La novela El auriga del carro alado[1], de José Luis García, es, en esencia, un juego de espejos alegóricos. Su título da fe de que busca intrigarnos a través de la interpretación intuitiva de una alegoría: la del auriga de Platón que debe desplegar sus habilidades para conducir su carro en equilibrio, hacia la iluminación, pues va siendo tirado por dos caballos alados de conductas opuestas: «Uno representa lo racional, lo moral, es decir, la parte positiva de la naturaleza humana, mientras que el otro encarna las pasiones irracionales, los apetitos espurios, la concupiscencia». [p. 107]
Destacaría una virtud de esta novela: su capacidad de dialogar a través de cápsulas de pensamiento y reflexión. Y aunque no es, precisamente, una novela de tesis, juega con ello con bastante fortuna a partir de la fragmentación del discurso. Ya sean las numerosas reflexiones que apunta el autor bajo el paraguas de sus personajes, ya las que evoca a modo de cita, o apropiación más o menos referida, tienen el don de no ser puro relleno, sino llamado a comprender, o a disentir.
La segunda virtud que distingue a El auriga del carro alado de buena parte de lo que se ha estado publicando en Cuba, radica en la autonomía de la historia narrada respecto a las referencias a las que se aluden en el texto. La historia es autónoma y no depende de la idea que se tenga del contexto social ni de las circunstancias concretas de la realidad, aunque, es importante también subrayarlo, no se aliena de la realidad ni, mucho menos, la ignora. La construcción de un universo propio, singular en ciertos aspectos, tomando lo esencial de la tradición de la novela futurista, ayuda a que así sea.
El doctor Echemendía, personaje autor del Diario que narra y organiza la historia, traza el verdadero hilo rojo de la narración a través del abundante conjunto de referencias y citas que median, y provocan, el ámbito de la recepción. Este periplo alegórico transcurre por tres series diegéticas fundamentales:
1ª. Su nueva circunstancia vital desde que le permiten instalarse en la isla para ejercer la Medicina.
2ª. La secuencia de novelas que desea escribir.
3ª. Las didascalias metadiscursivas, o metaliterarias, que dialogan con su propio discurso narrativo.
Al narrar la historia a través de las anotaciones de un Diario, un recurso con larga tradición en la literatura, el autor superpone perspectivas y puntos de vistas, como en un juego de espejos que se multiplica.
La alegoría que engloba ese juego de espejos se encuentra en una isla a la deriva, ya en un futuro indefinido, en la que ha fracasado el sistema social que había tomado el poder para ejercerlo de manera férrea y ortodoxa, por lo general dogmática. Las fuerzas de la Coalición han desbancado al gobierno marxista y han perdonado la vida al doctor Echemendía, quien ejerciera el espionaje internacional sin preocuparse por los medios, centrado solo en los fines altruistas que lo motivaban. Esto se da por testimonio de la voz narrativa —el Diario—, empeñada en escribir, más con el objetivo de alcanzar la perfección narrativa que con la intención de contar una historia concreta. Así se suceden los enjuiciamientos —radicales, negativos— de las propias ideas que va anotando como posibles tramas de libros. Predomina en ellos, por encima de la perspectiva diegética, o la cadena de sucesos que servirían de marco evolutivo a la intriga, el sentido moral, o filosófico, que esa historia por contar deberá entregar en su resumen.
Descubrimos entonces otro juego de espejos: lo que trasciende —según el autor—, no es en sí una trama, ni un argumento siquiera, sino una cápsula de sentido filosófico, moral. De ahí que constantemente hallemos anotaciones evaluativas de la prosa que usa, o debe usar, del contexto de la trama o de las circunstancias discursivas que definen el texto, ya sea metaficción, como lo llama el mismo autor, ya sea estructura descriptiva o composición retórica. «Antes me resultaba tedioso escribir una simple carta y ahora me apasiona la idea de escribir un libro» —anotará— como uno más de los apuntes del Diario. [p. 24]
Las reflexiones acerca de la creación literaria —de la búsqueda del sentido a la actualización del discurso— no corren con la misma fortuna que aquellas que lo hacen acerca de la sociedad, con sus mecanismos de poder y relaciones en medio de las circunstancias personales. Una fractura decisiva que va a incidir negativamente en la calidad del texto. Tanto se apropian de la trama, que la voz narrativa parece más de autor (omnisciente y monarca de la trama) que del personaje que la asume, y eso en unos cuantos pasajes de la obra.
