
La poesía se amasa con la vivencia. Nace de la misma vida, tal como se ha vivido, y en la dirección que se quiso vivir, y con los adarmes de sabiduría y testimonio que cada uno le puede extraer en la marcha. Aunque todos los poetas levantan sus poemas desde estas veloces y oscuras cepas, algunos insisten mucho más que otros en el manantial directo de la experiencia biográfica. Acuden siempre a ese sustrato, de ahí erigen sus plasmaciones, se acompasan más hacia la crónica o hacia el delirio según sus propios nortes íntimos y horizontes estéticos. Hay trayectorias artísticas que son murales encarnados, episodios de un gran frontispicio vital.
El poeta camagüeyano Alejandro Meléndez no ha olvidado su ciudad natal, desde donde se marchó hacia el exterior desde la mitad de los noventa. Sabe que allí está la cepa de su destino, aunque levante en cualquier sitio su fronda y esperanza. Lo verá el lector en los poemas suyos que hoy tenemos el gusto y honor de presentar. A veces la nostalgia se vuelve, en el discurso de algunos poetas, como un lenguaje aprendido, aunque sus sentimientos sean fuertes y válidos.
Sucede que el lenguaje poético de la nostalgia es casi todo el lenguaje de la poesía personal, pues todo ser humano es alguien que falta a algún lugar donde pudo ser feliz, y por eso mismo componer poemas que entronquen o rocen con la nostalgia esencial es siempre tarea grande, de difícil realización, donde muchos plasmadores fracasan. Pero el lector verá que ese sentimiento universal está sensiblemente inscrito en los versos que reproducimos, y que el poeta logra trazar con dominio sus representaciones del pasado y el porvenir.
Hay una evidente riqueza psicológica, pues los versos están compuestos con sabias introspecciones y gran ductilidad expresiva. El poeta entra en su alma, capta lo que adentro está sucediendo, lo exterioriza verbalmente a través de palabras que trabajan para las imágenes. Y como esas imágenes están en el principio mismo del proceso creador la comunicación adquiere una esfericidad natural, y se siente la autenticidad de la comunicación. Sólo entrando con vigor y honradez en la entraña de uno mismo se pueden tocar las entrañas ajenas. Los poetas pueden verter porque ahondan.
Aquí en estos textos lo verá el lector, que quedará agradablemente conjurado para la comprensión inconsciente, para la solidaridad entre las esencias que no se muestran con frecuencia, por la escindida existencia que vivimos, y que la poesía plasma como ninguna otra manifestación. El poeta Alejandro Meléndez alcanza trasmitir sus experiencias y estimativas del mundo.
Fugacidad
Diría que el tiempo vuela, se precipita de golpe y no me deja ver. Sólo anuncia que llegan los días, y el verano permanece en la memoria del patio, y hay retoños deshechos en cumplidos. Hoy no sé, pero mañana pintaré el recuerdo y las calles tomarán su propia luz; será de noche, como siempre sucede. Quizás este día nos envuelva y el adiós cruja en el pecho para decirnos cosas en silencio. El tiempo improvisa esta tarde y nos volvemos al mar que tendrá mañanas como estas y noches para amarnos en lo oscuro de las olas. Tengo que apurarme, el tiempo ágil se precipita. Vuela.
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Epístola del sueño
En un mapa antiguo vislumbré la ciudad, insólita señal, respuesta a mi nostalgia. Era mi casa un punto diminuto, y su larga calle en línea desde el parque hacia un dulce reposo en el camposanto. Mi calle tiene otro nombre, otro jardín mi casa y en mis cartas hablo de tardes sin sol, pájaros, lagos, árboles, tormentas, pero también comento un pedazo de las noches cuando el amor se oculta y sigo pensando que todo es un sueño.
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La sencilla permanencia
¿Para quién he de escribir? Ni siquiera el viento o la memoria lo saben y nuestra ausencia flotará como humo de tu lámpara en la soledad de nuestros cuerpos. Nadie ni un solo habitante de este reino apagará el grito resonante que penetra el espanto de esta isla. Ahora se hacen los poetas. Mañana nadie sabrá que existí y que me fui a navegar en la noche oscura. Tu mirada es exilio de mi cuerpo que se impone a la dicha de tenerte. Hurgando en los recuerdos, fui necio en creer que la lluvia desplazaba el horizonte. Ellos, los poetas, serán los que llamen sin pudor a mi puerta porque todo se olvida y nunca sabrán de este deseo cuando veo en tus ojos lo sencillo que es amar en cualquier parte.
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La noche que se acerca
Cuatro palabras me bastan para salvar este poema y las razones me sobran. Con tan urgente señal la noche vuelve a su sombra y penetra con dolor soportable la memoria de todas las calles posibles, reemplazando las horas. Mi culpa solitaria se enreda en umbrosos patios y desando los portales en busca del rayo que se resiste a morir aún cuando otra noche se acerca y nos toca.
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Regreso al tiempo
Con el vino rancio, nadie sobrepasa el umbral y las sombras han guiado a los viajeros por lugares remotos. No hay más apuestas en la mesa que los dados en suerte de conjuro para saber de ti y de los que no se han ido. Tan pronto llegue la lluvia los portales se llenarán de nombres y habrá marejadas, barcos, salidas a escondidas. Le pregunté a mi madre quién era y tomados de la mano derrumbamos paredes. Hay saludos, abrazos desconocidos y lujuria en mi brazo por saber de aquel amigo triste. ¿Acaso envejecí y no me di cuenta?
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Esperpentos
Estos, los rostros que te separan del bosque, cortan las ramas y descubren la inmensidad del cielo. Aquí las bestias se agazapan, y esquivas, permanecen en las sombras como espectros que merecen un lugar de mi cuerpo engalanado para ver las montañas rasgar la violenta oscuridad de la noche. Esta isla sucumbe despedazada, y yo de vuelta desfilando ante la chusma que agita pañuelos tricolores mientras los años felices están por venir.
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Bajo el puente
Beaucoup d’eau a passé sous le pont.
JACQUES PREVERT
Es como el agua que corre debajo del puente y las olas que sucumben en su orilla, sólo hay recuerdos y muchas huellas; todas conducen al pozo de la noche en que los hombres salen a pescar con el viento y las redes a la espalda. Y vuelve la corriente de este mar violento y nuestra mirada donde el faro nos guiará en este viaje sin fin. Hay tanta agua debajo de este puente y tantas lágrimas que nadie se acuerda del último destello cuando el sol anunciaba su muerte y un raro fulgor despedazaba la noche infinita. Aquí hay caracoles y la corriente lleva tanta agua que nadie se atreve a voltear la vista mas allá de la espuma que salpica los pilotes del puente. Miro el cieloclaro, y advierto nítidas las estrellas y sé que alguien las contempla como yo.
Alejandro Meléndez (Camagüey, 1958). Licenciado en Inglés por el Pedagógico José Martí (1982). Integró el elenco del Guiñol de Camagüey. Fue presidente de la Asociación Hermanos Saíz durante los años ochenta y participó en eventos literarios nacionales y provinciales obteniendo premios y menciones en concursos de poesía auspiciados por la UNEAC de Camagüey. Publicó críticas teatrales y literarias en el periódico Adelante. Actualmente reside en Miami, Florida.
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