Fernando Ortiz y Lydia Cabrera son dos nombres señeros e inseparables cuando se habla, estudia e indaga en la cultura y el folklore afrocubanos. El primero, en condición de maestro, la segunda como su eximia discípula, ella misma devenida un clásico de alcance internacional y una autoridad en los temas de etnología y folklore antillano.
Injustificable omisión constituiría dejar pasar el trigésimo aniversario de su muerte a la avanzada edad de 92 años en Miami, el 19 de septiembre de 1991. Pese a que la noticia en su momento no recibió en nuestro país el subrayado merecido, el paso de los días, el mejor conocimiento de la obra de doña Lydia y la trascendencia de su quehacer han conferido a esta autora un interés cada día creciente, hoy casi inconmensurable. Valga remarcar su libro El Monte del decenio del 50: un best seller internacional que desaparece con rapidez de los anaqueles de las librerías.
Pero mucho antes de la publicación de El Monte, Lydia lanzó desde el París de 1936 sus Contes nègres de Cuba, escuchados de viva voz de los narradores orales. Al regresar a su patria ya no cejará en desvelar misterios de una cultura acerca de la cual existían entonces prejuicios, tabúes y, salvo excepciones, escaso interés investigativo.
A consideración de Fernando Ortiz:
Estos cuentos afrocubanos aun cuando todos ellos están cundidos de fantasía y ofrezcan entre sus protagonistas algunos personajes del panteón yoruba, como Obaogó, Oshún, Ochosi, etc., no son principalmente religiosos. Los más de los cuentos entran en la categoría de fábulas de animales, como las que antaño dieron su fama a Esopo, y contemporáneamente a las afroamericanas narraciones del Uncle Remus que son tan populares entre los niños de los estados del Sur en la federación norteamericana.
La relación de sus obras fundamentales incluye Cuentos negros de Cuba (1940), El Monte (1954), Refranes de negros viejos (1955), Anagó, vocabulario lucumí (1957), La sociedad secreta Abakuá narrada por viejos adeptos (1958), Otán Iyebiyé, las piedras preciosas (1970), Ayapá: Cuentos de Jicotea (1971), La laguna sagrada de San Joaquín (1973), Yemayá y Ochún (1974), Anaforuana; ritual y símbolos de la iniciación en la sociedad secreta Abakuá (1975), Francisco y Francisca, chascarrillos de negros viejos (1976), Itinerarios de insomnio: Trinidad de Cuba (1977), Reglas de Congo: Palo Monte Mayombe (1979).
Narradora amena y cuidadosa en extremo en la utilización de la lengua, leer a Lydia Cabrera aporta al conocimiento y deleita al espíritu, algo no siempre fácil de lograr cuando de literatura de investigación se trata. La traducción al francés de más de uno de sus libros corrobora el hecho de que el interés por la cultura y el folklore afroantillano es mucho más que una «moda»: es el reconocimiento a la fuerza de una conjunción de elementos (tradición oral, religión, cultura, lengua, idiosincrasia) cuya espiritualidad se expresa con incontestable fuerza y energía.
Resulta decisivo en el desempeño investigativo de esta autora su capacidad para ganarse la confianza de las fuentes de información, el conocimiento de la lengua, su amor sincero y compenetración con la cultura a la cual dedica sus desvelos. La profundidad de los resultados que consigue recoger en sus libros da la medida de cuán seriamente asumió Lydia Cabrera su condición de etnóloga y narradora, de difusora de un mundo cultural cuya magia, cuya fantasía, vaya paradoja, radica precisamente en la realidad de vida de un continente.
Hija del escritor y patriota don Raimundo Cabrera, Lydia —nacida en La Habana finisecular de 1899— volcó su tenacidad al estudio de los elementos lingüísticos y antropológicos de la potente cultura afrocubana. A 30 años de su despedida, sigue aquí, espíritu y obra mediante, con lo cual se garantiza una muy larga permanencia en la memoria de los lectores y estudiosos.
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