Hallaremos, como si fuera un hilo conductor un tanto ajeno al papel que desempeña, numerosos apuntes acerca de esas novelas que, aunque desea escribirlas, no se siente con las fuerzas necesarias para hacerlo, o dejan, sencillamente, de parecerle buenas de inmediato. Alegoría del deseo que se realiza apenas en el acto de ser deseado y no en el concreto y cansino paso de la cotidianeidad.
Veamos la sucesión de estas posibles novelas en la obra:
- «Me gustaría escribir una novela partiendo de la mítica figura de Gilgamesh. Creo que este personaje conserva su vigencia porque el anhelo que le mueve es universal (escapar de la muerte), y por tanto es universal la lección que recibe, o sea que la inmortalidad es un don exclusivo de los dioses». [p. 12]
- «También me cautiva la idea de escribir una novela acerca de las creencias. Es sorprendente cómo las creencias pueden sobrevivir a potentes desafíos lógicos o empíricos. Incluso suelen reponerse de la destrucción de su base probatoria original. No cabe duda de que el entendimiento humano, una vez que ha asumido una creencia, bosqueja todo lo demás a su alrededor en función de mostrar conformidad con ella. Y aunque haya un gran número de ejemplos que muestren que tal creencia es un fraude, prescinde de ellos». [p. 12-13]
- «Me gustaría mucho poder escribir una novela donde predomine la preocupación por la adicción en todas sus variantes, desde su definición acostumbrada como dependencia del alcohol, tabaco, café, sustancias sicodélicas o psicotrópicas y las más propagadas drogas, hasta las menos investigadas dependencias en torno a la familia, el sexo, el estudio, el trabajo, el deporte, la amistad, la apetencia de lo ajeno, las aspiraciones personales, los alimentos, etcétera. [p. 14]
- «También me atrae la idea de escribir una novela sobre las masas (toda muchedumbre es repugnante —explicaría exhaustivamente por qué—), y ahondaría en la noción del Estado como herramienta para manipular, controlar, imbecilizar, explotar y corromper a los ciudadanos». Además, me gustaría exponer algunos criterios sobre la lucrativa Industria del Entretenimiento (espoleada hasta planos morbosos por la humana y lerda necesidad de diversión), y claro: llevaría al banquillo a la telefonía móvil, a esos patéticos reproductores de sonido e imágenes, y sobre todo fustigaría la búsqueda delirante de todo género de placeres (que es consecuencia de la descarada institucionalización del hedonismo)».
»También revelaría las causas del ambiente de temor en que vive todo el mundo. En tal sentido no dejaría de referirme a esa tremenda sensación de zozobra, de angustia, que nos embarga, lo cual (adelanto) debe atribuirse a la dolorosa espera de una libertad que nunca llega (ni llegará), para nadie en este planeta». [pp. 14-15]
- «Me quedé pensando unos minutos y se me ocurrió un pasaje que nada tiene que ver con lo anterior. Probablemente me sirva para una novela gótica: Desde la atalaya del faro, el marqués Fallieres vio que se aproximaba, entre un torrente de arenisca, el carruaje del conde Latour».
»Al detenerse ante la puerta del faro, su lacayo Croissant lanzó un chiflido para que el marqués bajara de una vez la escalera, cuyas barandas acumulaban en cada palmo de su terrorífica extensión las pringosas huellas de la monotonía inclemente». [p. 18]
- «Muchas de las cosas que me detalló Lis (la maltratada ordenanza sanitaria del penal) podrían ser noveladas» [p. 30] (Las siguientes tres páginas relatan, a modo de sinopsis, las peripecias de Lis).
«Podría tratar de escribir una novela cuyo corazón central fuera la realidad, pero sin juicios preconcebidos, sin ataduras. Es decir, una novela que proponga que la realidad bien podría ser mucho más compleja de lo que suponemos o imaginamos, y que nuestra percepción de ella podría estar determinada por esos estándares que nos meten en la cabeza desde niños, y que luego traducimos como sentido común».
