
Texto publicado en 2020 como homenaje a los 60 años de su muerte
El poeta Rolando Escardó fue un espíritu inquieto, indagador, cuyas preocupaciones sociales y políticas eran incompatibles con la vida muelle.
Involucrado en el proceso revolucionario, perseguido y detenido, en 1958 salió de Cuba y se dirigió a Mérida, Yucatán. En la nación azteca se hallaba al triunfo de la Revolución, entonces regresó, en el propio año 1959 y fue designado teniente del Ejército Rebelde, con la responsabilidad de jefe de Zona de Desarrollo Agrario, encargado de organizar las cooperativas de carboneros de la Ciénaga de Zapata, ¡que entonces era una verdadera y olvidada ciénaga!
Los empeños de Rolando quedaron truncos el 16 de octubre de 1960 —hace ahora justo 60 años[1]― en un accidente automovilístico en Jagüey Grande. Se encontraba entonces en la organización del Primer Encuentro Nacional de Poetas, a celebrarse en Camagüey. Tenía 35 pero en modo alguno era un poeta desconocido.
El ensayista Enrique Saínz lo ha definido como un
poeta conversacional y mucho más, de una intimidad que él sabía suficiente para comprender y comprenderse, poeta del diario vivir en sus acciones más simples y al mismo tiempo más misteriosas, y poeta asimismo de experiencias que se confunden con el hambre, el insomnio, la sed, el miedo, de tan entrañables e imprescindibles y desconocidas.
…Aguántenme esta tarima en donde estoy subido
que no se incline a un lado y caiga o cuelgue
mi ardoroso cuerpo.
Aguanten una pena
Aguántenme
que no quiero que pase y suceda lo de siempre
caer sin cumplir.
Aguanten la tarima
ayúdenme a aguantarla
que ya ha caído antes y no quiero jamás.
(Poema «Equilibrios»).
La muerte del poeta que en vida no llegó a publicar ningún libro sí generó una pronta valoración de su obra, recogida en varios textos: Libro de Rolando, con prólogo de Virgilio Piñera, de 1961; Las ráfagas, prologado por Samuel Feijóo, también de 1961; Antología mínima, prologada por Félix Pita Rodríguez, de 1975; Órbita de Rolando Escardó, con prólogo de Luis Suardíaz y Obra poética, cuya selección y anotaciones corrieron por Enrique Saínz. La lectura hoy día de sus versos nos acerca a su intimidad y comunica la intensidad de su quehacer más allá de la literatura, como hombre de su tiempo.
Con fecha 31 de octubre de 1960 escribió José Lezama Lima sobre Escardó:
Su verso nos da la sensación de algo que se sujeta trágicamente con las dos manos, mientras un rumor parece invadir el amargo sembradío de cactáceas, como el sombrero aguantado con los dientes por los ganaderos de reses bravas.
Uno y otro juicio, el de Saínz y el de Lezama, revelan la impronta dejada por Rolando entre colegas, compañeros de trabajo, lectores de sus poemas. Y es una huella que no puede perderse. He aquí una muestra de su cuerda lírica, en «Poema de tu presencia»:
Estás en mí y aunque tú no lo sabes yo estoy sobre tu amor sin que tú lo presientas. A veces te me acercas caminando en un sueño y a veces nos amamos plenamente, sin miedo y muchas veces, siempre te vas, cuando despierto.
De formación básicamente autodidáctica, hizo los estudios primarios en Camagüey, donde nació el 7 de marzo de 1925. También en el Camagüey natal transcurrieron los años de juventud, con lecturas marcadas por su apego a la poesía de José Martí, de quien llegó a editar una selección de versos en 1951.
Quizá intuyendo que su vida no sería larga, como tantas veces sucede con quienes tienen algo, o bastante, de soñadores y de constructores, Rolando quiso dejarnos un muy ajustado autorretrato no exento de un humor acre, contenido en el poema «La noche cae en mi alma»:
Rolando en la ciudad de años
confuso, amianto, sí, amianto
son mis carnes,
mi cuello y brazos largos.
Y mi alargado rostro de mamey,
la nariz como un pico sobre el labio
que ostenta un bigote de azafrán,
cuelga.
Queda la invitación a leerlo, queda este modesto homenaje, y queda la memoria, que siempre salva y recupera.
[1] Hace 62 años, pues este es un texto publicado en 2020 como homenaje a los 60 años de su muerte.
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