piernas estrenadas.
Por dentro me iba una tristeza de lejanas,
de extraviadas palomas,
de perdidas palabras más allá del silencio,
hechas de alas en polvo de mariposas
y de rosas cenizas ausentes de la noche…
Girasol en los sueños: aún no te había visto.
Imán. Clavel vivido en detenido gesto.
Tú no eras tú.
Yo andaba, andaba, andaba
en un andar en andas más frágil que yo mismo,
con una ingravidez transparente y dormida
suelto de mis recuerdos, con el ombligo al viento…
Mi sombra iba a mi lado sin pies para seguirme,
mi sombra se caía rota, inútil y magra;
como un pez sin espinas mi sombra iba a mi lado,
como un perro de sombras
tan pobre que ni un perro de sombras le ladraba.
¡Ya es mucho siempre siempre, ya es demasiado siempre,
mi lámpara de arcilla!
¡Ya es mucho parecerme a mis pálidas manos
y a mi frente clavada por un amor inmenso,
frutecido de nombres, sin identificarse
con la luz que recortan las cosas agriamente!
¡Ya es mucho unir los labios para que no se escape
y huya y se desvanezca
mi secreto de carne, mi secreto de lágrimas,
mi beso entrecortado!
Iba yo. Tú venías,
aunque tu cuerpo bello reposara tendido.
Tú avanzabas, amor, te empujaba el destino,
como empuja a las velas el titánico viento
de hombros estremecidos.
Te empujaban la vida, y la tierra, y la muerte
y unas manos que pueden más que nosotros mismos:
unas manos que pueden unirnos y arrancarnos
y frotar nuestros ojos con el zumo de anémonas…
La sal y el yodo eran; eran la sal y el alga;
eran, y nada más, yo te digo que eran
en el preciso instante de ser.
Porque antes de que el sol terminara su escena
y la noche moviera su tramoya de sombras,
te vi al fin frente a frente,
seda y acero cables nos tendió la mirada.
(Mis dedos sin moverse repasaban en sueños
tus cabellos endrinos.)
Así anduvimos luego uno al lado del otro,
y pude descubrir que era tu cuerpo alegre
una cosa que crece como una llamarada que desafía al viento,
mástil, columna, torre, en ritmo de estatura
y era la primavera inquieta de tu sangre
una música presa en tus quemadas carnes.
Luz de soles remotos,
perdidos en la noche morada de los siglos,
venía a acrisolarse en tus ojos oblicuos,
rasgados levemente,
con esa indiferencia que levanta las cejas.
Nadabas,
yo quería amarte con un pecho
parecido al del agua; que atravesaras ágil,
fugaz, sin fatigarte. Tenías y aún las tienes
las uñas ovaladas,
metal casi cristal en la garganta
que da su timbre fresco sin quebrarse.
Sé que ya la paz no es mía:
te trajeron las olas
que venían ¿de dónde? que son inquietas siempre;
que te vas ya por ellas o sobre las arenas,
que el viento te conduce
como a un árbol que crece con musicales hojas.
Sé que vives y alientas
con un alma distinta cada vez que respiras.
Y yo con mi alma única, invariable y segura,
con mi barbilla triste en la flor de las manos,
con un libro entreabierto sobre las piernas quietas,
te estoy queriendo más,
te estoy amando en sombras,
en una gran tristeza caída de las nubes,
en una gran tristeza de remos mutilados,
de carbón y cenizas sobre alas derrotadas…
Te he alimentado tanto de mi luz sin estrías
que ya no puedo más con tu belleza dentro,
que hiere mis entrañas y me rasga la carne
como anzuelo que hiere la mejilla por dentro.
Yo te doy a la vida entera del poema:
No me avergüenzo de mi gran fracaso,
que de este limo oscuro de lágrimas sin preces,
naces —dalia de aire— más desnuda que el mar,
más abierta que el cielo;
más eterna que ese destino que empujaba tu presencia a la mía,
mi dolor a tu gozo.
