José Zacarías Tallet, poeta del escepticismo y la ironía
Testimoniante y también protagonista de un siglo convulso en la historia de Cuba, eterno inconforme, escéptico de todo, bastón en ristre, José Zacarías Tallet (1893-1989) desandaba las calles de La Habana bajo el sol vespertino, rumbo a la redacción de una revista, a cumplir con su entrega de cada mes. Después de participar en luchas y revueltas estudiantiles; de reaccionar junto a otros jóvenes intelectuales contra la corrupción de la república estrenada en 1902, formando parte de la célebre Protesta de los Trece y del Grupo Minorista; de organizar junto a Rubén Martínez Villena proyectos culturales y educacionales como la Universidad Popular José Martí; sobrevivir a la represión policial y a las revoluciones de 1933 y 1959, al final de su vida uno de los críticos más mordaces de la sociedad cubana mantenía su natural iconoclasta escribiendo la sección de gazapos de la revista Bohemia, desde donde se contentaba con satirizar y aleccionar sobre el uso del idioma. Risueño siempre, no se dejó vencer por la miseria ni por la ancianidad.
Fue Tallet uno de los iniciadores de la llamada poesía negra, también de la poesía social y de la poesía coloquial o conversacionalista. Su original obra lírica, de hálito vanguardista, fue publicada a destiempo, en un volumen que resumía las producciones de varias décadas y que justamente tituló La semilla estéril (1951). Reaccionaba contra los modelos del modernismo rubendariano de los oropeles y las sonatinas, enarbolando una literatura centrada en la realidad cotidiana y el cuestionamiento de los valores éticos y estéticos tradicionales, desde una lacerante actitud crítica y un tono desenfadado. El autor propone una nueva relación entre el sujeto lírico y su contexto histórico-social. Advierte de la decadencia de su clase y de los huracanados tiempos por venir, anuncia y expresa el cambio en los temas y en las formas de la lírica. En su célebre «Proclama», atisbó:
Yo soy el poeta de una casta que se extingue,
que lanza sus estertores últimos ahogada por el imperativo de la historia;
de una casta de hombres pequeños, inconformes y escépticos,
de los cómodos filósofos de «en la duda, abstente»,
que presienten el alba tras las negruras de la noche
pero les falta la fe para velar hasta el confín de la noche.
Desengañado y mordaz, Tallet acierta en un nuevo lenguaje, más natural y prosaico, antipoético si se quiere, que anticipa las búsquedas de la lírica hispanoamericana en las décadas de 1960 y 1970. Sus textos «Elegía diferente», «Poema de la vida cotidiana», «La balada del pan», «Arte poética», «Proclama», «Negro ripiera», «En el banco de la paciencia», son notables por captar la agonía del ser en su enfrentamiento de la fatalidad histórica, por su desacralización del sujeto lírico, su tono a la vez burlón y desencantado, dramático e irónico, que capta una manera de sentir lo cubano nada canónica y más apegada a lo popular.
Tomado del Centro Virtual Cervantes
Selección de poemas a modo de homenaje
Proclama
Gente mezquina y triste,
que al par sabéis de las rebeldías vergonzantes e incógnitas
y de las renunciaciones cobardes y heroicas,
escuchad la voz de uno que habla por vosotras.
Yo soy el poeta de una casta que se extingue,
que lanza sus estertores últimos ahogada por el imperativo de la historia;
de una casta de hombres pequeños, inconformes y escépticos,
de los cómodos filósofos de "en la duda, abstente",
que presienten el alba tras la negrura de la noche,
pero les falta fe para velar hasta el confín de la noche
(¿No oís el trueno sordo de la impotencia nuestra?)
Soy uno de los últimos que dicen trágicamente, "yo",
convencido a la vez de que el santo
y seña de mañana tiene que ser "nosotros".
Yo soy el que en su día y en su medio
rompió con fiera alacridad moldes arcaicos;
al que los hierofantes tropicales ultranuevos,
a la sazón, de sibilino, desdeñosamente tildaron,
cuando el anarquismo de las imágenes aún no había cruzado
el charco,
arribando a las playas criollas
por la vía de los ajenos maestros consagrados.
Soy un hombre genuino de mi clase y mi medio,
soy el representante auténtico
de una casta que se va, que desaparece sin remedio.
