El cajón era Omar Pérez, la guitarra Oscar de la Torre y la filarmónica John Hordin, todos descalzos ante el público y los instrumentos. Basilia Papastamatíu no hizo la presentación habitual, pues su invitado, poeta performático, no quiso.
Hay símbolos dibujados en los cajones que inocentemente no significan nada y de ellos brotan boleros-sones, guajiras, guaguancó, tango, sonetos. Omar le dice al público que no se apresuren a aplaudir, que valoren su poesía social, rítmica y abigarrada de esa Cuba que somos, donde chocan lo lúdico y lo lírico, las imágenes clásicas y la jerga. Nada se le escapa a este Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2010 que domina varios idiomas, entre ellos el holandés y el italiano, inglés, el yoruba, quizás, el que rompió con su generación, desgarrándola radicalmente.
Se lo dedica a todos los amigos que ya no están, por ejemplo, a Alexis Díaz de Villegas, a Alfredo Pérez de Manzanillo, a Sigfredo Ariel. Y llegan los poemas: «Un soneto», «Cómo no matar a Pazolini», «Sarabanda», «Se hace lo que se puede», «Y sin embargo existo». Se origina un pequeño acto y se brinda con el público con una «botella de ron de la población» y se continúa: «El elefante», «El pajarito», «No hay teorema», «Borrachito sencillo», «Canción de cuna», «Te prometieron una ley o la prometes», «Pasado de moda», «Cut the crap», «Los responsables no somos nosotros» y «El karma se pone de pinga».
El público se vuelve a apresurar a aplaudir, en este 15 de diciembre, a las 5:00 de la tarde, donde se ha comenzado desde las 3:00, en esta sala Federico García Lorca, del Centro Cultural Dulce María Loynaz.
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