Aviso inicial
Yo soy la página que escribo, de Miguel Barnet, debe ser leído no solo por los interesados en su obra, sino por todos los que amen la historia cultural de la Isla.
En apenas doscientas doce páginas ha condensado Miguel Barnet, mediante recuerdos, vivencias y evocaciones, una parte, solo una pequeña parte de su ya larga y fructífera vida. Escrito a partir de provocaciones que le fueron imponiendo Pedro de la Hoz y Gaetano Longo, y otras veces dejándose llevar por su propio discurrir, el autor de Canción de Rachel nos habla — mediante prosa sencilla y amigable— de sus años de infancia, de sus no olvidos, de los años duros que atravesaron su existir, sobre su concepto de la literatura, acerca de sus viajes, retratos de personas cercanas como Calvert Casey, Carilda Oliver Labra, Nancy Morejón, Mercedes García Ferrer y Severo Sarduy, entre otros. En la sección que denominó «Otros pasajes» elogia el transitar de Abel Prieto por la vida pública cubana y aprecia su obra literaria.
En otro momento evoca sus paseos por la ciudad en compañía de amigos, o en solitario, el malecón habanero, presencia siempre actuante en sus palabras. Esteban Montejo, el Cimarrón al que sacó del anonimato y otras circunstancias relacionadas con esta obra son también recordados, sin olvidar ese dios tutelar suyo llamado Fernando Ortiz, a la inigualable Merceditas Valdés, a José Lezama Lima, a Alejo Carpentier, a Nicolás Guillén, a Virgilio Piñera, a Ugné Karvelis, su encuentro con Truman Capote en Venecia, a Lourdes Casal, al músico alemán Hans Werner Henze, a Bola de Nieve. Todo termina mediante la sección « ¿Quién eres tú, Miguel Barnet?», colofón que aporta respuestas rápidas a preguntas concretas al estilo de « ¿Rutinas de escritor?», « ¿Cuándo descansas?», « ¿Países predilectos?», « ¿Por qué esa fijación tuya por Una rosa de Francia?». Y respuestas como estas:
No tengo la manía de escribir todos los días. Escribo por ciclos. Me tomo largos descansos, sobre todo con la poesía, donde no te puedes repetir. No soy un escritor profesional. Jamás he vivido de mi escritura. Nunca me levantaría a las cinco de la mañana para escribir. Y menos lo haría por encargo. Escribo cuando no puedo hacer otra cosa. Cuando sale de mis fueros más íntimos. Por eso creo que mi literatura nunca sonará hueca, ni falsa. No soy un escritor profesional. No experimento nada. Sufro al escribir. Juro ante el altar mayor de mi conciencia que no escribo para darle el gusto a nadir, sino para dármelo yo. No es egoísmo, es que quiero alejarme un poco de la muerte.
« ¿Qué te queda por hacer?» Lanzarme en un paracaídas.
« ¿Cómo quieres que te recuerden?»
Bueno, que cada cual me recuerde como quiera. Al final uno es lo que otros piensan de uno. Yo soy un romántico fuera de época y muy pocos se han dado cuenta. El huésped que vive dentro de mí no se ha revelado nunca ante el espejo o ante los demás. Yo mismo no los conozco. Y esa es mi mayor angustia. ¿Seré yo Mr. Hyde?
Soy una persona, pero a veces creo que soy un extraterrestre porque ya cumplí los 80 y me he quedado joven. No sé lo que es estar viejo. No soy un escritor puro, ni un antropólogo totalmente. Ando siempre a mitad de camino. Aunque toda veleta tiene su eje, ya lo dije. Yo creo que soy un fabulador, to best honest. En definitiva uno no es tampoco el que se ve en el espejo. Más bien uno es como lo ven a uno. Yo solo soy la página que escribo».
Así transcurren estas páginas, que cuando abordan las tituladas «La literatura» nos conducen a pasadizos cuasi secretos de su quehacer, luego de reconocer que «El humanismo es mi slogan […] Todo perdido-Nada perdido», y repara en que «La literatura es una cosa. La poesía es otra, la poesía es sublime como la música. No se puede explicar. Es como un rectángulo en el agua. No existe, lo dijo bien Lezama que sabía de eso. Apartar nieblas hasta encontrar la nitidez». Mientras, nos dice:
La novela hoy es otra cosa. Ha adquirido una dimensión social que rebasa todo discernimiento. Creo que la novela psicológica está pasada de moda […] Hoy o estamos clavados en la tierra, o nos elevamos a la metafísica. La muerte, la soledad, el bien y el mal novocentista están porque son perennes, pero tienen que poseer un amarre duro; es la novela de un ser humano en profunda crisis» […] Lo más difícil es llevar la imagen de una cosa o un sentimiento a la escritura. Eso a veces se logra en poesía, pero en una novela cuesta trabajo porque la novela necesita de muchas palabras que forman una escritura, es decir, el lenguaje que es lo que tiene un verdadero significado. Para mí el lenguaje es un fetiche. Respeto todos los estilos, pero me inclino por una sintaxis clara y pura. Odio las frases demasiado largas. Le saco la lengua a los aderezos indigestos y ensortijados. Odio la retórica.
Así transcurren estas páginas confesionales que recorren diferentes caminos en busca siempre de la posibilidad de comunicar ideas, sentimientos, coyunturas precisas, donde brilla siempre el autor auténtico que es, aquel que busca siempre la verdad. Alguien me comentó que el texto podría funcionar a modo de guión cinematográfico. Creo que sí. Saldría una buena película.
Yo soy la página que escribo, presentado en la reciente Feria Internacional del Libro de La Habana 2022 por la Casa Editora Abril, resulta una de las mejoras entregas que nos ha regalado esta cita anual, diferida durante dos años. Un par de observaciones fuera del carácter de lo antes comentado: para una nueva edición, por esta u otra editorial, se requiere una cubierta de mayor alcance artístico y una edición más cuidada, sobre todo en lo que respecta al uso de los signos de puntuación.
Mientras, disfrutemos de una lectura apasionante, movida, simpática por momentos, profunda en conceptos e ideas y, sobre todo, muy perturbadora. ¿Habrá una segunda parte? Creo que la necesita la cultura cubana.
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