
Marcelo Pogolotti, desde muy temprano, concibió el arte como una intensa expresión de la conciencia de una época. Para él, la creación artística no podía verse asumida como un mero hecho del ejercicio pictórico. El artista, si lo es verdaderamente, solo puede desplegar su lenguaje pictórico a partir de una sólida y profunda cultura. Su interés por la lectura, no sólo literaria, sino en toda su extensión, especialmente la filosófica, le dio las bases necesarias para poder interpretar no solo los diferentes movimientos artísticos, sino también la interrelación que se produce entre los mismos. La cultura sedimentada a lo largo de su vida le permitió enfrentar una nueva manera de representar el mundo:
Pintaba con palabras haciendo uso de su nutrida paleta traducir acciones, pensamientos y estados de ánimo, o sea, contrayéndome lo más posible a lo que es privativo de las letras pero sin dejarme tentar demasiado por la seducción del colorido. Transfería, sin perder de vista los deslindes, el gusto del pintor por la literatura, cosa perfectamente posible, ya que la sensibilidad de aquel puede conjugarse con la del escritor en una misma persona, de suerte que la tendencia estética no varía, a menos que así lo quiera el sujeto. Conservé, pues, en buena medida, el carácter despojado y recio del punto culminante de mi pintura. Creo que a lo largo de un tramo considerable existe cierta correspondencia entre mis cuadros y mis escritos, no obstante las modalidades ulteriores.[1]
En La pintura de dos siglos su primer libro, publicado en La Habana en 1944, se advierte esa intención filosófica que caracteriza a su obra ensayística. El crítico y profesor de arte Luis de Soto y Sagarra, al valorar este ensayo dice: «Hoy Pogolotti nos ofrece otro estudio que es el fruto, no de una erudición adquirida a través de copiosas lecturas, sino de ciencia y experiencia vividas también, fruto madurado al calor de la consideración directa de las obras, de la honda meditación de un cultivado espíritu filosófico y de una fina sensibilidad de artista, sabroso fruto que desprende de su huerto interior para brindárnoslo con ademán generoso».[2]
Años después aparecieron sus libros Puntos en el espacio. Ensayos de arte y estética con diseño de cubierta de María Elena Jubrías y Época y conciencia aparecidos entre 1956 y 1961. Este último vio la luz en México y nunca ha sido publicado en Cuba a pesar de ser uno de sus libros teóricos de mayor solidez. Por tanto, se necesitaba una cultura más allá de la mera visualidad. Me atrevo a decir que no ha habido en Cuba, ningún creador de las artes visuales que se pueda equiparar a en obra escrita a Marcelo Pogolotti. Su pintura, por lo demás, es única dentro del panorama de las artes visuales en la Isla. El único cubano que formó parte del movimiento futurista italiano y que firmó sus manifiestos. Pero ningún pintor cubano, hasta el momento, nos legado una escritura tan variada, profunda y aportadora, de la cual, por cierto, el público cubano del presente ha estado prácticamente privado por falta de reediciones.
Su prosa de ficción es totalmente desconocida en la Isla hoy. Integrada por novelas como La ventana de mármol (1943), El caserón del Cerro (1961), publicada tardíamente porque fue escrita veinte años antes; Estrella Molina (1944), sin lugar a dudas el texto más significativo y depurado de la vanguardia literaria cubana. A todo esto se añaden cuentos y una comedia que recogió en Los apuntes de Juan Pinto (1951) y Segundo remanso (1948). En 1963 publicó en México su último texto de ficción, Detrás del muro, calificado por él como cuento-novela. Paralelamente, produce una prosa reflexiva de amplio espectro temático.
El periodismo es una de las zonas menos conocidas de Marcelo Pogolotti. Quizás sumen más de mil las colaboraciones publicadas entre el Diario de la Marina y El Mundo y luego, en los años setenta, ejerció este oficio para El Sol de México. No hizo solamente crítica de arte, sino que tocó los más diversos temas. Incursionó en la economía, de la cual dijera en su texto «Lo básico», el 19 de mayo de 1959: «Si la economía no llega a ser una ciencia, tal vez tenga algo de arte. Esto resulta tanto más cierto si se le atribuye una finalidad humana, convirtiéndola en algo viviente. La economía pura no pasa de ser una quimera».[3] No obstante, todo ese material que pudo ser compilado corre el riesgo de perderse para periodistas, críticos y público en general.
No es posible abordar en tan reducido espacio toda la ensayística de Marcelo Pogolotti, pero sería imperdonable no referirme a La clase media y la cultura publicado en México en 1970. Este es un libro que abre caminos para el estudio de los procesos culturales en el continente. Así lo demuestra su ensayo «El meridiano de México». El estudio de figuras como Justo Sierra y José Vasconcelos es una muestra de cómo, en el criterio de Pogolotti, la conciencia de una época debe ser asumida en su diversidad sistémica y contradictoria. Estudia la obra de Agustín Yáñez La tierra pródiga de la que afirmó: «Esta novela sí es barroca».[4] Entra así Marcelo Pogolotti en el reducido grupo de escritores cubanos e intelectuales cubanos interesados en meditar sobre las aristas teóricas del barroco como impronta del arte continental: José Lezama Lima, Alejo Carpentier y Severo Sarduy. De manera que la inquietud por el barroco tiene su antecedente en Cuba en la obra de Marcelo Pogolotti.
Dueño de una escritura fundadora tanto por su afán de renovación narrativa, como por la densidad de su reflexión ensayística, Pogolotti es un intelectual cabal en el panorama de nuestra cultura. Ha sido el primero de la Isla y hasta ahora el único en escribir una teoría del arte. Acercarse a su obra significa dialogar con una de las mentes más amplias, cultas, penetrantes y éticas de nuestra historia cultural. No basta recordarlo, pues, sino leerlo con urgencia y rescatarlo para nuestra cultura.
[1] Marcelo Pogolotti: Del barro y las voces. Ed. Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1982, p. 378.
[2] Luis de Soto y Sagarra: «Presentación», en: La pintura de dos siglos. Publicación separada de Universidad de La Habana, 1944, p. 6.
[3] Marcelo Pogolotti: «Lo básico», en: El Mundo, La Habana, martes 19 de mayo de 1959, p. A-4, 3era columna.
[4] Marcelo Pogolotti: «El meridiano de México», en: La clase media y la cultura. México, B. Costa-Amic, Editor, 1970, p. 103.
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