
Lejos de intentar una presentación cuasi académica, con las frases y adjetivos de rigor, propios de todo lanzamiento que se respete, al leer Albercas, el libro de cuentos del narrador mexicano Juan Villoro, que la Editorial Arte y Literatura tiene el gusto de presentar ante ustedes, decidí sencillamente relatar mis impresiones más elementales, aquellas que pueden resumirse en pocas palabras. Así que si me viera obligado a usar solamente dos, emplearía: creciente entusiasmo. Trataré de explicarme.
En ocasiones, al comenzar la lectura de un libro siento la misma impresión que al inicio de un partido de béisbol. Las primeras páginas son como el período de calentamiento previo a la voz de iplay ball!: el lanzador hace sus diez lanzamientos reglamentarios; los jugadores de cuadro practican sus tiros a primera, los jardineros capturan algunos batazos elevados. Eso me sucedió con Albercas. «Espejo retrovisor», el primer cuento del libro, me sirvió para identificar las credenciales de Villoro: buena velocidad, expresada en la capacidad de apresar una historia de varios años en los magros límites de unas pocas páginas; excelente control, traducido en esa cualidad de conducir con mano segura los elementos esenciales del conflicto a través de una trama cargada de peligrosos vericuetos, y en tercer lugar, notable dominio de cada lanzamiento, canalizado por un manejo del oficio, de la técnica de narrar, en perfecta adecuación con el contenido que narra.
No es de extrañar entonces, que el primer inning lo haya retirado de uno-dos-tres, o como diría el desaparecido Bobby Salamanca: «a paso de conga». Yo quedé satisfecho de esta primera entrada. Es cierto que hay narradores, mejor dicho, lanzadores, que gastan toda su energía en la primera entrada y dan escón de ponches, para luego, apenas en el segundo cuento, digo, segundo inning, ser enviados de vuelta al librero, es decir, a las duchas.
Afortunadamente, este lanzador barbado de apenas treinta y cuatro años, que tengo a mi lado, ya había lanzado un excelente juego en 1980, La noche navegable, y sabe reservar sus fuerzas para los finales. Ya en el segundo cuento, o mejor dicho, segundo inning, con «Noticias de Cecilia», apareció una nueva cualidad de este magnífico lanzador, perdón, narrador: esa manera sutil de mezclar los lanzamientos para confundir al lector, es decir, al bateador: cuando se espera una recta de humo, Villoro nos sorprende con un cambio de velocidad; en otras palabras, apelando a los recursos de un lenguaje adecuado, en el que la ironía es empleada magistralmente para provocar el distanciamiento, Villoro va tejiendo una atmósfera opresiva, milímetro a milímetro, de forma tal que el bateador, es decir, el lector, espera un clímax de alta tensión dramática (la recta de humo de la que hablaba), para quedar con el bate al hombro, es decir, apresada en vilo su sensibilidad, cuando el magnífico y trágico final se nos presenta narrado como una simple, cotidiana peripecia, a la manera del mejor Borges, que creo estaría tentado de estampar su firma al final de este párrafo antológico:
EI cráneo del Sr. Sheridan lucía enorme y rosado. Cecilia abrió la mano, mostrando una confusión de pétalos azules. Fue lo último que vi antes de lanzarme sobre la mesa. Quisiera ahorrar los pormenores de mi infamia. Baste saber que mi acto fue lo suficientemente miserable para devolverme a la limitada libertad de los hombres.
No voy, por supuesto, a describir el juego, quiero decir, el libro, inning por inning, o mejor, cuento por cuento. Soy un hombre serio y ustedes saben que acostumbro decir la verdad. Así que deben confiar en mí cuando les aseguro que este juego, es decir, este libro, terminó en siete entradas, o lo que es lo mismo, en siete cuentos, y Villoro ganó por knock-out, tanto en el béisbol como en la literatura.
Solo quería añadir, a guisa de comentario final, que en la cuarta entrada o cuento, con «EI cielo inferior», y en la séptima, con «EI silencio de los cristales», la actuación de Villoro superó toda ponderación: en ambas entradas, además de dar escón de ponches, empuñó el aluminio y sacó la bola del parque, para regalarnos dos joyas de la cuentística latinoamericana actual.
Así que, terminado el juego y antes de los numeritos finales, quiero decir, de la venta de este libro, vamos a pasar los micrófonos al terreno, para que sea el propio Juan Villoro, después de su impecable actuación, el que nos narre sus impresiones acerca de este juego, es decir, de este libro. Hacia allá van nuestros micrófonos.
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Texto incluido en El libro de las presentaciones, de Eduardo Heras León, publicado en 2018 por Editorial Oriente.
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