¿Sabes?
me iré mañana, me perderé bogando
en un barco de sombras,
entre moradas olas y cantos marineros,
bajo un silencio cósmico, grave y fosforescente…
Y entre mis labios tristes se mecerá tu nombre
que no me servirá para llamarte
y lo pronuncio siempre para endulzar mi sangre,
canción inútil siempre, inútil, siempre inútil,
inútilmente siempre.
Los pechos de la muerte me alimentan la vida.
Nocturno y elegía
Si pregunta por mí, traza en el suelo
una cruz de silencio y de ceniza
sobre el impuro nombre que padezco.
Si pregunta por mí, di que me he muerto
y que me pudro bajo las hormigas.
Dile que soy la rama de un naranjo,
la sencilla veleta de una torre.
No le digas que lloro todavía
acariciando el hueco de su ausencia
donde su ciega estatua quedó impresa
siempre al acecho de que el cuerpo vuelva.
La carne es un laurel que canta y sufre
y yo en vano esperé bajo su sombra.
Ya es tarde. Soy un mudo pececillo.
Si pregunta por mí dale estos ojos,
estas grises palabras, estos dedos;
y la gota de sangre en el pañuelo.
Dile que me he perdido, que me he vuelto
una oscura perdiz, un falso anillo
a una orilla de juncos olvidados:
dile que voy del azafrán al lirio.
Dile que quise perpetuar sus labios,
habitar el palacio de su frente.
Navegar una noche en sus cabellos.
Aprender el color de sus pupilas
y apagarme en su pecho suavemente,
nocturnamente hundido, aletargado
en un rumor de venas y sordina.
Ahora no puedo ver aunque suplique
el cuerpo que vestí de mi cariño.
Me he vuelto una rosada caracola,
me quedé fijo, roto, desprendido.
Y si dudáis de mí creed al viento,
mirad al norte, preguntad al cielo.
Y os dirán si aún espero o si anochezco.
¡Ah! Si pregunta dile lo que sabes.
De mí hablarán un día los olivos
cuando yo sea el ojo de la luna,
impar sobre la frente de la noche,
adivinando conchas de la arena,
el ruiseñor suspenso de un lucero
y el hipnótico amor de las mareas.
Es verdad que estoy triste, pero tengo
sembrada una sonrisa en el tomillo,
otra sonrisa la escondí en Saturno
y he perdido la otra no sé dónde.
Mejor será que espere a medianoche,
al extraviado olor de los jazmines,
y a la vigilia del tejado, fría.
No me recuerdes su entregada sangre
ni que yo puse espinas y gusanos
a morder su amistad de nube y brisa.
No soy el ogro que escupió en su agua
ni el que un cansado amor paga en monedas.
¡No soy el que frecuenta aquella casa
presidida por una sanguijuela!
(Allí se va con un ramo de lirios
a que lo estruje un ángel de alas turbias.)
No soy el que traiciona a las palomas,
a los niños, a las constelaciones…
Soy una verde voz desamparada
que su inocencia busca y solicita
con dulce silbo de pastor herido.
Soy un árbol, la punta de una aguja,
un alto gesto ecuestre en equilibrio;
la golondrina en cruz, el aceitado
vuelo de un búho, el susto de una ardilla.
Soy todo, menos eso que dibuja
un índice con cieno en las paredes
de los burdeles y los cementerios.
Todo, menos aquello que se oculta
bajo una seca máscara de esparto.
Todo, menos la carne que procura
voluptuosos anillos de serpiente
ciñendo en espiral viscosa y lenta.
Soy lo que me destines, lo que inventes
para enterrar mi llanto en la neblina.
Si pregunta por mí, dile que habito
en la hoja del acanto y en la acacia.
O dile, si prefieres, que me he muerto.
Dale el suspiro mío, mi pañuelo;
mi fantasma en la nave del espejo.
Tal vez me llore en el laurel o busque
mi recuerdo en la forma de una estrella.
Décimas por el júbilo martiano en el Centenario del Apóstol José Martí
(Fragmentos)
A mi hijo
1
Subid, alondras del gozo,
jilgueros de la alegría,
a saludar este día
de limpio viento en retozo.
