Si un poeta y ensayista merece más atención de la crítica es Alberto Rodríguez Copa; sus ya muchísimos premios y publicaciones así lo ameritan. De cuna biológica santiaguera, pues nació en Palma Soriano en 1963, encontró su nido literario en Encrucijada, conducido por la mano sabia de Ileana Pérez González, asesora que tuvo el don de descubrir a cada uno de los ya reconocidos escritores de este municipio.
El entonces taller literario Carlos Loveira se había convertido en el espacio ideal para que el novel pedagogo (graduado en Filología por la Universidad de Oriente, en 1986) encontrase el medio para dar a conocer sus primeros textos. De esa época, el reciente ganador del Premio Ismaelillo 2024, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y máster en Enseñanza Comunicativa de la Lengua y la Literatura, recuerda:
Me eduqué en el ejercicio de la crítica sincera, a veces implacable, pero necesaria. Aprendí a deshacerme de la petulancia del novato que cree que su obra es intocable. Supe así que es infinitamente mejor escuchar a los otros que a mí mismo, y fijar la atención en las fallas del texto más que en sus aciertos. Adquirí la costumbre del eterno inconforme, quien no considera jamás un poema, un ensayo, etcétera, como concluido.
Pero Rodríguez Copa, que ha saboreado mucho las mieles del éxito, avalado por más de doce premios, fundamentalmente en el género infanto-juvenil, lo que más disfruta son sus espacios docentes, pues ha logrado convertir sus clases de Español y Literatura en un verdadero taller de lengua viva y de apreciación de las obras literarias y de arte en general.
Empero, al graduarse su sueño era otro:
Estudié para dedicarme a la investigación lingüística y literaria; pero, como había déficit de docentes en algunas provincias, a mí me destinaron como profesor a Ceballos, en Ciego de Ávila. Cuando entré por primera vez a un aula en calidad de educador, no tenía ni la más remota idea de lo que iba a ser aquello: estaba aterrorizado. Después descubrí que era esa, sin yo saberlo, mi vocación: jamás he querido dedicarme a otra cosa.
Copa es el poeta del silencio. Logra, en medio de un ambiente familiar adecuado, sustraerse del mundo cotidiano y adentrarse en ese otro donde la fabulación, la imaginería y la aventura le permiten explorar los más diversos temas, para complacer a esos jóvenes lectores que buscan con ansiedad los caminos por los cuales se va a la vida y a la felicidad.
No es difícil comprender entonces las razones que tiene para arriesgarse a ganar los aplausos o el silencio como respuesta: «Escribir es, para mí, una profunda necesidad. No sé si es eso a lo que llaman inspiración. Quizá no he dejado de ser aquel joven que encontró en la literatura la manera más hermosa, entre todas las posibles, de comunicación con sus semejantes».
El hoy profesor del preuniversitario Miguel de la Guardia, del municipio de Encrucijada, no diferencia la resonancia de ninguno de los premios obtenidos ni de los títulos publicados, pues todos constituyen el resultado de largas jornadas de escritura y de corrección; de insomnios y esperanzas; todos llevan su cansancio y sus alegrías.
Mas galardones como el David (2001), la Rosa Blanca (2003) o el internacional de poesía Rabindranath Tagore (2023) junto al hecho de ganar por segunda vez el premio convocado por la Uneac, le produce fe y optimismo.
Lejos de significar el regreso a un resultado que ya obtuve y correr el riesgo de volverse repetitivo, es para mí un elevado reconocimiento, una enorme alegría, y un renovado compromiso con el rigor de la escritura, como única forma posible de respeto por el lector.
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Tomado de Uneac
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