Con la declaración de guerra que le hizo Alemania a Rusia el primero de agosto de 1914 se inició la Primera Guerra Mundial entre las principales potencias europeas. Por aquellos años el gobierno cubano del Partido Conservador, encabezado por Mario García Menocal, debió hacer frente a la situación de guerra internacional. En este contexto se generaron cambios en la economía dirigidos a respaldar los intereses de Cuba y los Estados Unidos mediante zafras cuantiosas que pudieran contrarrestar la merma en la producción de azúcar de remolacha. En esas circunstancias Cuba, que en 1913 producía el 13,98 % del azúcar mundial, hacia 1919 llegó a aportar el 24,56 % de la misma. Estas altas producciones se vieron estimuladas por el alza de los precios del dulce que pasaron de un promedio de 2,05 centavos por libra en 1913 a uno de 5,18 centavos en 1919.
En medio de este periodo de bonanza que se denominó «vacas gordas», el trust estadounidense refinador de azúcar se llevó buena parte de las ganancias que debieron corresponderle a los productores cubanos. A través de la producción azucarera de Cuba los Estados Unidos ejercían una influencia importante en la formación de los precios mundiales del azúcar, desplazando a Hamburgo como capital del mercado internacional de este rubro alimenticio. Desde esa ciudad europea, en los primeros años de aquella conflagración, se mantenían altos precios pero los Estados Unidos vendían el azúcar cubana a cuantías un poco más bajas para ganar la competencia. Posteriormente, debido al creciente aumento de la demanda, los valores del dulce tuvieron un ascenso vertiginoso.
A la postre los Estados Unidos impusieron un mayor control a las ventas de azúcar cubano por medio de la Junta de Igualación del Azúcar que monopolizó su comercialización y puso un precio tope a las ventas cubanas del orden de solo 4,74 centavos por libra. Por medio de esta institución monopólica, los Estados Unidos vendieron a los refinadores ese propio crudo a razón de 7.28 centavos con lo cual obtuvieron ganancias netas de 42 millones de dólares.
En tanto, el monopolio de las industrias refinadoras de azúcar de los Estados Unidos ―también conocido como el «Trust del azúcar»― obtuvo fabulosas ganancias con lo cual se convirtió en otro poderoso agente intermediario de las ventas del dulce. Sin embargo, su posición privilegiada comenzó a declinar de enero a mayo de 1920 cuando la Junta de Igualación del Azúcar cesó en sus funciones de intermediario y se aprobó la libertad de contratación del azúcar; en esos momentos los precios del crudo cubano alcanzaron niveles de 24 centavos la libra. En esas circunstancias los refinadores tuvieron que pagar precios más elevados por su materia prima y fue así que decidieron paralizar las compras hasta que no tuviera lugar una baja de las cotizaciones.
Cuando el Trust del azúcar esperaba por la reducción de los precios del crudo tuvo lugar un déficit en el mercado interno estadounidense porque muchas de sus producciones se habían dirigido a Europa con lo cual continuaron subiendo los precios en Norteamérica. En esa coyuntura los productores cubanos, para contrarrestar las campañas de las refinadoras estadounidenses dirigidas a rebajar los precios del crudo, retuvieron los azúcares de la zafra de 1919 a 1920 para hacer que subieran sus valores. Uno de estos miembros de la burguesía azucarera opinaba: «Podemos fijar precio mínimo para la venta de nuestros azúcares y esto pudiera ser uno de nuestros mejores remedios». Los hacendados y colonos constituyeron un Comité de Venta que propuso la construcción de fábricas refinadoras en nuestro país y la venta directa de azúcares a Europa. Sin embargo, por diversas razones, esos objetivos no se pudieron cumplir.
El Comité de Ventas de los azucareros cubanos tuvo el respaldo de la mayoría de los bancos establecidos en la isla pero el éxito de su estrategia dependía de que en el corto plazo los precios subieran a un nivel superior para en esa oportunidad vender los azúcares retenidos. Era una maniobra especulativa en la cual los productores cubanos querían tomar distancia del control de los monopolios estadounidenses. Los hacendados y colonos cañeros ejecutaron esta maniobra sin conocer a profundidad el peligro que podía representar la presencia activa de otros competidores en el mercado estadounidense. Estos nuevos proveedores de azúcar de las más diversas latitudes en muy poco tiempo realizaron ventas a precios favorables mientras los productores cubanos se abstuvieron de hacerlo esperando negociar montos más elevados. Un «banquero anónimo» indicaba a la prensa nacional que: «La industria azucarera no está en crisis, sino los especuladores que no quisieron vender a 23 centavos. Vender a 8 es un gran negocio, el costo de producción es menor de 6».[1]
Los bancos cubanos y españoles adelantaron casi todo su capital a los hacendados y colonos de la isla para alcanzar una alta molienda en 1920 con la esperanza que los precios subirían más. Las instituciones bancarias arriesgaron mucho, no previeron que se pudiera conformar un escenario en el cual no pudieran recuperar el dinero adelantado para las zafras de 1919 y 1920. Los bancarios, unidos estrechamente a los hacendados y colonos, confiaron demasiado en sus posibilidades y llegaron a asegurar que esperarían todo el tiempo que hiciera falta sin que su dinero sufriera lo más mínimo.
