Hay libros que revisten un encanto especial desde su propia factura. Quizás no los hemos abierto, pero al verlos ya nos llaman la atención desde su título, por sus imágenes y sobre todo, por el autor que los firma. Bueno, en realidad, esa debería ser la divisa que cumpliera cada libro que muestra su rostro al mundo.
Me he tropezado con un libro hermoso, singular, necesario, una de esas obras bien pensadas y que, desde el concepto de una atinada selección, consiguen destacar los valores esenciales de la obra de un autor.
Es uno de esos libros que se miran con complacencia y admiración y que a cualquier lector le gustaría compartir con otros, los más amigos, los más cercanos, e incluso con un desconocido.
Este libro se debería regalar a todos los niños que un adulto encuentre en su camino; un libro imprescindible, que fue escrito por uno de esos seres humanos, que aunque pasen los siglos, continúa siendo –también él mismo– un imprescindible. Se trata de Nido de Ángeles, selección de poesías para niños de José Martí, publicado por la Editorial del Centro de Estudios Martianos.
Todos conocemos del legado martiano a la infancia cubana o del planeta y que se manifiesta en tres obras fundamentales y bastante recurrentes –por fortuna–en los catálogos de las editoriales cubanas: Ismaelillo, La Edad de Oro y Cartas a María Mantilla.
Sin embargo, pocas veces se ha hurgado en esas obras (u otras) para, con un concepto diferente, dar una visión del Martí que desde muy joven se sensibilizó con la infancia, con sus penas y furias, con sus alegrías y dolores, con su razón de ser, de soñar y de existir.
Hay un Martí que pensó mucho en los niños y en su futuro, pero también en el compromiso que como personas tenían con su entorno más inmediato, con el mundo que les vio nacer y que él confió que podrían transformar al ser mejores personas cada vez, más estudiosos, más humanos y más abiertos a sus semejantes.
Ese es el punto de vista que preside esta sencilla selección de Gustavo Blanco Díaz, Nuria Pérez Mezerene y Alina Fuente Hernández, hermosamente ilustrada por la propia Nuria Pérez Mezerene y con palabras introductorias de Carmen Suárez León.
Hablar de Martí el poeta es bien complejo, pues todo en su vida y en su devenir literario fue poesía. Las imágenes y el lirismo impecable acudían a sus palabras cotidianas, se respiran no solo en sus versos sino en la prosa, las epístolas, el teatro, su periodismo, su oratoria impecable y llena de luz y en cada acto humano que presidió sus afanes en tan corto tiempo de vida.
Acercarse, sin embargo, a su quehacer lírico permite a los seleccionadores y a la prologuista, indagar no solo en aquello que presumiblemente dedicara a la infancia, sino incluso en otros textos muy conocidos y en los cuales toca al niño con la vara mágica de su inspiración e intelecto.
Justamente por eso, Nido de ángeles presenta una depurada selección que de La Edad de Oro toma poemas como “Dos milagros”, “Los dos príncipes” (la magnífica versión que hiciera del poema de su amiga la escritora norteamericana Helen Hunt Jackson), “La perla de la mora” y el célebre y tan recitado en todas las escuelas “Los zapaticos de rosa”.
De Ismaelillo rescata: “Príncipe enano”, “Sueño despierto”, “Mi caballero”, “Hijo del alma” y “Valle lozano”. Los autores de la selección también bucean en el universo de los Versos Sencillos de Martí, quizás su obra más preciada a niveles populares, y suman a este libro textos como el poema L (“Yo soy un hombre sincero”), el III (“Odio la máscara y el vicio”), V (“Si ves un monte de espumas”), VI (“Si quieren que de este mundo”), IX (“La niña de Guatemala”) y el célebre poema X que todos conocemos como La bailarina española.
No quedan fuera de este inventario el poema XIV (“Yo no puedo olvidar nunca”), o el XV (“Vino el médico amarillo”), así como los poemas XXIIL (“Yo quiero salir del mundo”), XXIV (“Sé de un pintor atrevido”), XXV (“Yo pienso, cuando me alegro”), XXVI (“Yo que vivo aunque me he muerto”), XXVII (“El enemigo brutal”), XXX (“El rayo surca, sangriento”), XXXIV (“¡Penas! ¿Quién osa decir?”), XXXVIIL (“¿Del tirano? Del tirano”), XXXIX (“Cultivo una rosa blanca”) y finalmente el poema XLIV (“Tiene el leopardo un abrigo”).
Es obvio que, como bien dice Carmen Suarez León en su excelente pórtico, en estos versos del apóstol sobre todo destaca el amor: “En todas las composiciones la noción del amor como compromiso salvador, como brújula de lo humano se halla tejida a la brotación misma de las imágenes”.
Para nadie puede ser secreto que el amor fue el sentimiento que más presidió la vida y obra de José Martí. Fue un hombre amado y que mucho amó a sus semejantes. Un hombre de su tiempo y que trasciende todos los tiempos que seamos capaces de imaginar, porque su legado de amor es insuperable y tangible en cada uno de estos y otros tantos versos que, en la prisa entre un mitin y una carrera, en un viaje u otro, portando dinero para la causa independentista o visitando a un amigo enfermo, este ser extraordinario fue capaz de prodigar a sus semejantes.
Este es un libro de amor, por cuanto en él está escrito, por la intención de sus gestores y de la editorial que se honra en publicar las obras del maestro y por el sentimiento que despertará en cada niño que se deje atrapar por sus páginas.
Leer a Martí nos enriquece, nunca somos los mismos tras captar sus mensajes, le amamos más y le respetamos mejor. Releerlo muchas veces nos puede hacer mejores personas, sobre todo en este mundo y en este tiempo donde pocas veces los ángeles encuentran un tibio nido donde cobijarse.
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