
Última entrevista a la escritora
Al peso del gorjeo, no al del pájaro, se inclinará la rama.
Quiribín, quiribín, quiribín, ya cuando parecía terminarse el año de 1910, nació una niña larguirucha y ojiazul en un pueblo chiquito de la provincia de Matanzas. Llevaba la marca y el consuelo de los contadores de historias dibujada en las manos y la mirada. Unas manos suaves y negras la recibieron y arroparon, acariciaron sus oídos cantos apacibles de lejanas tierras que le calmaron el berrinche de vejigo recién nacido y Recreo se vistió bien largo un 22 de diciembre, sin saber que sus polvorientas y coloradas calles habían coqueteado con la posteridad.
Yo quise saber de la historia de esa niña ahora tan lejana en el tiempo y tan cercana en la memoria de noventa años abarrotados de cuentos y poemas y diario quehacer de la escritora en que se convirtió, merced al arraigo al terruño y a la verdad, a la más pura y simple verdad de los suyos los cubanos. Y es que «cuando el hombre llega a las estrellas es también la hora de las raíces».
Quiribín, quiribín, al pichón le sirvió de nana una negra dulce y cuentera, de esas que arropan el cuerpo con solo la mirada. Y le contó de cuando había sido esclava, de los Pipisigallos y las madres de agua. Namuní, con las huellas de los grillos en las piernas, caminaba por la casa cantando canciones macuá, que eran largas e incomprensibles, como el dolor que la niña empezó a ver en las caras de los guajiros de su tierra, como ese algo en medio del pecho que le llenó tanta injusticia y signó para siempre su obra.
Dice ella que era una criatura fea y tímida, que se inventaba juegos y caballos invisibles sobre el mismo fondo azul con que pintó la esperanza en dos niños, un caballo, un cochero y un perro; en ese libro que nunca podremos olvidar, en ese libro de caminos tan sabios que enseñó a muchos niños que el mejor camino es el camino a casa.

Pero El cochero azul vino mucho después, cuando ya había transitado, quiribín quiribín, buena parte del camino de la vida y el destino de patito feo devenido cisne se le complicó con la dura realidad del machadato y la pérdida del primer amor en la guerra civil española.
«La Dama de cristal», como se autodenominó en uno de sus poemas más bellos, siguió luchando y escribiendo para su pueblo, educó a millones de niños y dejó la mayor parte de sí en el patrimonio cultural de una nación a la que dedicó sus páginas más brillantes.
Doralina de la Caridad Alonso y Pérez-Corcho, conocida por todos los cubanos como Dora Alonso, me concedió esta entrevista haciendo un esfuerzo demasiado grande. Teníamos que parar cada diez o quince minutos para que ella tomara aire o «impulso», como me decía. «Este es el último cuestionario que respondo; pero fotos no me voy a dejar hacer, estoy muy fea ya», bromeaba.
La entrevista empezó el 17 de diciembre del 2000, pero yo había llegado tarde.
Satisfacciones
Dora: Las mejores satisfacciones que me ha brindado la literatura han sido las provenientes del pueblo. No te voy a negar que los premios que he recibido a lo largo de mi vida de escritora y periodista me han llenado de alegría, el ser Premio Nacional de Literatura es un ejemplo. Pero hay otros premios más importantes, te voy a contar una anécdota de hace muy poco tiempo:
Hace un par de meses, llegó una mañana cualquiera una persona desconocida. Era un hombre negro, de unos sesenta años, acompañado por la que parecía ser su compañera. Lógicamente los atendí, les pregunté qué querían, y para mi asombro, después de excusarse por aparecerse así en casa, me dijo: «Mire, yo no puedo dejar de conocerla a usted, y he venido a darle las gracias con mi mujer.»
Le dije: «¿Cuál es el hecho?»
«El hecho es este —dijo—: hace unos dos meses y medio publicaron en Juventud Rebelde una entrevista sobre usted a toda página. ¿Usted recuerda cómo finalizaba la entrevista, cómo resumía algunas de sus experiencias de noventa años?»
«Bueno, dije varias cosas», le respondí.
