Es un privilegio para mí presentar el libro Los países de la noche, del poeta matancero Leymen Pérez, quien sin duda representa la generación que impulsa con nuevos bríos las letras cubanas.
Flanqueado por uno de los pilares de la poesía cubana es alto el compromiso, pero también el talento, con el que Leymen se presenta hoy con este profundo y bien logrado texto. Construido desde las geografías nocturnas de regiones insólitas y convergentes que sumergen al lector, o al posible viajero de la noche, por parajes imposibles y por intertextualidades, su lectura resulta un diálogo entre platónico (por sus cavernarias imágenes) y borgiano. Y es que evoca la noche y la muerte como un paisaje apto para los que, como Edipo, se han arrancado los ojos para por fin ver una realidad invisible pero solo perceptible con la mirada del alma o quizá del corazón o las palabras.
La lectura de Los países de la noche me remite a la reflexión de un diálogo posible e imposible, construido o de-construido desde la estética del lenguaje —como en algún momento nos explica Humberto Ecco—, es decir, cuando los libros conversan entre los libros. Y más allá de los libros, Leymen abre una dimensión ontológica del diálogo intertextual evocando seres, espacios y personajes que configuran una obra laberíntica y a la vez de coordenadas muy definidas porque nos lleva por la noche a través de países solo posibles a partir de su poesía.
Sin duda encontramos hartas referencias del collage pictórico en la obra, por demás multidimensional, de Leymen Pérez.
Los Niños del carretón de Francisco de Goya; Kierkegaard cayendo al suelo; Ezra Pound, que siempre vuelve frente a los muros de Saint Elizabeths; Akira Kurosawa y Los siete samuráis; Conrad Martens durante su estancia en Tierra del Fuego; Los bárbaros de John Maxwell; Carson Mccullers en su Balada del café triste; un puñado de huesos, que nunca abandonaron a Walter Benjamin; Gilgamesh y su anhelo inútil de inmortalidad; Nietzsche y el posible superhombre; Pasolini, donde siempre hay una habitación transformándose en cárcel; Dostoievski en un poema inspirado en Wittgenstein, que se cose la boca para que no salga oscuridad.
Es así como se nos presenta el interesante poemario de Leymen Pérez, una suerte de textos que a modo de diálogo sublime se intercomunican y convergen para advertirnos, por ejemplo: «el que camina hacia los países de la noche está ciego.»
Así penetramos, ciegos y sin manos, para detener el tiempo en la poesía de Leymen Pérez. «Llegar a los países de la noche es una soledad más», es un peregrinar del lenguaje por senderos iluminados por una tenue bruma de palabras, que en oscuro silencio se vuelven estallidos de disparo, explosión de imágenes, cuando nos dice: «Encerrado en mí, pienso en el poema-dinamita, que tienen en la boca los que perdieron las manos.»
La obra de Leymen Pérez, desde mi punto de vista, está cargada de fuerza, de una ambivalencia que confronta la vida y la muerte desde dimensiones estéticas muy interesantes. Sobre todo a partir de ver la muerte como una gran metáfora, lo cual es un planteamiento que va de lo poético a lo filosófico, cosa que se agradece al descubrir en la obra de Leymen a un poeta de una madurez reflexiva que sin duda se consolida como digno representante de la importante tradición poética cubana.
«La muerte no es metáfora de nada. La muerte es la gran metáfora», dice Leymen.
La yuxtaposición de imágenes y la secuencia cuasi cinematográfica de Los países de la noche, así como su temática recurrente en donde vida y muerte se manifiestan como un conjunto de múltiples conflictos, de oposiciones binarías y de tendencias antagónicas sin solución definitiva, me hace pensar en un existencialismo poético que se desarrolla en un siglo XXI que reclama su propia sátira y su propia autocrítica, su propia voz desgarrada y sus formas de decir lo indecible.
