Sobre el autor
Alfonsina Storni (Capriasca, Suiza, 29 de mayo de 1892 – Mar del Plata, Argentina, 25 de octubre de 1938) fue una escritora y poetisa argentina cuya obra, de honda sensibilidad emotiva y búsquedas que oscilaron por los universos románticos, modernistas y de las vanguardias, es una de las fundamentales de la lírica de América.
Fue vocera de los derechos civiles de la mujer e impulsora de la Sociedad Argentina de Escritores. En 1919 en sus columnas para el Diario La Nación reclamaba un lugar para las mujeres: «Llegará un día en que las mujeres se atrevan a revelar su interior; este día la moral sufrirá un vuelco; las costumbres cambiarán». Fue, junto a Carolina Muzzilli, Julieta Lanteri y Salvadora Medina Onrubia, una de las impulsoras del voto femenino en Argentina.
Storni era la única mujer invitada a tertulias literarias, a las que asistían escritores como José Ingenieros, Amado Nervo, Manuel Gálvez y Horacio Quiroga, con quien tuvo una intensa relación de amistad y cuyo suicidio en 1937 afectó gravemente a la escritora. La obra de Storni engloba su universo emocional desde lo cotidiano y dejando de lado recursos artificiosos. Fue, sin dudas, una artista extremadamente sensible que manifestó la necesidad de modificar una sociedad machista a través de la literatura.
En en la noche del 25 de octubre 1938, tras escribir su último poema «Voy a dormir» y dejando solo una escueta nota en la que ponía «… Adiós, No me olviden. No puedo escribir más…», Alfonsina se suicidó en Mar del Plata, legando una obra profunda con la que logró ser reconocida en un mundo de hombres por su escritura y sus ideas; y una voz propia, irónica y crítica de la sociedad de la época, con la que rompió los estereotipos de la mujer e incitó a la reflexión de sus lectoras.
Como homenaje en el aniversario de su natalicio, compartimos una selección de su obra poética.
Fragmentos de su obra
Tú me quieres blanca
Tú me quieres alba, Me quieres de espumas, Me quieres de nácar. Que sea azucena Sobre todas, casta. De perfume tenue. Corola cerrada Ni un rayo de luna Filtrado me haya. Ni una margarita Se diga mi hermana. Tú me quieres nívea, Tú me quieres blanca, Tú me quieres alba. Tú que hubiste todas Las copas a mano, De frutos y mieles Los labios morados. Tú que en el banquete Cubierto de pámpanos Dejaste las carnes Festejando a Baco. Tú que en los jardines Negros del Engaño Vestido de rojo Corriste al Estrago. Tú que el esqueleto Conservas intacto No sé todavía Por cuáles milagros, Me pretendes blanca (Dios te lo perdone), Me pretendes casta (Dios te lo perdone), ¡Me pretendes alba! Huye hacia los bosques, Vete a la montaña; Límpiate la boca; Vive en las cabañas; Toca con las manos La tierra mojada; Alimenta el cuerpo Con raíz amarga; Bebe de las rocas; Duerme sobre escarcha; Renueva tejidos Con salitre y agua; Habla con los pájaros Y lévate al alba. Y cuando las carnes Te sean tornadas, Y cuando hayas puesto En ellas el alma Que por las alcobas Se quedó enredada, Entonces, buen hombre, Preténdeme blanca, Preténdeme nívea, Preténdeme casta.
Sábado
Me levanté temprano y anduve descalza
Por los corredores: bajé a los jardines
Y besé las plantas
Absorbí los vahos limpios de la tierra,
Tirada en la grama;
Me bañé en la fuente que verdes achiras
Circundan. Más tarde, mojados de agua
Peiné mis cabellos. Perfumé las manos
Con zumo oloroso de diamelas. Garzas
Quisquillosas, finas,
De mi falda hurtaron doradas migajas.
Luego puse traje de clarín más leve
Que la misma gasa.
De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
Mi sillón de paja.
Fijos en la verja mis ojos quedaron,
Fijos en la verja.
El reloj me dijo: diez de la mañana.
Adentro un sonido de loza y cristales:
Comedor en sombra; manos que aprestaban
Manteles.
Afuera, sol como no he visto
Sobre el mármol blanco de la escalinata.
Fijos en la verja siguieron mis ojos,
Fijos. Te esperaba.
Alma desnuda
Soy un alma desnuda en estos versos, Alma desnuda que angustiada y sola Va dejando sus pétalos dispersos. Alma que puede ser una amapola, Que puede ser un lirio, una violeta, Un peñasco, una selva y una ola. Alma que como el viento vaga inquieta Y ruge cuando está sobre los mares, Y duerme dulcemente en una grieta. Alma que adora sobre sus altares, Dioses que no se bajan a cegarla; Alma que no conoce valladares. Alma que fuera fácil dominarla Con sólo un corazón que se partiera Para en su sangre cálida regarla. Alma que cuando está en la primavera Dice al inviemo que demora: vuelve, Caiga tu nieve sobre la pradera. Alma que cuando nieva se disuelve En tristezas, clamando por las rosas Con que la primavera nos envuelve. Alma que a ratos suelta mariposas A campo abierto, sin fijar distancia, Y les dice libad sobre las cosas. Alma que ha de morir de una fragancia, De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia. Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega, Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella.
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