«No, pero había una, recuerde, donde usted decía a modo de resumen: “Si las cosas valen la pena para llorar, llora; llora, pero pelea.” Dora, yo estaba destruido, en una situación de esas en la vida en que todo se viene abajo, cuando leí aquello imaginé sus años, su lucha y dije: “Yo voy a hacerlo también”, y ya salí y usted me salvó. Entonces yo vengo, sencillamente, como lector suyo, como cubano, como amigo, a darle las gracias y a traerle unas flores.»
Como escritora y como persona, puedo decirte que es uno de los homenajes más emocionantes y que más voy a recordar.
Inicios
Dora: Yo no decidí ser escritora, me di cuenta que quería ser escritora a los doce o catorce años. Empecé a hacer monos, yo creía que escribía. Y desde luego, no creo que el deseo me hizo escritora, eso es absurdo, creo que tenía la vocación, que nació a través de la lectura continuada, desde los cinco años en la voz de mi madre. Por las noches, en mi casona, todos los hijos se sentaban alrededor y ella nos leía a Verne, Conan Doyle, Salgari, Defoe y a Víctor Hugo. Ese fue mi camino, la voz de mi madre, su perseverancia y su cultura natural, era una bellísima mujer. Por eso siempre he insistido en la importancia de la educación y el cultivo del hábito de la lectura. Esa es la base del temple, del carácter del hombre o mujer en formación, de eso se desarrollan los valores y el sentido de la justicia, el amor a la tierra y a las tradiciones del hombre. Ser culto no es solo saberse unos cuantos libros de memoria, es ser también consecuente con uno mismo, tener una ética y un sentido de lo justo, es tener cultura de trabajo, de estudio, es conocer los derechos y los deberes de cada cual; por esa, la verdadera cultura, es por la que debemos luchar. Yo lo hago desde mis títeres, que son cubanísimos; desde mis magos y payasos, que también lo son. Si te fijas, todos mis cuentos o noveletas o poesías, ya sean para niños o para adultos, están agarrados a la tierra, a lo cubano, a los valores más puros de nuestro suelo e historia.
Sobre mi obra, algunos, en un sentido peyorativo, me tacharon de popular, y entonces, si realmente he logrado ser una escritora del pueblo, no saben ellos que para mí es la medalla mejor; o sea, quien estime que decirme que mi obra es popular y si agregamos popular cubana, es ofenderme, no se da cuenta que me está situando donde yo soñé estar. La famosa anécdota de Antonio Machado, cuando alguien le dijo que él era un escritor del pueblo lo corrobora, él dijo: «¡Qué más quisiera yo!»
EI debut, el periodismo
Dora: El primer premio relevante que obtuve fue justamente el de la revista Bohemia (1936, premio de cuento, N. de la R.). Pero mi verdadero debut en el mundo de la gran literatura en este país fue al ganar el premio Alfonso Hernández Catá unos años después. Este era un certamen muy prestigioso, muy duro de ganar; participaban escritores de mucho prestigio. Y tuve la suerte de obtener cinco o seis menciones y el Premio de premios.
Después del Hernández Catá seguí escribiendo, pero en dos formas. Estaba inmersa en la política, en la lucha contra la dictadura, desde las filas de la Joven Cuba y tenía que dividirme entre la literatura y el periodismo activo de barricada; me la pasaba corriendo delante de la policía: todas esas cosas que se vivían en aquellos tiempos terribles. Imagínate, mi labor de periodista empezó desde el año 1933 en un periódico revolucionario de Cárdenas. Después me casé, vine para La Habana y empecé a publicar en Bohemia, en la revista Carteles y en la revista Lux del sindicato de plantas eléctricas. Ahora me acuerdo de una anécdota de aquel tiempo; por cierto, una de las que recuerdo con mayor ira.