Con juvenil alborozo
salid a ver la alborada
en que la patria alumbrada
por fulgores de blancura
siente que en la frente pura
le crece una llamarada.
2
¿Eres, Patria, realidad,
o el maravilloso sueño
de aquel que cifró su empeño
en salvar tu dignidad?
Vestida de claridad,
Cuba, tu imagen disfruto:
te miro cuajado fruto
de un cogollo que no vi,
firme raíz de Martí,
ala de vuelo absoluto.
6
Dialogo, Patria, contigo;
Martí, contigo converso,
descalzo y desnudo el verso,
maduro y abierto el trigo,
partiendo con gesto amigo
el fraterno pan candeal.
Oh! Martí, padre leal,
en la Patria redimida
eres blanca sal de vida
y Ella el sabor de la sal.
8
¿Cómo era su voz, cómo era?
¿Qué lucero ardía en su frente?
¿Qué arcángel adolescente
guardián suyo iba a su vera?
¿Quién puso a su cabecera
el lábaro vencedor?
¿Quién el diamante en temblor?
¿Quién la flamígera espada?
¿Quién le puso en la mirada
tanto cielo y tanta flor?
12
Di de nuevo la canción
que conmoviendo la roca
sale en llamas de tu boca
cantando tu inmolación.
La historia de tu misión
quiero otra vez escuchar,
sentirte a mi oído hablar
porque si hablas a mi oído
yo me alzaré redimido…
Y torna Martí a cantar.
17
Y la voz torna a callar,
mas la canción es tan vasta
que se va extendiendo hasta
perderse sobre la mar.
La mar le da su bramar,
el trueno su voz gigante
y en la montaña distante
se serena y se suaviza.
Por el cielo se desliza
en un carro deslumbrante.
19
Oh! tú, su pueblo escogido,
tierno vástago creciente;
espiga convaleciente
que lleva el grano dormido,
¿No miras cómo el ungido
su clara antorcha levanta?
¿No escuchas de su garganta
la admonición incansable
que blandida como un sable
suplica, apostrofa y canta?
20
Que aún vive Martí, mirad!
resurrecto como Cristo,
con un fulgor nunca visto
vive en nuestra libertad.
A Cuba le dice: «Andad!».
Y Cuba se transfigura
mostrando en la frente pura
la estrella que alumbra y mata,
fanal de límpida plata
que en la bandera perdura.
Fuente colonial
No lloréis más, delfines de la fuente
sobre la taza gris de piedra vieja.
No mojéis más del musgo la madeja
oscura, verdinegra y persistente.
Haced de cauda y cauda sonriente
la agraciada corola en que el sol deja
la última gota de su miel bermeja
cuando se acuesta herido en el poniente.
Dejad a los golosos pececillos
apresurar doradas cabriolas
o dibujar efímeros anillos.
Y a las estrellas reflejadas no las
borréis cuando traducen de los grillos
el coro en mudas, luminosas violas.
Invitación a la muerte
Apaga, Muerte, esta indecisa llama
de aletear tembloroso de falena
y pon sobre mi frente al fin serena
la luz tranquila y la desnuda rama.
Que si yo ardí, querer que se derrama
en mentira carnal y estéril vena,
por la verdad en tu reloj de arena
soy hora la humillada voz que clama.
Busca en mi sangre la raíz dolida
donde la espada de tu arcángel, fiera,
divide el alma de su tosco velo.
Sea la mejor parte conducida
de oscura cárcel a luz duradera,
que el que pierde la tierra, gana el cielo.
Soneto póstumo
Para Gilberto Hernández Santana
Quiero en la tierra que me dio la vida
en olvido yacer cuando la Muerte
me llame con su voz callada y fuerte
a su danza de asfódelos crecida…
¿Nadie reclamará la destruida
cáscara inútil, la corteza inerte
de esta llama que ardiente y conmovida
no ha de alterar ni el soplo de la muerte?
Ya nada sé sino que debo darte,
tierra camagüeyana en que he nacido,
lo que de ti tomé, la breve parte
de humilde arcilla con que me has vestido
y que mi levadura trocó en arte…
¡Oh! Suelo en que estaré ¡por fin! dormido.
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