Este 9 de junio se conmemoró el 150 aniversario del fallecimiento del gran novelista inglés nacido en Portsmouth. Cuentan que en su funeral se distribuyó un epitafio que bien le valdría como resumen exacto de su vida y su obra: «Fue un simpatizante del pobre, del miserable y del oprimido, y con su muerte el mundo ha perdido a uno de los mejores escritores ingleses».
Sobre el autor de obras tan memorables como Oliver Twist (1837-1839), Canción de Navidad (1943) o David Copperfield (1849-1950) opinó en una ocasión José Martí:
La fama del inmortal novelista, lejos de decrecer o de permanecer estacionaria, va cada ven en aumento, y puede afirmarse sin exageración que es el más popular de los escritores ingleses del presente siglo. Por la viveza de su colorido, la gracia chispeante de sus figuras y la animación y fidelidad de sus cuadros, Dickens es el Goya literario de su patria y de su tiempo.
Esta descripción tan sencilla y exacta fue motivada por una colección de cuentos de Dickens aparecida «entre el cúmulo de libros nuevos que ven la luz pública todos los días, en su mayor parte novelas, de que tan fecunda se muestra la literatura inglesa contemporánea» como señalaría el apóstol.
Estas consideraciones martianas sobre el mayor exponente de la escritura decimonónica inglesa fueron plasmadas el 5 de diciembre de 1881 a poco más de una década de su fallecimiento. Aunque estas serían las más famosas palabras martianas sobre Dickens, la primera mención data de dos meses antes en La Opinión Nacional:
En Delmónico han comido Jenny Lind, la sueca maravillosa; Grant, que después de un banquete recibió a sus visitantes bajo un dosel; Dickens, a quien un vaso de brandy era preparación necesaria para una lectura pública, y dos botellas de champaña, bebida escasa para un lunch común.
Un profundo sentido autobiográfico y de crítica social recorren las obras de este autor, de origen humilde y de formación autodidacta. Desde su infancia conoció el rigor del trabajo fabril y la compleja vida de las clases trabajadoras. Circunstancias que describió y denunció a través de su pluma.
Con 26 años ya el periódico donde laboraba publica en folletines su obra Los papeles póstumos del Club Pickwick¸ a la que le seguirían Oliver Twist y Nicholas Nickleby. Conocedor de la calidad de este autor, Martí elige el que sería el más útil de sus escritos:
Pickuick, es sin duda la más intencionada e instructiva de sus obras; es un caleidoscopio social, en que se reflejan las escenas más características de la Inglaterra moderna, y su lectura proporciona mayor conocimiento de los usos, costumbres y peculiaridades de la sociedad inglesa, que muchos años de residencia en el país.
El gusto por esta pieza literaria no ciega al cubano en el reconocimiento de las cualidades que hicieron al inglés asegurarse un escaño en el panorama literario universal:
Dickens, con su pluma juguetona ha sido el abogado más enérgico y eficaz de grandes reformas introducidas más tarde y bajo su iniciativa, en la condición material e intelectual del pueblo. A través de su sátira fina y delicada se descubre una naturaleza sincera y vehemente en guerra con los abusos e injusticias sociales (…).
Como discípulo agradecido, el escritor cubano dentro de su extensa obra periodística evoca al autor de Tiempos difíciles (1854) y La pequeña Dorrit (1855-1857) al menos en dos ocasiones más. En 1884 se dolía ante el insuficiente espacio del diario La América:
Ni enunciar nos es dado siquiera todo lo que contiene este número (…) en que hallarán gozo los amigos del perspicaz y benevolente Dickens, donde cuentan cosas de él y cómo uno de sus libros fue enriquecido con dibujos.
Y cinco años más tarde, al escribir a un diario mexicano, aún lo mantenía presente:
Se ha de hacer con los pueblos lo que los maliciosos hacían con los pianos públicos de los Estados Unidos en el tiempo en que les censuró Dickens que les cubrieran las piernas a los pianos: levantarles las coberteras. De las raíces suben los pueblos; y hay que formarlos, que rehacerlos sin cesar, que estudiarlos en las raíces. Ni la gacetilla es medida propia de pueblo como este, ni la envidia gruñona, ni la antipatía raquítica, ni la admiración recién llegada. No son los Estados Unidos de ahora como cuando Dickens (…).
A siglo y medio de su fallecimiento los lectores cubanos, que hemos accedido a sus obras entre las novedades de las ferias del Libro, sienten como suyas las ideas con las que Martí cerró el espacio dedicado a Dickens:
(…) es tal a veces la dificultad de distinguir entre el chiste y el sarcasmo, que al leer algunas de sus páginas no se puede menos de exclamar pensando en el autor: «Ríe con las lágrimas en los ojos, o llora con la risa en los labios».
Foto tomada de Periodista en español
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