Aire de luz, actividad auspiciada por el Instituto Cubano del Libro, propicia el espacio para que los lectores puedan coincidir con sus escritores de preferencia. En esta ocasión se celebró de forma diferente. ¿El lugar? El Centro Cultural Dulce María Loynaz y su magnífico patio, en el que está la fuente, debajo de las campanas azules llenas de abejas y abejorros, donde está la imagen en bronce de Federico García Lorca.
El sitio fue elegido a petición de la poetisa y crítica Nara Mansur. Ella era una de los invitados; el otro sería el escritor, investigador y Doctor en Ciencias literarias, Leonardo Sarría (La Habana, 1977), a quien la anfitriona Basilia Papastamatíu escogió para comenzar la lectura dedicándole unas palabras:
En los años recientes, además, ha tratado y logrado en sus versos profundizar en la forma en que se manifiesta el sentimiento de lo sagrado en la cultura de raíz africana, para encontrar su expresión legiítima, fuera de los clichés, de los estereotipos de un folclorismo pintoresquista. Su poesía se asoma a rituales, sacrificios, ofrendas, procesiones y ceremonias híbridas y lo hace con un impecable y muy sugerente manejo del lenguaje poético y también, a la manera de un creativo artista visual, nos entrega inéditos enfoques e iluminaciones reveladoras.
Leonardo Sarría agradeció a Nara por elegirlo para el dúo poético y escogió en un primer bloque poemas ya conocidos, como fueron: «Liturgia de las horas», «Visión de William Blake», «De caricato o Acerca del amor», «Santa Teresita del mundo Jesús», «El álamo» y «Oddun-persona».
Para su segunda oportunidad seleccionó poemas más contemporáneos y de más larga extensión: «Coronado», «Misa», «Conversación», «La cena», «Pino nuevo», «Cuarto de prenda», «Oka Nasordé» y «Raspa».
Papastamatíu en una segunda intervención nos presentó a Nara Mansur:
(…) siempre vuelve a seducirnos con el espléndido fluir de su lenguaje, a la vez torrencial y melindroso, que no parece obedecer a una lógica, y como fuera de control lo despliega con despampanante libertad sin temor a que resulte incoherente, delirante o escandaloso. Pone en escena y en juego una escritura sin límites, más que automática, autónoma, que se construye a su albedrío, dueña al fin de su propio movimiento, enlazando lo supuestamente incompatible y hasta contradictorio. Asocia sin transición ni razón visible temas familiares, sentimentales, sociales, y hasta épicos como movida por una imperiosa e irrefrenable necesidad creativa.
Con una fuerte influencia dramática, Mansur performatizó su lectura, en la que a medida que elegía los versos para decir, formaba, cada vez, un nuevo poema, dándole otro vuelo con su dicción. Solo leyó un poema en cada ocasión: Fragmento de la presentación de «El vestidito rosa», donde giraba sobre el tema de lo femenino, la femineidad, el acto mismo de serlo y, en un segundo momento, nos regaló un texto para el teatro, un monólogo de su libro Porcelana, titulado «Indecible».
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