
Foto tomada del periódico 5 de septiembre
Hijo de una familia campesina de raíces españolas, estuvo desde niño unido a esos cantares que después se criollizaron para crear la décima. Ya desde su adolescencia su fama era notoria hasta cambiar su nombre de Jesús Orta Ruiz por el de Indio Naborí, como tributo a nuestros primeros descendientes.
La crítica lo sitúa en la fusión de lo popular y lo clásico, pues él no se quedó en la mera observación y leyó cuanta poesía, ensayo, y literatura pudo obtener, pues debe dejar sus estudios a temprana edad para dedicarse al oficio de zapatero, cuidador de ovejas y dependiente de comercio.
Sus poemas han sido traducidos a diversos idiomas entre ellos al inglés, chino, checoslovaco, etc. La voz del Naborí se destaca porque pudo tomar lo mejor del folclor campesino cubano y elevarlo a la más alta categoría estética del lenguaje culto y expresivo, sin olvidar los símbolos más cubanos. Con su don recorre temas diversos, no solo el campesino, sino el social y el autobiográfico.
Su prosa es también muy abarcadora, temas periodísticos, prólogos, ensayos y estudios de tradiciones, pues tuvo grandes influencias de Nicolás Guillén, Manuel Navarro Luna, Raúl Ferrer, Mirta Aguirre, Juan Marinello, Abel Santamaría, Raúl Gómez García, Jesús Montané, a quienes conoció personalmente.
Son de su autoría: «Pequeño dios», «La misma estrella», «Estampas y elegías», «Boda profunda», «Magia», «Al son de la historia», «El huésped», «Con tus ojos míos», «La fuga del ángel», entre otros.
Leyendo su obra pareciese que Naborí estuvo viviendo en lo más intrincado de los montes de Cuba, pero no fue así, La Habana fue la que lo vio nacer, en el municipio de San Miguel del Padrón, en Zapote, reparto Juanelo. Pero no hubo nada que no viera, sino cubanía en cada matiz verde que le brindó la tierra.
Muere ciego, a los 83 años de edad, el 29 de diciembre de 2005 este gran repentista de la palabra hispánica y cubana.
Madrigal de la neblina
No hay iris. Se difumina
el color de las violetas
y convivo con siluetas
en un mundo de neblina.
Una mujer me encamina
y de guijarros y abrojos
va librando mis pies flojos…
¡Ay, quién me diría que
los ojos que ayer canté
hoy fueran mis propios ojos!
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