Si digo María Mercedes Loynaz y Muñoz pocos la reconocerán, si digo que nació un 10 de diciembre del mismo año en que nació nuestra república atada, quizás, pero si digo que vivió en la casona del Vedado situada en la esquina de las calles 19 y E, que escribió Carta de amor a Tut-Ank-Amen, Canto a la mujer estéril, Jardín, Diez sonetos a Cristo, entre otros textos, y que fue mujer orgullosa, de temple fuerte, considerada una de las voces cubanas más importantes de siglo XX, me dirán Dulce María Loynaz.
Hija mayor del general del Ejército Libertador Enrique Loynaz y del Castillo, autor del Himno Invasor, y de la actriz María de las Mercedes Muñoz Sañudo; Dulce María estuvo rodeada de un ambiente intelectual y burgués, ya que su madre le gustaba el canto, el piano y la pintura. Nunca fue a escuela alguna, tuvo maestros particulares que le enseñaron de una manera amplia y libre el camino del saber. A los 24 años se graduó de abogada, llegando hasta a ejercerlo, cosa muy rara para una mujer de su época.
Aunque tuvo un encierro voluntario en su casa, no dejó de reunirse allí lo mejor de la intelectualidad cubana y extranjera como Alejo Carpentier, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral, Emilio Ballagas. A raíz de ser nominada, en 1984, para obtener el Premio Cervantes hay un redescubrimiento de su obra en la isla; lauro que obtiene en 1992, convirtiéndose en la primera mujer latinoamericana en recibir tal honor.
Muy aclamada en España, donde Salamanca llega a proclamarla Hija Ilustre, la poética de Dulce María Loynaz es ampliamente conocida en todo el mundo hispanohablante. La personalidad de su poesía es como su carácter: fuerte, enormemente lírica, no por eso retórica y con una gran sensibilidad a flor de piel. Sencilla, directa, colosal.
Más conocida por su poesía, Dulce María Loynaz tuvo en muy alta estima la prosa, pues ella misma confesó que: «La poesía es lo accidental, lo accesorio. La prosa es lo medular». Un ejemplo de esto es su misteriosa novela Jardín cuya arquitectura circular rompe el canon de lo lírico, elevando el lenguaje casi barroco y dinamitando estructuras espacio-temporales. ¿Acaso Jardín es existencialista, realista, surrealista?
Su obra ha sido traducida al inglés, serbio, noruego, francés, italiano, entre otros; además, es incluida en la poesía intimista femenina sudamericana y en la lista de los 100 mejores libros escritos por mujeres.
La hija pródiga
¿Qué me queda por dar, dada mi vida?
Si semilla, aventada a otro surco,
si linfa, derramada en todo suelo,
si llama, en todo tenebrario ardida.
¿Qué me queda por dar, dada mi muerte
también? En cada sueño, en cada día;
mi muerte vertical, mi sorda muerte
que nadie me la sabe todavía.
¡Que me queda por dar, si por dar doy
—y porque es cosa mía, y desde ahora
si Dios no me sujeta o no me corta
las manos torpes — mi resurrección…!
Foto tomada de Tribuna
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