Habría que estar de acuerdo con que la eternidad existe. La física cuántica y la cosmología especulativa podrían dar fe del aserto, así como puede hacerlo la poesía. Parece que en la Tierra y en el espacio cósmico cercano más conocido, somos la única especie con capacidad de sentirla, de saberla.
Saber propiamente, no se sabe. ¿Cómo podría aprehender la eternidad un ser tan efímero que apenas dura unas ochenta vueltas de la Tierra alrededor de su Sol? Lo que sabemos es que el cambio constante en el espacio-tiempo, y aun los supuestos flujos del o los multiuniversos, son resultado de la eternidad. O viceversa.
Aquí, en la Tierra los humanos nos juramos «amor eterno», o nos despedimos «hasta la eternidad» cuando alguien amado muere. Tenemos esa fe. No todos, pero en sentido general la tenemos. Vivir es un acto de progresión, evolución y trasmisión de genes, pero morir es una labor de disgregación: nos disolvemos. Es lo que mejor se sabe. De modo que el concepto de eternidad no parece estar ligado al de la vida personal, aunque quizás lo esté en su difusión cósmica el ser mortal viajando hacia las estrellas.
El fluido eterno resulta de la sucesión constante de lo efímero. La energía invisible pasa a ser materia visible y luego se disgrega. Los ladrillos elementales no están quietos jamás, vibran, y de esa vibración resulta todo. La manera de ver esto desde los antiguos griegos hasta Pascal o Nietzsche resulta la poesía pensadora de una especie curiosa e intranquila, que deja a sus genes, a sus neuronas, el libre pensamiento y la figuración con o sin pruebas posibles. El comodín del concepto Dios, variable en cada grupo humano, envuelve el asunto en el misterio insondable solo apto para Él. Ya creíamos de diversos modos en Su existencia cinco mil años antes de esta era, y parece que seguiremos su ruta creativa por el cosmos.
El concepto de eternidad pasado por los credos humanos se convierte en algo relativo e incompleto, en buena medida misterioso y especulativo. El dicho de que es eterna la obra de Shakespeare, y con ella el nombre del autor, se opone a la idea de Jorge Luis Borges de que habrá un último hombre que lo lea. Si leemos sucesos acaecidos hace unos cinco mil años mediante la Biblia o a través de Homero, ¿qué se leerá cinco mil años por delante? ¿Existirá por entonces una especie llamada humana? ¿Llegará ella a evolucionar al grado tal que pueda vivir como las secuoyas y otras especies arbóreas que alcanzan más de un milenio? ¿Seremos también marcianos y titanios o alguien de más allá del sistema solar? Para ello quizás haya que desplegarse hacia un cuerpo que no tenga frágiles hígados, enfermizos páncreas, delicados riñones, complicado aparato digestivo, asustables pulmones, feble corazón, un ser capaz de vivir milenios para viajar por el cosmos y hallar respuestas, y aprehender nuevos misterios y hacerse nuevas preguntas.
Casi todas las religiones terrestres (¿hay otras?) se basan en la inmortalidad del alma. Si Dios es la Vida Eterna, hay que aspirar a ella, y el camino, según cristianos y musulmanes, es la salvación. Pero tal Vida es solo terreno de seleccionados y hasta de predestinados: «son muchos los llamados y pocos los elegidos». Esta inmortalidad selectiva pesa sobre la cabeza de la especie humana. Entonces hay eternidad, pero es necesario ganársela y para eso contamos solamente con la praxis de una vida muy efímera aquí y ahora.
El materialismo, sobre todo el filosófico, suele afirmar que nada es eterno, nada se «salva» de la disolución material que llamamos muerte. Nada es inmortal. Incluso el concepto de nada es bien discutido: no existe la nada. Todo es mortal y todo carece de eternidad, es sucesión de lo efímero, hay un tiempo medido, promediable, para cada unidad de vida o de cualquier cuerpo material, incluido los soles y las galaxias en escalas enormes. Quizás tales ideas ya sean propias de un Perogrullo de la era nuclear. Pero acuden a los ríos de la eternidad.
Si el tiempo no es eterno ni el espacio tampoco, hay que advertir a la eternidad como una dimensión superior al universo habitable, al único que conocemos. La poesía se ocupa de la imaginación, la especulación y el sueño más allá de la física conocida, y hasta de la propia metafísica. La eternidad se transforma así en territorio de la poesía. Una buena metáfora: «te he estado esperando una eternidad». Una buena especulación: «el alma es eterna», u otra: «la poesía es imperecedera».
Tras alguna gran explosión apareció lo que llamamos espacio, y con él, el tiempo. O al revés, el tiempo fundado en ese acto continuado y explosivo creó el espacio, o nacieron juntos. Y ambos deberían paralizarse, enfriarse, disolverse o dar materia (energía) para el surgimiento de un nuevo Big Bang: otro universo. ¿Habitable, o sea, capaz de generar vida? He aquí la especulación o la búsqueda «eterna» de saber de dónde venimos, hacia dónde vamos: filosofía, religión y poesía se aúnan en la prodigiosa imaginación, en la búsqueda de derrotero, en el ansia «infinita» de saber.
Ya se ha dicho que lograr ser «eternos» en la materia que forma nuestros cuerpos parece imposible. Dejamos la tarea al alma, que debe ser inmortal, aunque no sepamos de qué está ella formada para durar tanto. Parece también que ser eternos bajo los mismos problemas que arrastramos de por vida, puede ser más una tortura que un premio. Incluso aunque seamos seleccionados para habitar un paraíso cósmico, ¿cómo ser felices dejando detrás a las personas amadas que no fuesen escogidas? ¿Somos un tipo de Job capaz de hallar en una nueva familia el reemplazo perfecto de la que perdió?
Los conceptos de eternidad y felicidad se tornan de alguna manera contradictorios. Un verso de Blas de Otero nos pone en solfa: «¡Pobres mortales, tristes inmortales!». Una idea de Rousseau nos deja atónitos: «Si nos ofrecieran la inmortalidad en la Tierra ¿quién querría aceptar esta triste dádiva?». Mejor situarla en el Paraíso, sitio ignoto si fuese un sitio, y para ello, con Voltaire: «Si Dios no existiera, habría que inventarlo». Jorge Luis Borges, que resume todo en metáforas e imágenes, resuelve el problema definidor de la eternidad: «…la eternidad es una imagen hecha con sustancia de tiempo». Poesía, dinos tú: ¿qué es imagen, qué es sustancia y qué resulta ser el tiempo?
Visitas: 196
Deja un comentario