Con la poetisa Serafina Núñez sucede lo que con varias de las escritoras cubanas del siglo XIX: las envuelve un cierto halo de leyenda. Al menos es lo que siente este autor cuando piensa en María de las Mercedes Santa-Cruz y Montalvo, la condesa de Merlin, —que finalmente no era condesa porque el título del marido nunca se reconoció— en Gertrudis Gómez de Avellaneda, que no fue miembro de la Real Academia de la Lengua por su condición de mujer pero era tan célebre que los españoles pretendían apropiársela; en Luisa Pérez de Zambrana, quien perdió al esposo y a sus cinco hijos uno tras otro. En cada una de ellas, en sus vidas y en su obra, las luces solo esplenden a través de la niebla. Y algo parecido sucede con Serafina Núñez.
Ella es una de las grandes personalidades de la poesía y de la literatura cubana. Sin embargo, no se la conoce todo cuanto merece. Tuvo un momento de gran luminosidad, después vivió un largo silencio. Por último emergió, en sus finales, cual ave fénix renacida de los olvidos. No llegó a entregársele el Premio Nacional de Literatura (tampoco se le confirió a Rafaela Chacón Nardi, que igualmente lo mereció) pese a que vivió lo suficiente para ello. Aún así, Serafina vive hoy en la literatura cubana, en la memoria de sus lectores y en el interés de la crítica especializada. De manera que es ella, en cierta forma, uno de los «misterios» que así llamamos por no encontrar una definición más precisa al curso de su hacer.
El investigador y poeta Osmán Avilés es su biógrafo y algo más: quien mejor la ha situado en el contexto que le pertenece: el de los autores cubanos para leer, honrar y estudiar.
Voz insomne, triunfante del olvido
Voz de nostalgia, irresistible arrullo
Voz de oasis, tu voz tibio murmullo
De ruego, de caricia, de rugido
Voz de ala, caricia impresentida…
Siempre que se habla de Serafina se menciona a Juan Ramón Jiménez, el ilustre autor de Platero y yo que la incluyó en La poesía cubana en 1936 y además le dio su prestigioso espaldarazo literario, que el andaluz sabía que ella merecía, al punto que sufragó los gastos del primer libro de Serafina, Mar Cautiva (1937), y prologó otro, Vigilia y secreto (1941).
Serafina es joven y bella. Vive el amor, se siente feliz y transita por su etapa de las luces cuando aún no ha cumplido los 30 años. Su poesía es entonces explícita, sincera, optimista, de un erotismo elegante y lírico. Lo corrobora el joven investigador Avilés, quien la conoció a sus 88 años: «No es Serafina poetisa de cantar al amor como ficción poética u obra de su fino intelecto. Sus versos eróticos obedecen a la experiencia de sentimientos reales».
Te llevo desde el tiempo
como un río cantando que entrara por tu pecho
con estrellas y peces;
para respirar bajo tu sueño
traigo la luz del mundo entre el cabello.
Graduada de maestra normalista y con estudios inconclusos del doctorado en Pedagogía en la Universidad de La Habana, Serafina ejerció el magisterio en el nivel primario de enseñanza durante muchos años.
En cuanto a su carrera literaria, se suman otros títulos: Isla en el sueño, 1938, que incluye una carta que le escribe Gabriela Mistral; Vigilia y secreto, 1941, ya citado, y Paisaje y elegía, 1956, con prologo de Luis Alberto Sánchez. Cultiva el soneto, la décima, el verso libre. «En su producción poética puede señalarse una evolución constante», observa el eminente crítico dominicano-cubano Max Henríquez Ureña.
Después sobreviene el silencio editorial. Un largo silencio editorial de más de treinta años. Y este se acompañó del olvido, o cuando menos del desconocimiento de su obra por una nueva hornada de lectores, de críticos, de estudiantes.
El tiempo es un esquivo dromedario
que busca sus oasis en las almas.
Es el dios inflexible y desvelado,
habla un idioma siempre diferente.
Su majestad nos viste de cenizas.
Devora posesiones, embelesos, presencias;
apaga el esplendor de los augurios,
y nos ofrece como frutos secos
a la muerte.
(«Versos al tiempo»)
En 1992 se publica su libro Los reinos sucesivos. En adelante viene un renacer que la incluye en antologías, pero lo que es más, llegan nuevas publicaciones y el Premio Nacional de la Crítica Literaria en 1995, por el libro Vitral del tiempo, de la Editorial Letras Cubanas y Ediciones Unión.
Los libros de Serafina no han cesado de publicarse, ni aún después de la muerte de la poetisa, tres lustros atrás, el 14 de junio de 2006, ya nonagenaria. Hoy, y en adelante, Serafina Núñez será por siempre considerada una de las voces femeninas más representativas de la poesía cubana del siglo XX.
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