José Agustín Acosta y Bello (Matanzas, Cuba, 12 de noviembre de 1886 – Miami, Florida, Estados Unidos, 12 de marzo de 1979). Es uno de los más célebres escritores cubanos, iniciador, junto a Regino E. Boti y José Manuel Poveda, de la renovación de nuestra poesía a inicios del siglo XX.
Las carretas en la noche
Mientras lentamente los bueyes caminan,
las viejas carretas rechinan… rechinan…
Lentas van formando largas teorías
por las guardarrayas y las serventías…
Vadean arroyos, cruzan las montañas
llevando el futuro de Cuba en las cañas…
Van hacia el coloso de hierro cercano:
van hacia el ingenio norteamericano…
Y como quejándose cuando a él se avecinan,
las vieja carretas rechinan… rechinan…
Espectral cortejo de incierta fortuna,
bajo el resplandor de caña de la luna…!
Dando tropezones, a obscuras, avanza
el fantasmagórico convoy de esperanza.
La yunta guiadora de la cuerda tira,
mientras el guajiro canta su guajira..
Ovillo de amores que se desarrolla
en la melancólica décima criolla:
Hoy no saliste al portal
cuando a caballo pasé:
guajira: no sé por qué
te estás portando muy mal…
Y al son de estos versos rechinan inquietas
con su dulce carga las viejas carretas…
En el verde platanal
hoy vi una sombra correr:
mucho tendrá que temer
quien te me quiera robar,
que ya yo tengo un altar
para hacerte mi mujer.
En bruscos vaivenes se agachan, se empinan
las viejas carretas… rechinan… rechinan…
Las ruedas enormes, pesadas, se atascan…
Los bueyes se lamen los morros y mascan…
Jura el carretero, maldice, blasfema,
y cada palabra es un anatema…
Detiénese el tardo cortejo a ayudar
a quien paso libre tiene que dejar.
Aquí de las piedras que calcen las ruedas,
los troncos robados a las arboledas…
El esfuerzo inútil y la imprecación…
La frase soez y la maldición…
Oh guajiro… y mientras a gritos maldices,
los bueyes se lamen las anchas narices…!
Al fin sobre firme terreno ha rodado
el carro de caña de azúcar cargado.
Y de otra carreta sale una canción
que exorciza el eco de la maldición:
Yo nunca podré aspirar
a darte un beso de amor:
tú conoces mi dolor
y no lo quieres calmar.
Y al son de estos versos rechinan inquietas
las tardas, las viejas carretas…
Te vas al pueblo a bailar
y no te acuerdas de mí;
de mí que me quedo aquí,
y que como buen poeta
te dedico esta cuarteta
que he sacado para ti.
En bruscos vaivenes se agachan, se empinan…
las viejas carretas… rechinan… rechinan…
El ingenio anuncia cambio de faena
con un prolongado toque de sirena.
Y a través de sombras fantásticas brilla
como gigantesca lámpara amarilla,
soplando cautivos vapores rugientes
hacia los irónicos astros esplendentes.
Por las guardarrayas y las serventías
forman las carretas largas teorías…
Vadean arroyos… cruzan las montañas
llevando la suerte de Cuba en las cañas…
Van hacia el coloso de hierro cercano:
van hacia el ingenio norteamericano,
y como quejándose cuando a él se avecinan,
cargadas, pesadas, repletas,
¡con cuántas cubanas razones rechinan
las viejas carretas…!
Mi camisa
Esta camisa blanca que mi madre ha zurcido,
tan llena del aroma íntimo de mi casa,
tiene una santidad cuyo oculto sentido
ni envejece ni pasa…!
Yo podré ser mañana un hombre potentado,
sin soberbias ridículas y sin turbios sonrojos.
A estos días de ahora llamaré mi pasado,
y una lágrima triste caerá de mis ojos.
Mi pasado! Oh qué dulce me será todo esto!
En el viejo horizonte ya mi sol se habrá puesto,
y yo despreciaré honores y fortuna…
Acaso esté de sedas riquísimas vestido;
mas como esta camisa que mi madre ha zurcido,
no me pondré ninguna…!
Divino tesoro
Poblado campesino, placer de mi memoria,
hacia el ayer remoto senderito cordial.
Visión real y tangible cuanto más ilusoria;
visión más ilusoria cuanto tangible y real.
A mí llega el aroma de los alegres días
en que mi atolondrada presunción juvenil
decoraba de extravagantes fantasías
el viejo caserón de algún ferrocarril.
Asombrando al ingenuo poblado campesino
—elegancias pretéritas!— hacían irrupción
mis botas charoladas, mi traje azul marino,
y mi gorrita blanca de jefe de estación.