Llevo hundidas hasta los tuétanos las raíces milenarias del pasado,
y clavadas en lo más hondo las saetas venenosas del ayer,
contra cuya punzadura mortífera, gallarda e inútilmente me
revuelvo,
y, aunque me cueste un triunfo, sinceramente lo confieso.
Veo mis taras y enrojezco hasta la punta del cabello;
y cegado por el resplandor de las hogueras del pasado,
no vislumbro el camino que me conduzca a donde se forja lo nuevo.
Palpo la vanidad de todos los dioses y me signo en la sombra
y a hurtadillas de mí mismo, alzo los ojos al cielo,
alimentando a la vez la sospecha de que eso, y nada más, es el cielo.
Y a sabiendas de que 2 y 2 han sido,
son y serán jamás no más que 4,
me estremecen los ruidos ignotos, de cuando en cuando.
Y ante el tumulto mayestático y positivo de las olas del océano,
me seduce la mezquina gota de agua aislada en el microscopio;
y gritando a ratos en voz alta "¡nosotros!",
repito una y mil veces en voz muy baja "yo".
Soy de la estirpe de los hombres puentes;
y justifico la obsesión del ayer, que me retiene preso,
con la preocupación, pueril y remota,
del pasado mañana, que a nadie le importa;
soy capaz del absurdo de todos los obscuros sacrificios,
sin la convicción del profeta, del apóstol o de sus discípulos.
Quise en mi tiempo romper unos cuantos eslabones,
y me expresé en mi tiempo con palabras distintas,
y fui precursor en mi tiempo de lo que era diferente y contrario de ayer.
Hoy estoy solo, absolutamente solo,
y no soy de mañana ni de ayer.
Pero los de ayer me consideran de mañana
y los de mañana me juzgan un hombre de ayer.
Mas yo me yergo, altivo y arrogante,
cual pétreo monolito en medio del desierto,
y sé quién soy, y lo que soy, he sido y seré,
y lo que se me debe y lo que hice y lo que todavía puedo hacer.
Y sé que en mi tiempo di golpes de mandarria para quebrar cadenas,
y que si no pude romperlas fue porque no podía ser.
Y que si otros vinieron detrás y las rompieron,
algo menos duras las encontraron por los golpes con que no las pude romper.
Yo he cantado las congojas del hombre que no puede ser de mañana
y no quiere seguir siendo de ayer:
angustias que a nadie interesan, mas que experimentan
cuantos, como yo, no son de mañana ni de ayer,
y que están retratados en mis cantos,
con sus debilidades, sus dudas, sus anhelos
y los frenos que no saben o no se atreven a romper.
Y si no gusto a los bardos de ayer y de mañana.
¡qué le vamos a hacer!
Es doloroso despreciar a quien se ama,
y desgarrador confesar lo que uno es
cuando otra cosa muy diferente, muy diferente quisiéramos ser.
Y es ridículo hablar de sí mismo cuando a nadie le importa.
La justificación es que yo hablo a nombre de una casta a punto de perecer.
Por eso me dirijo a la gente mezquina y triste,
de las rebeldías vergonzantes y tímidas,
de quien soy el poeta, el cantor por excelencia…
¡Oh, casta que se extingue, que naufraga
en la devastadora tormenta
que se produce al choque del ayer con el mañana!
Arte Poética
Arte poética
A José Antonio Fernández de Castro
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Quevedo
Tú, José Antonio, oficialmente culto,
y un cincuenta por ciento
de antologista de rapsodas criollos;
corifeo de artistas ultra-nuevos
e intelectual, pues te paseas entre ellos,
de seguro
que sabes de estas cosas más de un poco.
Hace cerca de un siglo, un bardo melenudo
que ostentaba una simiesca patillita
a una mujer le dijo: “¡Poesía eres tú!”
(Está claro que entonces no había feministas.)
Y hoy, después de cien años, casi, casi,
todavía hay legiones de liróforos,
pero de crema fría y miel rosada,
que, tomándola en serio, siguen aquella broma,
y, los ojos en blanco y la mano en el pecho
(lado izquierdo),
y la voz temblorosa y hueca,
nos largan una espínela como ésta:
Desde que tú me miraste
sólo conozco dolores.
¡Tales son las tristes flores
que en mi corazón sembraste!