En la mejor tradición poética martiniana, Leymen muestra su virtud reformativa y anti-positivista, que explica su contemporaneidad. Como Martí, Leymen se involucra con la orfandad del ser humano de su época, la constructividad de los códigos sociales que vive, la esperanza en la fuerza del libre pensamiento y el desafío de vivir peligrosamente libre, citando a Edwin Murillo.
En el poema «Gotas amargas», del colombiano José Asunción Silva, podemos vislumbrar las preguntas y las respuestas sobre la vida y su sentido. Nos dice Silva:
Pobre estómago literario que lo trivial fatiga y cansa no sigas leyendo poemas llenos de lágrimas.
Por su parte, Leymen Pérez nos remite en su poema a la eternidad de lo cotidiano, a la reflexión existencial del mundo en una partícula de universo: «En un puñado de arroz leo el futuro», nos dice en «Un puñado de arroz», poema que evoca la irrealidad de la existencia y la histórica farsa de la vida eterna. «Cuerpo: hacia el gusano, caminando», declara Leymen.
Cual prestidigitador de la noche, el matancero se burla del destino «sin lutos ni estremecimientos», cuestiona las concepciones burguesas del mundo. Un rasgo muy distintivo del trabajo literario de Leymen es esta mezcla de referencias que, como hemos dicho antes, crea intertextualidades que nos remiten a un paisaje nocturno y universal desde donde el autor confronta diversas realidades.
Maquiavelo y el duque Mijailovich desde el caucaso ruso; El Greco, dibujando un polvo soleado sobre mis ojos que no me dejaba ver el mar; un Antonio Machado que hoy se llama Leymen Pérez; Ferrusquilla y sus canciones mexicanas; Tomás Moro soñando vivir en un estado ideal; Samuel Beckett esperando a Godot; Tomas Transtömer naufragando en un gran edificio que se desplaza durante la noche; la Guerra de Chagall; El sastre de Giovanni Battista; los tamalitos que vende Olga sin permiso del gobierno; la política aristotélica; el diario de Ana Frank y sus conversaciones con Rudolf Hoss en 1944; un Quetzalcóatl en cada celda; Albert Camus, y su soledad en los barrotes de mi soledad; el Buda, un bandolero experto en el arte de la meditación; y Marx comiendo a escondidas del proletariado en los confines de la noche.
El singular estilo de Leymen Pérez es, sin duda, su poderosa palabra que logra transportarnos a través de fronteras invisibles para romper o para hacer visible el absurdo de las fronteras que nos separan. «Abro la mano izquierda: está la frontera. Abro la mano derecha: está la frontera.»
Así comienza uno de los poemas que más me gustó de Los países de la noche, el cual contiene una bella referencia a José Martí, cuando menciona: «Hay demasiadas almas en el aire». Y Leymen le responde: «Hay demasiadas almas en el mismo calabozo». Tomando la palabra por los que nada dicen.
Es así como Leymen transfigura las fronteras y las convierte en la gran metáfora, en la muerte de un ser que ha sido mutilado como los territorios que perviven con el alma cautiva en un calabozo, pero que sin duda canta, entre dientes «La Guantanamera»:
«Abro las manos que ya no son manos. Estoy llegando. No llegaré nunca. Donde está tu mente está tu vida. Yo soy la frontera.»
Leymen es la frontera, la voz de los que nada dicen; la idea revolucionaria ante el vacío que nos han inoculado.
Para concluir, me gustaría mencionar el por qué recomendaría leer Los países de la noche, de Leymen Pérez y qué me ha significado su lectura.
Es necesario acercarnos a una obra como Los países de la noche, porque es un texto comprometido con su tiempo, en donde el autor logra de manera magistral conjuntar la belleza del lenguaje poético con la a veces densa racionalidad de la filosofía.
Para enunciar un mundo en donde la vida continúa en surrealista devenir absurdo, el sentido del sin sentido, «Un mundo de miedo procreando miedo», dice Leymen. Un mundo en donde: «En la superficie de las cosas, buscamos, profundidad.»
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