Haber conocido a don Fernando G. Campoamor es un honor que me complazco en proclamar. Fue ya en los años altos de su vida, cuando era una leyenda establecida dentro del periodismo cubano del siglo XX, y estaba reconocido como historiador del ron. Su figura, su bonhomía, su buen decir, permitían compararlo con un hidalgo de siglos anteriores. Pero estaba además su cultura admirable y su prosa, muy digna de leerse con el propósito de aprender.
Campoamor, el casi mítico Campoamor amigo de Hemingway, veía apagarse su existencia en el oficio de editor en la Editorial Científico Técnica, donde se le admiraba y dejaba hacer en la seguridad de que cada coma que pusiera estaba avalada por su experiencia, maestría y prestigio. Amable, simpático, sencillo, don Fernando para nada se creía su condición de «personaje célebre». Pese a ello, hoy día vive el sueño eterno, o casi eterno, de los olvidados, inserto como tantos en la vorágine de quienes manejan la desmemoria. Para quien redacta, sigue siendo un personaje inolvidable, de los que honran con su presencia, y mucho lamento no haber tomado nunca una copa con él.
Lo distinguía su empaque natural, porque aun en su casa, sin trajear y tomado por asalto, ofrecía la imagen (palabra y talante incluidos) del caballero reposado, cordial y de mundo que cuantos le observábamos —y de esto hace unos cuantos años, amigo lector― en la foto de contraportada de la revista Cuba (cabello entrecano, mirada medio risueña, bigote castaño, una copa entre los dedos y la botella de Havana Club 7 años a su lado), esperábamos encontrar en él.
Viajero del mundo, corresponsal de no sé cuantos periódicos de no sé cuántos países, conversador incansable y sapiente, era un hombre de conocimientos universales.
Había nacido en Artemisa, el 4 de junio de 1914, pero desconocía este redactor que la Ge misteriosa antepuesta al segundo apellido era útil para omitir un muy hispánico aunque un tanto común González.
Graduado de Doctor en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, fundó en Artemisa una revista a la cual nombró Proa. Su hoja de servicios al periodismo incluyó las responsabilidades de atender la plana cultural de la publicación Pueblo, entre 1937 y 1939; jefe de redacción del Diario Nacional, en 1946 y jefe de la plana política del diario Alerta.
Fue también corresponsal de O Cruzeiro, de Brasil; de Paris Match, francés, y de El Nacional, de Venezuela, aval envidiable para cualquier periodista. Viajó por el continente americano, también por Europa, y obtuvo los premios periodísticos Juan Gualberto Gómez, Álvaro Reynoso y Enrique José Varona, lo cual dista bastante de ser poco en un currículum.
Si de colaboraciones se trata, pueden hallarse en Bohemia, Revista Bimestre Cubana, Revista Cubana, Lyceum, Gaceta del Caribe, El Mundo, Universidad de La Habana, Casa de las Américas, Unión, La Gaceta de Cuba, Trabajadores… Sus artículos podían además leerse en varias publicaciones de Hispanoamérica, lo cual hizo de él uno de los periodistas cubanos más conocidos internacionalmente de su tiempo.
En sus últimos años también puso su inmensa sabiduría al servicio editorial cubano, sin desligarse por ello de la prensa.
El Campoamor más cercano al lector de estos días es el que se halla en libros como El hijo alegre de la caña de azúcar (biografía del ron cubano), de 1981, con más de una edición, libro ameno, instructivo y revelador de la historia de una bebida cuyas raíces se imbrican en la cultura nacional, y del cual escribió el ensayista cubano Manuel Moreno Fraginals que es «una feliz mezcla de poesía y erudición».
Fue también autor de otros libros: Discurso al hombre (1939); Archipiélago (1941); Vendimia en capricornio (1941); Azucárate, hombre aparte (1941); Órbita de España (1943); , Que su llama nos queme (1953) y algunos más. No ha de quedar en el tintero un libro muy útil: Coctelería Cubana – 100 recetas con ron, que lleva cuando menos cinco ediciones y que recomendamos no deje de consultar porque puede en ciertos momentos ser muy socorrido en casa.
Fernando G. Campoamor murió el 29 de diciembre de 2001, es decir, hace 20 años.
Maestro, desde las páginas digitales de Cubaliteraria lo recordamos con admiración.
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