En agosto de 1920 se comenzaron a percibir síntomas de que no se iban a recuperar los precios del azúcar crudo en el mercado de Nueva York. Ello condujo a la aprobación del decreto de moratoria bancaria dictado por el gobierno de Mario García Menocal en octubre de 1920. Mediante esa ley de aplazamiento de pagos se pretendían evitar que se desatara el pánico bancario en los accionistas quienes, tan pronto se dieron cuenta de que el precio del azúcar descendía, se lanzarían a hacer efectivos cheques que ya no tenían respaldo financiero porque se habían concedido a la espera del ascenso de los precios azucareros.
La permanencia de la moratoria implicaba una parálisis de la economía y creaba un caldo de cultivo para las protestas y revueltas obreras ya que no se podía extraer dinero para el pago de nóminas de fábricas y otras entidades comerciales. Las esferas usureras del país no supieron apreciar a tiempo la crisis que les acechaba y el Banco Nacional, que atesoraba los fondos del gobierno cubano y de múltiples empresas, el que más debió estar alerta.
Por otro lado, a pesar de la mora decretada, los bancos estadounidenses y canadienses no suspendieron el pago a los depositantes porque recibieron recursos financieros de emergencia desde sus casas matrices. No obstante, los Estados Unidos estaban molestos con la moratoria que había dictado el gobierno cubano porque impedía la continuación de las operaciones comerciales y financieras en el plano macroeconómico con lo cual también se afectaban sus intereses en la isla.
Menocal pretendía dar un margen de tiempo a la espera que los precios azucareros se recuperaran y que la banca no quebrase. El gobierno cubano estaba en una situación comprometida debido a la actitud asumida por la burguesía criolla que, en su ambición por aumentar la renta azucarera, apeló a una maniobra especulativa con el apoyo de la banca cubana y española. El Comité de Ventas de los hacendados y las instituciones bancarias no prestaron la debida atención a los cambios en el mercado internacional y lo apostaron todo a una arriesgada maniobra acaparadora del azúcar en los puertos. Tampoco los hacendados cubanos pactaron con productores del resto del mundo una política dirigida a mantener altos los precios aunque ciertamente ello era difícil dentro de la lógica del sistema liberal imperante.
En la práctica era muy difícil librar de la bancarrota a las entidades más comprometidas. Surgieron varias propuestas para enfrentar la crisis como las de los congresistas Dolz y Tarafa. Las soluciones ofrecidas por estos políticos dependía de una concesión crediticia a la banca cubana por su contraparte estadounidense; con ello el país se endeudaría todavía más. La suscrita por Dolz incluía hacer un cambio de moneda y limpiar las finanzas lo cual podía generar inflación de precios e inestabilidad económica; en tanto la de Tarafa proponía el establecimiento del sistema de la reserva federal estadounidense en Cuba. El Secretario de Hacienda del gobierno, Leopoldo Cancio, había renunciado por no compartir ni la política de moratorias prolongadas ni las propuestas de Dolz y Tarafa.
El solo hecho de que Cuba, en razón del Tratado de reciprocidad comercial con los Estados Unidos, tuviera la ventaja de pagar aranceles más bajos a su azúcar no garantizaba que otros productores de la región pudieran competir con cierta ventaja. Fue así que países de poca tradición azucarera como México y Argentina ocuparon el espacio de los productores cubanos del dulce. El Comité de Ventas había ordenado la retención de su producción en los puertos sin poder reaccionar a tiempo para revertir la nueva situación de caída de los precios.
El Comité de Ventas de azúcar de los hacendados cubanos, en su afán por asegurar ganancias máximas al país, cometió el error de jugar con las mismas cartas de los Estados Unidos que no eran otras que las de la especulación desenfrenada. Cualquier salida propuesta terminaba enredada en la red de la estrecha dependencia de Cuba a los Estados Unidos.
Nota
[1]Primelles, León: Crónica cubana.1919-1922.Ed Lex, La Habana, p.246.
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