
José de la Luz y Caballero murió en La Habana hace 160 años, el 22 de junio de 1862. El suceso conmocionó a la ciudadanía, a las autoridades coloniales que con sumo tacto cuidaron de reverenciarlo, y a cuantos accedieron a su obra pedagógica o al menos escucharon acerca de ella. Los detalles de aquel sepelio son hoy poco conocidos. Aquí les van.
La Gaceta Oficial del día 23 de junio publicó el decreto firmado por el capitán general José Serrano «para dar solemne testimonio de la consideración que merecieron al Gobierno superior de esta Isla los méritos literarios y las virtudes públicas y privadas que distinguieron durante su vida al señor don José de la Luz y Caballero». Se dispuso un duelo escolar de tres días, con las puertas cerradas de todos los centros de enseñanza del país. El sepelio se efectuó en la tarde del 23 de junio, e incluyó panegíricos de más de un criollo prominente. Más de seis mil conciudadanos acompañaron los restos hasta el cementerio y el féretro era conducido en hombros. Los versos escritos para la ocasión por el poeta José Fornaris, difundidos en la prensa, fueron considerados de «imprudentes» y provocaron alguna que otra destitución oficial.
De los cubanos de su tiempo, José de la Luz fue uno de los más admirados y seguidos. Pero obsérvese el año de muerte: 1862. El proceso independentista no se ha iniciado, faltan seis años para que la llama libertadora se prenda y don José, pese a su muy activa vida dentro de la sociedad, pese a su sentido de la justicia y la verdad, no fue ―y francamente no creemos lo hubiera sido nunca— un hombre de trinchera. Era un maestro, una figura civil, un filósofo, un intelectual preclaro. Su pensamiento lo volcó hacia la educación de sus compatriotas.
El general Antonio Maceo, tras leer su biografía, señaló «escrúpulos sagaces», cual apunta el escritor y crítico Rafael Esténger, ya que «no reconocía Maceo a José de la Luz como a un hombre de grandes sentimientos, pues heredó y sostuvo la esclavitud que testó a su muerte».
No pretenden nuestros comentarios reseñar la vida de este cubano ilustre, solo destaquemos que nada fácil le resultó a Luz y Caballero «lidiar» desde su condición de maestro con el autoritarismo colonial. Fundó el colegio El Salvador. Viajó por Europa y Norteamérica, conoció la literatura de esos pueblos, se codeó con los grandes autores y enseñó —pues fue esta la obra de toda su vida―. Dominó varias lenguas: latín, inglés, francés, italiano alemán y podía leer el idioma ruso. También pasó por enormes sinsabores, como el de la muerte de su única hija, durante una epidemia de cólera.
Con los años, el ejemplo de don José se mantuvo iluminado por mucho tiempo. Con la irrupción de la república en 1902 se convirtió en uno de los paradigmas sobre los cuales supuestamente se erigiría una nueva nación. Que así no sucediera no fue su culpa. Y nuevamente con los años, más años aún, el brillo se fue atenuando y el olvido, o el semi olvido, se adueñó de su nombre y hacer. Los tiempos de revolución exigían hombres de mayor empuje, tal vez más sanguíneos, y don José no se correspondía con tal molde.
Aun así, de él se puede seguir hablando mucho, de sus aforismos nunca se dejará de hablar, y de su sapiencia y dedicación a la instrucción, tampoco.
Este aniversario decidimos recordarlo con las palabras de José Martí que lo enjuician magistralmente y nos devuelven la frescura del don José que tanto admiramos. Demos la palabra in extenso, a Martí:
[…] Pues fue maestro y convirtió en una sola generación un pueblo educado para la esclavitud en un pueblo de héroes, de trabajadores y hombres libres. Pudo ser abogado, con respetuosa y rica clientela, y su patria fue su única cliente. Pudo lucir en las academias sin esfuerzo su ciencia copiosa, y solo mostró lo que sabía de la verdad, cuando era indispensable defenderla. Pudo escribir en obras ―para su patria al menos— inmortales, lo que, ayudando la soberanía de su entendimiento con la piedad de su corazón, aprendió en los libros y en la naturaleza, sobre la música de lo creado y el sentido del mundo, y no escribió en los libros, que recompensan, sino en las almas, que suelen olvidar. Supo cuanto se sabía en su época; pero no para enseñar que lo sabía, sino para trasmitirlo. Sembró hombres.
Visitas: 146
Deja un comentario