No me acuerdo el año, debe haber sido a principio de los cuarenta o finales de los treinta, pues el fascismo estaba en su apogeo, salió en La Habana el periódico Luz, que dirigía Manolo Braña. A través de María Villar Buceta, una de las cubanas que más he respetado y querido, conseguí un trabajo como redactor de mesa. Yo no tenía ni trabajo ni dinero, las estaba pasando negras y los cuarenta pesos mensuales me parecieron una gran cosa. Pero a las dos semanas, Andrés Núñez Olano, que era el vicedirector, pasó por allí, y cuando me vio, vino a saludarme. Después fue a ver a Braña y le dijo: «¿Cómo tú tienes a Dora haciendo un trabajo tan sencillo cuando te puede ayudar mucho más? Dale los editoriales.» Y así empecé a escribir los editoriales.
Pasaron dos semanas más y todo parecía ir bien, cuando, un día, llego al trabajo y Elio Constantín, amigo de siempre y periodista deportivo de allí, me llamó a un lugar aparte y me dijo: «Óyeme, malas noticias. Braña te va a encargar un editorial que va a ser como una bomba. Un editorial donde dice que Franco es un gran hombre, pero que no le dan una oportunidad.» «¿Cómo, cómo?», le contesté. «Que estás advertida», dijo. «Que estoy advertida no, que estoy en la calle», le contesté.
Efectivamente, al poco rato Braña me manda a buscar y me dice qué quería variar la línea de los editoriales en relación con la política con España. Y cambiar las cosas poco a poco a favor de Franco.
Entonces le dije: «Mire, director, lo siento mucho, pero yo no escribo eso.» Me dijo: «¿Cómo, por qué?» Y le contesté que porque sencillamente detestaba a Franco, que a alguien que yo quería muchísimo me lo mataron en España combatiendo al fascismo. Que yo pertenecía al frente antifascista en La Habana y que así él me ofreciera lo que me ofreciera, me parecía una ofensa esa proposición. Entonces me despidió y me quedé sin los cuarenta pesos, pero con mi conciencia y mi dignidad muy altas.
A veces, la situación económica, el miedo, la amistad e inclusive el amor se pueden interponer entre tú y tus principios, y sitúa al escritor, al periodista, en disyuntivas como la de esta anécdota. Y les recomiendo a los escritores y periodistas jóvenes lo siguiente: No cedas, no cedas… pelea. Hay principios que no pueden vulnerarse; hay cosas, como la patria, como el ser revolucionario, como la luz, a las que no se puede renunciar ni se deben perder.
Después de aquello no me amilané y seguí el periodismo y la literatura con las mismas ideas básicas; apuntalando algunas banderas que había que situar contra el racismo, contra la intolerancia y por la cubanía. Y creo que seguí ese camino con todas mis fuerzas. Después he continuado esa lucha y esa forma de hacer, uno nunca para de luchar y de crear.
Empecé en la radio escribiendo novelas de tema popular imagínate, al principio no me las querían aceptar, pues nadie creía en un personaje principal de la clase más humilde. Todas las novelas de esa época centraban sus argumentos en conflictos mundanos de gente rica.
Pero al final las mías se impusieron y desde entonces no me he desvinculado de ese medio. Hasta alguna de ellas como «Sol de Batey» y «Media Luna» se han llevado a la televisión. Y te puedo decir que lo mejor de mi vida y mi obra, lo que más brilla en ellas, nació de la mezcla de mis fantasías de niña y mis ideales; que lo que yo soñé hacer como mujer y como escritora está necesariamente permeado por las luchas del pueblo cubano, por la tierra, ese suelo tan nuestro; por las fantasías que de niña me servían de muñecas y por la justicia.
Todo por lo que luché y escribí es lo que tenemos hoy en nuestra Cuba. Te lo digo porque viví el esclavismo en los cuentos de Namuní, mi nana, y la seudorepública, con todos sus dictadores feroces y sus ladrones botelleros, en carne propia. Así, si te preguntan, diles que soy una vieja revolucionaria que aún escribe cuentos de aparecidos y cree en la Pájara Pinta. Y quien le busque las manchas al Sol… qué equivocado vive.
