Rafael Montoro fue uno de los representantes más ilustrados de la diplomacia y de la intelectualidad cubanas. Ensayista y crítico, publicó más de 350 artículos y trabajos de corte literario, político, científico, filosófico… Sus Obras, en cuatro volúmenes, se reunieron y publicaron en 1930, como homenaje nacional y allí están I- Discursos políticos y parlamentarios (en dos tomos), II- Conferencias y ensayos filosóficos y literarios, y III- Trabajos históricos, jurídicos y económicos, amén de numerosos folletos con otros textos que se publicaron con anterioridad. Montoro es, a no dudar, una de las figuras de la cultura y la intelectualidad cubana, y además un autor que no debe pasar inadvertido, aun cuando su modo de pensar distara de las mejores aspiraciones para su patria.
Vayamos un poco atrás. Durante el lapso comprendido entre el Pacto del Zanjón —febrero de 1878— y el reinicio de las hostilidades en febrero de 1895, medió un largo período de febril conspiración y angustiosa espera para quienes optaban por la fórmula de la independencia, y de intenso rejuego político para los que propugnaban el autonomismo —el gobierno propio— dentro de la colonia.
El líder indiscutible de esa corriente fue Rafael Montoro, intelectual de prosa versátil y oratoria subyugante, con sostenido bregar político durante el último cuarto del XIX y el primero del XX.
Un contemporáneo suyo, igualmente hábil con la palabra, pero verdadero independentista, Manuel de la Cruz, opinaba así:
Personificando en Montoro la vida de su partido [autonomista] hay que considerarlo como el Diego Velázquez civil de la reconquista de la colonia, no enciende hogueras para holocaustos de caciques, pero apaga los últimos carbones del incendio de 1868, realiza, por las artes de la diplomacia, la obra que no hubieran realizado cincuenta mil veteranos…
Montoro, a pesar de que fue un niño enfermizo, tuvo una larga vida: estuvo a punto de cumplir los 81 años. Estudió en el colegio El Salvador, viajó por Francia e Inglaterra, y cursó estudios elementales en Nueva York cuando contaba con 14 años.
De regreso en Cuba tuvo entre sus profesores al poeta Juan Clemente Zenea y al crítico Enrique Piñeyro; además, recibió lecciones de oratoria de Antonio Zambrana. Una década completa pasó en España, entre 1868 y 1878, por los tiempos en que la colonia luchaba por dejar de serlo.
Fue en la Península donde primero se dio a conocer el talento de Montoro, quien trabajó en el Ateneo Científico y Literario de Madrid, al lado de Emilio Castelar y otras celebridades de la España de entonces. Allí colaboró en la prensa y sirvió de secretario de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles.
Otra vez de vuelta a la patria, fundó el Partido Liberal (Autonomista), del cual se convirtió en vocero y orador principal, además de ideólogo de las doctrinas autonomistas. Al respecto apuntaba Manuel de la Cruz en sus Cromitos cubanos (1893) que «Montoro, sin dejar de ser vacuo y pomposo como todo orador español, es el más sobrio, el más conciso». También Max Henríquez Ureña, muchos años después, abundará sobre Montoro:
La parte más valiosa de su obra la constituyen sus discursos, pues él era, ante todo, un orador que a su capacidad y preparación (nunca trató un asunto sin conocerlo a fondo) unía su arrogante estatura, su rostro imponente y sereno, realzado por cuidada barba, y su voz poderosa y clara, cuyos registros sabía manejar con habilidad insuperable.
Diputado a las Cortes Españolas en 1886, ocupó la secretaría de Hacienda del gobierno autonomista de transición hacia la intervención norteamericana que dio al traste con la independencia inmediata. Instaurada por fin la república, continuó su carrera política y literaria como crítico y publicista. Fue miembro de la Academia de Artes y Letras, y de la de la Historia.
Rafael Montoro nació el 24 de octubre de 1852 y murió el 14 agosto de 1933, en plena efervescencia popular por la caída del dictador Gerardo Machado. Uno y otro suceso –inicio y final de la vida- tuvieron lugar en La Habana. Del segundo se cumplen ahora 90 años, ocasión perfecta para un pequeño ajuste con la memoria.
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