»La trama-gancho: mi experiencia como agente encubierto (andar por un laberinto con hielo en las venas)». [p. 45]
- «Me gustaría escribir una novela acerca del poder, apelando a mi modesta experiencia. Utilizaría un lenguaje directo, recreativo, al estilo del empleado en aquellos libros de la editorial Mir, que leía en Moscú. El poder no es (como muchos piensan) un fenómeno de dominación masiva y homogénea de un individuo sobre otros, de un grupo sobre otros, de una clase sobre otras, etcétera. El poder, mirado desde cerca, no es algo dividido entre quienes lo poseen y los que lo soportan. El poder debe ser analizado como algo que funciona en cadena. No está localizado aquí o allá, no está nunca en manos de alguien o de algunos. El poder funciona, se ejercita, a través de una organización reticular. Y en sus intrincadas redes circulan los individuos, que acatan o ejercen ese poder. Atención: Los individuos no son el blanco inerte o consistente del poder, ni son siempre los elementos de conexión. Porque el poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos». [pp. 56-57]
- «sería interesante escribir una novela en forma de diario. Un diario a partir de ahora, en que el nuevo Ministerio de Salud Pública de la isla me permitió volver a ejercer la Medicina, aunque limitado a mi término jurídico. Sería más interesante aun porque mi término jurídico parece un Gulag, una ramificación de mi cautiverio, y ya se sabe que en los Gulags los diarios afloran a las mil maravillas». [p. 67]
- «podría escribir una novela sin trama. O una novela sin trama volcada en un diario alegórico que tenga la capacidad de reflejar la apocalíptica coyuntura social que me ha tocado vivir en los últimos años. Si en la Divina comedia Dante utiliza la alegoría de un viaje para representar el más allá, no tiene nada de extraño que yo utilice la alegoría de un diario para representar el más acá. Pero además en ese diario tiene que encontrar profundo espacio el horrendo drama sicológico que acaba llevándome al suicidio, o a cualquier otro tipo de disolución inespecífica». [p. 71]
- «Urdí la trama de una novela negra: un extenso diálogo a base de oraciones cortas entre dos homosexuales del siglo XIX, acusados del mismo crimen».
»Preciso encontrar un tono veraz y emocionalmente satisfactorio». [p. 75]
- «cuando más desilusionado me sentía, urdí la trama de una novela a lo David Copperfield, llena de cambios abruptos del punto de vista autoral omnisciente, al subjetivo de la tercera persona.» […] «La vida de David Copperfield y la mía tienen algo en común: A mí también me enviaron a una escuela lejana.» […] «El eje de la novela será la autodisciplina como único recurso para mantener una moral acrisolada. Quienes la lean han de aprender a controlar los primeros impulsos siempre erróneos del corazón». [p. 90]
- «¿Y si escribo una novela sobre la defensa que hace un hombre de sí mismo? […] Debe ser una defensa apasionada, que arranque lágrimas, muy a pesar de que este hombre mató a una predicadora simplemente porque le pareció que ella mostraba un grado demasiado alto de desinterés por la existencia terrenal». [p. 90]
- «Intentaré escribir algo acerca de un tesoro enterrado en la costa de Irlanda, aunque no estoy seguro de que deba acogerme a una temática ajena a la isla». [p. 97]
- «Comencé a diseñar un personaje para una historia de fantasmas que se desarrollaría en Chaparra: descripción física, alteraciones sicológicas, etcétera. […] Componentes: una casa vieja situada en las afueras, el viento, la humedad de la noche, un perro nervioso, un vecino sordomudo, un antiguo cementerio (lápidas resquebrajadas). […] ¿Cómo emplear los tópicos propios de una historia de fantasmas para indagar en la relación entre un voyeur, su hija de trece años y su amedrentada esposa?». [p. 98]
- «Recordé algo que me contó un tendero cuando fuimos a montar nuestra estación en Bogotá: Pobladores de los caseríos cercanos a la desembocadura cenagosa del Magdalena afirmaban que en aquellas hoscas profundidades vivía un monstruo, una suerte de hombre-cetáceo, que cada verano se llevaba a la más bella mujer de la región. […] «¿Y si escribiera una novela sobre esa leyenda? La fundamentaría en el miedo que produce lo ignoto. Discurriría en torno al temor que las personas experimentan en relación a lo que se halla bajo el agua».
»Todos los seres humanos hemos sufrido ese temor, que muchas veces se desencadena cuando estamos nadando y algo nos roza un pie». [p. 102]
- También podría escribir una novela sobre el déjá vu, ese flashazo de la memoria en el que sientes que ya conoces a alguien a quien acabas de conocer, o dices algo que crees haber dicho en exactas circunstancias, o identificas un paraje aunque nunca antes hayas estado allí».