Corresponsal de guerra
Dora: Mi labor como corresponsal de guerra fue una casualidad. A mí no me pasó por la cabeza ir a Girón. Yo estaba en Manzanillo con Gilberto Ante, haciéndole una entrevista a la madre de Piti Fajardo, cuando nos llegó la noticia del bombardeo a La Habana y a Santiago de Cuba por los aviones. Entonces llamamos a Enrique de la Osa (en ese momento director de Bohemia) y le dijimos que íbamos a reportar el ataque a Santiago. Pensaba ir para mi casa en La Habana al otro día, pero los acontecimientos me envolvieron y todo resultó diferente a lo planeado.
Como a las once o las doce de la mañana del día 17, estábamos Gilberto Ante y yo en la plaza de Santo Tomás, en Santiago de Cuba. Recuerdo que leíamos la tarja donde están los nombres de los jóvenes asesinados por los esbirros de Batista y entonces llegó el chofer que andaba con nosotros y nos gritó: «¡Llegó la invasión! ¡Empezó la guerra!».
La gente se quedó paralizada, tremendo silencio… Y de pronto todo el mundo se puso a hablar a la vez y a correr y a dar vivas a la Revolución. Nosotros salimos de allí gracias a los carnés de periodista, que nos sirvieron para coger los dos últimos pasajes.
Hay una anécdota que recuerdo con especial cariño: Había una niña lindísima de unos catorce o quince años, de ojos verdes, una muñequita, y yo le digo en broma: «Prepárate, linda, que la invasión también viene por aquí…» Y ella me contesta altanera: “Cogerán el polvo tinto en sangre, voy a buscar mi FAL.” Y salió corriendo.» Esa imagen retrataba el espíritu del pueblo cubano.
Mientras la guagua avanzaba hacia Matanzas, yo me preguntaba mirando a los demás: ¿Tendrán miedo?, ¿están como yo? Yo deseaba mucho estar con los míos; pensaba que no sabíamos por dónde habían atacado; pensaba en mi madre, en mi marido, en los hijos que he criado, y, a la vez, en los yanquis atacando, sentía que debía ir allá, reportarlo todo, hacer mi trabajo, porque, eso sí, no dudé ni un momento de la victoria.
Notaba las reacciones de la gente; el miedo.es normal, pero lo escondían igual que yo, porque yo tenía que elegir: o me iba, o avanzaba y hacía el reportaje. No pude ver a Fidel porque ya se había ido para Pálpite. Tuve que ir a la Casa ingenio donde Augusto Martínez Sánchez estaba de jefe. Allí empezaron a llegar las tropas de Almeida y las de Fidel y aproveché para hacerle la entrevista a Martínez Sánchez. Después me senté a la orilla de la carretera a ver quién me quería llevar, pero pasaban uno y otro y otro y nadie me llevaba. Me preguntaban dónde tenía mi credencial y después me decían que había demasiado peligro para una mujer, el machismo todavía se sentía allí. En eso estuve como dos horas hasta que me paró un yip de la Cruz Roja y le dije al chofer: «Mira, yo quiero ir, ya yo tengo cincuenta años, no soy una niña, estoy con Cuba, soy periodista, ¿por qué no me quieren llevar?» El chofer se conmovió y me dijo que montara y tuve la suerte de entrar a Girón con los tanques de Fidel, los de la columna dos, en el yipi del sanitario.
Las cosas que vi en Girón fueron terribles y maravillosas.
Allí vi y hablé con los niños artilleros, eran de doce o trece años, convertidos en los héroes de la base Granma, los mismos que dispararon contra los B-26 que volaban rasantes sobre Playa Larga; caía uno y se levantaba otro. Después subí hasta Playa Larga y vi horrores, gente mutilada, bohíos quemados, un verdadero desastre.
Cuando llegué a La Habana me senté frente a la máquina de escribir e hice dieciséis cuartillas de un tirón. Ya para entonces habíamos triunfado.
Si el miedo me vencía no me hubiera podido considerar nunca ni cubana ni revolucionaria y periodista mucho menos. No creo que nadie en mi caso hubiera dudado. Hice lo que tenía que hacer, y nada más.