Mi pobre alma traspasaste
con los dardos de tus ojos
y entre punzantes abrojos
me condenaste a vivir,
¡o a eternamente morir
ante tus plantas, de hinojos!
Y ella es su novia, pero no lo sabe.
Otros, reyes de mundos interiores,
de dieciséis a diecisiete,
deshollinan su espíritu lleno de telarañas
y exteriorizan su interior desguace,
dando a la rosa de los vientos
mil endechas alejandrinizadas.
Ejemplo:
«¡Oh, qué angustia infinita y qué tristezas vagas
se adueñan de mi espíritu en estos en estos grises días:
me asedian los recuerdos de mis horas aciagas,
mis nostalgias, mis tedios y mis melancolías!»
Son sus horas aciagas cuando papá les dijo:
«Hoy no te doy un medio para el cine»
No cuento a los que cantan a la raza
y dicen que Maceo es biznieto del Cid,
y otras sandeces de la misma casta.)
De tal suerte,
el sonsonete eterno del chorro de melaza
o del chorro de acíbar.
La escala del Parnaso ha setenta escalones.
AI otro extremo,
están los sedicentes poetas de vanguardia,
que decapitan el humo de sus metáforas
y degüellan el ritmo de sus parábolas;
y es Darío para ellos Tut-Ankh-Amen,
y de tal año para atrás el arte es nulo.
¡Qué espanto ante lo fuerte y lo prosaico!
¡Qué esclavitud!
¡Qué desdén por lo romántico y lo clásico!
¡Y qué impotencia!
Cursiladas y boberías.
Entre Bécquer y Marinetti hay un mundo de poesía.
Hay poesía en un par de aquesas,
hay poesía en un par de aquestas,
y hay mucha poesía entre ésa y ésa.
En la sonrisa estúpida de un niño,
en la caricia de una madre impura,
en el tímido ademán de un limosnero,
en la cadencia salvaje de la rumba,
en las eses de los borrachos
y hasta en un parte policíaco.
Hay poesía en el motor de un auto
y en el trapiche de cualquier ingenio,
en la Ludlow y linotipos de la imprenta,
en la mirada serenísima de Edison
y en la en la cuchilla del Dr. Nogueira.
Como en las albas tocas de Sor Juana,
hay poesía en la punta de una lanza
y en la velocidad de una bala.
Y en la sotana cándida de Pío,
y en los ojos del Dalai Lama
y en la dureza de la Kaaba.
Hay poesía en el negrito limpiabotas,
y en la bodega de Monestina
(Blanco y Animas)
y como en el geranio ventanero,
en un bosque de ceibas centenarias.
Y en los legajos de las notarías,
y en los libros mayores y en los diarios,
y la hay en la bolita y en el poker,
como la hay en las carreras de caballos.
Y hay poesía en un agua mala
y en el informe de un fiscal
y en una píldora de
opio y en el rabo del alacrán.
Hay poesía en el anacoreta,
y la hay en la masa proletaria,
en Prado 1; en la Loma del Príncipe,
y en la tragedia de un regimiento que pasa.
Hay poesía en una bicicleta
y en la barriga de un burgués
y en un cuello de celuloide
y en un juego de balompié.
Y en una trompada de Dempsey,
y del Bambino, en un batazo,
y en una pirueta de Chaplin
y en un gesto de Gloria Swanson.
Y en la espalda de los estibadores
y en los bíceps de hierro del herrero,
y en los bueyes que tiran del arado,
y en un trasatlántico raid aéreo.
Hay poesía en la frente de Lenin,
y hay quien la encuentra en il duce italo;
y hay poesía en el pipis y gañas
y en un policía de tránsito
y en el rabo del alacrán.
Y mucha y buena en una trompetilla,
y en los modales de una de una virulilla,
y en la campana y en la campanilla.
Hay poesía en un centro espiritista,
y hasta en una cocción vegetariana.
Y hay poesía en los editoriales
y poesía en la primera plana.
Y en las proclamas de Sandino
y en los millones de Henry Ford,
y en el drama grotesco de un tarrudo,
y en la nueva constitución.
Hay poesía en la rumba de un esqueleto,
y hay poesía en las gallinas cluecas
y en las blasfemias de un carretonero.
¡Mas la cuestión es dar con ella!
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