»El protagonista podría ser un muchacho retraído que lo vive todo en términos de déjá vu. […] Se figura que él es un instrumento de Cthulhu. […] Queda convencido cuando una voz lo hace portador del siguiente mensaje a la humanidad: “Vengan a mí raudos, porque dentro de poco en el mundo que habitáis no habrá dolor más grande que la vida consciente”». [pp. 102-103]
- «Releyendo a Baudelaire me vinieron a la mente varios elementos para una novela de amor». [p. 105]
- «En una forma paródica elevada —como Shakespeare parodió con total seriedad la tragedia de la venganza en Hamlet—, pienso que yo podría urdir la trama de una novela sobre la miseria espiritual a que hemos sido arrastrados por las sucesivas juntas». [pp. 105-106]
- «Me vino a la mente un personaje secundario pero consustancial para una novela a lo Tolstói: Es un hombre entrado en años para quien el sentido de algo, o de alguien, solo puede ser percibido a través del nivel de abandono que muestre». [p. 119]
- «Descansaré unos días para comenzar a escribir una novela sobre el paso a la vejez: Un escultor entrado en años intenta mantener la dignidad ante su propio deterioro físico. La idea parece buena». [p. 150]
Este último proyecto cierra El auriga del carro alado, en un intento por hacer que la serpiente se muerda la cola y se produzca un da capo en la abigarrada sinfonía de historias a emprender.
Si hiciéramos, como con esta, el mismo ejercicio de deconstrucción con las otras dos series que de inicio nombramos, hallaríamos analogías sorprendentes con lo ya relacionado. Los eventos de la vida real del doctor Echemendía, desde las insistentes comidas de fongo —recurso de déjá vu que resulta más reiteración que sacudida discursiva, al modo posmoderno, como si este le plantara resistencia y se le hiciera esquivo— hasta encuentros más fuertes e insólitos con personajes incidentales, o con los coprotagónicos de Fingerich y Carranza, transcurren sin demasiada trascendencia, incluso para la lenta evolución moral del personaje. Ambos se quedan por debajo en su rol de antagonistas y ceden, por ello, las riendas del carro del auriga.
El plan de lo posible, por crear, producto de la sorpresa de la inspiración razonada, se materializa en lo increado, en lo pospuesto desde el mismo momento en que se anuncia. Las ideas de novelas conforman, a la postre, y a pesar de que no es ese su oficio, las posibilidades de realización del personaje; por encima de las del ejercicio de la Medicina o la entrega a la causa que ha marcado su vida. Estas motivaciones van a quedar deslavadas a partir del momento en que se escribe el Diario y se frustrarán a pesar del entusiasmo y las buenas intenciones, o perspectivas, siempre, de acuerdo con el dato que el propio texto aporta, porque al personaje le faltan las fuerzas y la audacia. Se frustran, no solo en esa perspectiva que el dato narrativo del autor presenta como parte de la trama, lo que es en sí un recurso de composición literaria, sino en el resultado precisamente literario de la obra, el que debe quedarnos a través, y sobre todo después, de la lectura.
La sucesión agónica de perspectivas frustrantes, pergeñadas sin vuelo literario, se actualizan de esa misma manera en la composición de la novela. Así, nos queda un texto breve —no pasa las 150 páginas— que nos da la sensación de ser mucho más extenso, y cansino.
Quizás la hubo, pero da la impresión de que una buena poda faltó, además de un argumento más sólido, mejor fincado en la cadena de sucesos que religan la historia, hasta su desenlace. Quizás, y es una apreciación más subjetiva que lógica, encajaba mejor en un relato breve, pues el paso del punto de partida al reconocimiento moral del personaje protagónico —único punto de giro de la historia narrada— es una buena idea, planteada, como ocurre a lo largo de la trama, pero resuelta con limitaciones, sin audacia.
Corta además queda la tradición del existencialismo europeo, referenciado y aludido en varios pasajes, pues no hay un riesgo de asumirlo en la circunstancia concreta de la narración, como lo ha hecho, por ejemplo, el existencialismo estadounidense. Los caballos alados que el auriga maneja en la novela, se las arreglan, mientras, para volar a su antojo y cabalgar, cada uno por su cuenta, como sin rumbo fijo, o sin destino. Paradójicamente, un sin destino que el existencialismo de Philip Roth, o de Richard Ford —que basten esos dos, aunque haya varios—, bien sabe colocar como si fuesen lápidas.
[1] José Luis García: El auriga del carro alado, Letras Cubanas, 2021. Premio Alejo Carpentier 2020.
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