Escritora para todos
Dora: En un principio solo escribía para adultos. De ahí nacieron mis novelas y colecciones de cuentos más conocidos como Tierra inerme (novela), Once caballos (cuentos), Ponolani, etc. Pero desde el triunfo de la Revolución empecé a compartir la literatura para adultos con la literatura infantil. Y nacieron El Cochero, Guille, El Valle de la Pájara Pinta, La flauta de chocolate y todos los demás. Después me dediqué prácticamente todo el tiempo a los niños.
El motivo de este cambio fue que, al triunfar la Revolución, el padre del actual ministro de Cultura, Abel Prieto, amigo de años, vino a verme para pedirme que empeñáramos una labor tan necesaria como era abrirles un nuevo camino cubano a los niños a través de los libros de primaria. La idea me asustó un poquito, yo nunca había hecho ese tipo de cosas, que era demasiada responsabilidad. Pero cuando vi lo que tenían los niños como lectura, cuando me encontré en un libro de lecturas de tercero o cuarto grados un escrito donde decía que los marines de la base naval de Guantánamo querían mucho a los niños cubanos, me dije: «Mejor que esto yo lo hago, hay que salvarlos.» Y entonces, con las compañeras Reneé Potts y Adelaida Clemente, nos dimos a la tarea de crear nuevos libros de primaria y darles la altura y la luz que debían llevar. Con tanta suerte que, al llevarse esas lecturas como prueba a las escuelas primarias, fue un éxito. Y aquello me convenció de que había que ponerse a trabajar inmediatamente, por lo que significaba para la cultura y para el futuro de Cuba la educación de esos niños, y que había que hacerlo y hacerlo bien. Y hoy te digo, después de tantos años, con una obra por lo menos lograda: alrededor de veintipico de libros, en la forma en que los niños los han acogido, que me ha costado mucho más trabajo por la responsabilidad que supone, que el resto de mi obra.



Estimo que la literatura infantil es tan necesaria como la escuela, creo que donde hay un niño debe de haber un libro, otra cosa es un error. Y no estoy hablando de facilismos, no existe la literatura fácil, sencillamente no solo hay que poner los conocimientos, hay que poner también el sentimiento, el deber el corazón.
Ese camino llevó consigo una dosis de sacrificio en mi obra personal, en la obra que hubiera querido escribir para adultos, pero no lo tomé como un sacrificio, sino como un deber que debe cumplirse. Había que hacerlo, pero además me enamoré de eso, no creo que sin tener amor por la obra e inspiración pueda hacerse algo que sirva. Descubrí un camino lindísimo, me encantan los muchachos. Hoy por hoy tengo tantas manifestaciones de los niños tanto de aquí como de los países donde se han publicado mis libros, que te digo que estoy completamente satisfecha de que no solo la Revolución, sino de que aquella situación me haya puesto en el camino de acercarme y de entregarme a ellos.
Despedidas
…Teníamos muchos temas de qué hablar. El cuestionario era largo, pero la dama de cristal estaba enferma, el aliento se le cortaba a cada rato y el periodista decidió dejar la continuación de la entrevista para tiempos mejores. Dora Alonso, nuestra Dora, falleció el 21 de marzo pasado. A las 4 y 20 minutos de la madrugada descansó por fin de la enfermedad que la atormentaba hacía ya demasiado tiempo. Yo la cuidé alguna que otra noche; otros familiares y amigos también lo hicieron, el pueblo de Cuba entero lo hubiera hecho si hubiera sido necesario. Para alguien que, como ella, ha formado parte de las fantasías de una nación tal sacrificio era poco.
Dora pidió que sus cenizas fueran esparcidas en el valle de Viñales, donde mismo su Pájara Pinta anida entre la magia y la campiña Su deseo se cumplió el salado 24 de marzo. Allí la dejaron Fausto, Camilín y otros allegados. Allí habitará ahora un nuevo espíritu. Tempranito, cuando el Gallo Encantado todavía esté durmiendo, se la podrá ver montada en un coche azul, rodeada de pájaros y flores, descender desde una nube hacia la tierra. Y en sus ojos azules brillará la llama vivísima de cubana pícara de siempre.
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Tomado de Cuentibujos
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