¡Locos dieciséis años…! Primaveral fragancia
de muchachas amigas perfumaba el andén,
mientras yo, con un gesto de mariscal de Francia,
sonriente y magnífico, daba salida al tren.
La velada, entre ellas, era cándida y pura.
Mi importancia acrecía una nueva canción.
La noche circunstante era alba prematura,
porque la aurora estaba presa en mi corazón.
Una inquietud novísima —¡luz de nuevas estrellas!—
agraciaba a las lindas muchachas del andén,
cuando yo recitaba, en las noches aquellas,
con actitud dramática los versos de Rubén.
El poblado en tinieblas era un lugar estigio.
Mi mano fina y blanca sostenía el farol.
Y cuántas noches, cuántas, perdieron su prestigio,
en lodazales rojos, mis botas de charol.
Desde entonces te amo, poblado campesino,
y te ansío, y te busco, y te quiero rural,
con tus carros de caña, tu ganado bovino,
y tu suave tristeza vesperal.
Comprendo, oh pueblo ingenuo, cuán solitario existes;
mas te prefiero al loco bullir de la ciudad,
porque tú eres remanso de corazones tristes,
y tu quietud es símbolo de la felicidad.
Sensación espírita
—Oíste? Será el viento… pero yo lo he sentido…
El viento no se queja tan hondamente…
—Cierra
la puerta… ¿oíste? El viento no suspira. Un gemido
que parece salir del fondo de la tierra!
El gato ha puesto rígidas sus orejas… Atento
su oído, tal parece que quiere oír lo arcano…
—Escucha… no es el viento… ¡yo sé que no es el viento!
¿Quién hace estremecer las cuerdas de tu piano…?
El cortinaje mueve su encaje. Se dijera
que un ojo astral atisba detrás de la vidriera…
¿Por qué tus ojos brillan siniestros y espantados?
¿Por qué con ambas manos la cara te cubriste?
¿Por qué están tus cabellos negros alborotados?
¿Oíste?… No es el viento… Alguien solloza… ¿Oíste…?
Hermanita
Frente al mar, ¿cuál es tu secreto?
A. A.
I
Silencio! Frente al mar ella medita.
Presume que está sola, y no está sola:
mi pensamiento, que acudió a la cita,
la envuelve en ilusión como una ola.
Silencio, oh corazón! Ella no sabe
que la contemplas con arrobamiento,
y que mi instinto audaz de hombre y de ave
burla la furia del mar y del viento.
Silencio, oh corazón! Ella medita…
En su frente un ensueño resucita
y en un airón de gracia se enarbola.
Dejadla meditar! Feliz quien fíe
su ensueño al océano! Ella sonríe…
Presume que está sola… y no está sola…!
II
No está solo quien goza un pensamiento
o quien sufre un dolor. Ella lo ignora,
y la seducen en su arrobamiento
los tintes del paisaje y de la hora.
Blancos perros de lana enloquecidos,
llega en tropel la espuma hasta su planta,
interponiendo en desmayados ruidos
a una voz que solloza otra que canta.
Canto y sollozo! Júbilos y penas
de los tritones y de las sirenas
en los verdes palacios submarinos…
Dejadla meditar junto a la playa
donde el silencio vesperal subraya
la música del mar y de los pinos.
III
Está de azul frente al azul. Excluye
de su diafanidad torpeza o bruma.
Al verla junto al mar se reconstruye
la fábula de Venus en la espuma.
Afrodita de oro! Tu vestido,
—cielo, mar, ilusión— copia el encanto
del último lucero suspendido
en la noche, en el alma y en el canto.
Afrodita de oro que medita:
¿qué regresión romántica palpita
en tu parque interior donde ha callado
todo cuanto en la infancia treme o grita?
Mira cómo mi alma está a tu lado.
Afrodita de oro…! Mi Afrodita…!
Regreso
Todo tiene su hora, su minuto y su sino,
y es inútil torcer el amargo proceso.
Frente al miedo de todos los caminos obscuros,
ya yo estoy de regreso.
Ya conozco las ansias, el afán de Quijote;
la verdad de Solón a la euforia de Creso;
el encanto postizo de las noches de luna…
Ya yo estoy de regreso!
Ya conozco lo estéril del rencor y del odio,
la tristeza egoísta, el dolor sin receso,
el angosto snobismo de la gloria temprana…
Ya yo estoy de regreso!
Y mañana… quién sabe! Por caminos ocultos
vagaré, luz y sombra, malherido o ileso,
y no habiendo llegado a destino seguro,
estaré de regreso…!
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