En 1956, Herminio Almendros publicó su libro A propósito de La Edad de Oro. Notas sobre Literatura Infantil, donde, como bien refiere el título, se toma a la revista martiana como modelo o base para conformar una serie de juicios valorativos contemporáneos sobre las peculiaridades generales de lo escrito para niños. Allí no faltan alusiones a algunos de los poemas que venimos tratando e, incluso, por primera vez, se advierten los lazos entre dos poemas de Martí de similar estructura:
«Los zapaticos de rosa» es también un cuento: un cuento en verso. El cuento de un vivido suceso real, de idéntica cantera que Bebé, Nené Traviesa y La muñeca negra. ¿Puede ello causar extrañeza? ¿No quiso contar también en verso el «cuento en flor» de la niña de Guatemala…?[1]
A este poema de la revista dedica páginas antológicas Fina García Marruz en su no menos definitivo ensayo «La Edad de Oro»[2] escrito en 1962 y publicado en 1969. Leamos nada más sus atinados comentarios sobre la playa, sus observaciones sobre la profunda capacidad de sugerencia de cada uno de los elementos del poema. La escritora saca a la luz con naturalidad el enlace subrepticio, el comentario sutil que entreteje, a través de los ecos, el texto con su entorno. Son reflexiones que desbordan la sabiduría que hay en la poetisa. Pero nos quedamos con su juicio sobre la actitud del niño ante los versos, tan novedoso y legítimo:
Un niño siempre gustará más de un poema que no entiende del todo que de otro hecho solo para que él lo entienda. ¿Y quién puede saber de antemano lo que entiende y lo que no entiende un niño o cómo lo que no entiende opera sobre lo que entiende, abriendo la vía a ese superior conocimiento que resulta del contacto con aquello que nos sobrepasa?[3]
Si Fryda Schultz había afirmado que Martí concibe su poesía infantil como desprendimiento de la gran poesía, Juan Marinello en 1973[4] precisa aún más la cualidad de estos poemas cuando afirma que en «un desfile de valores poéticos de José Martí no puede faltar una referencia a los versos que incluyó en su revista La Edad de Oro», antes de referirse a los múltiples valores de «Los dos príncipes», —según él, interesante ejemplo de transculturación—, y de «Los zapaticos de rosa», en los que Marinello observa una perfecta mezcla de comunicación directa y magia creadora, extraño par en lo que a lo literario se refiere.
Un interesante y cuidadoso estudio de la composición y del ritmo en «Los dos príncipes», así como de sus relaciones con el texto que le sirve de base, nos entrega en 1974 el investigador Salvador Arias en «Martí como escritor para niños (A través del análisis de dos textos de La Edad de Oro)».[5] La profusión de diversos acercamientos a dicho poema habla por sí sola de la originalidad de que goza el texto.
Lo mismo puede afirmarse de «Los zapaticos de rosa»,[6] sobre el que Jesús Sabourín publicó una glosa sutil e ideológica en el propio año 1974 que, entre otros elementos, recrea las relaciones entre la asunción de conciencia de Pilar y su gesto caritativo. Allí refiere el estudioso:
…al anochecer, madre e hija regresan en el coche que el padre les ha enviado. Pero muy en contra de lo que pudiera suponerse, no van contentas ni orgullosas: van calladas: Vuelven calladas de noche / A su casa del jardín: / Y Pilar va en el cojín / De la derecha del coche. Algo extraño, filoso como el hielo, nos sobrecoge: el poeta nos revela, a través de sus personajes, súbita y extrañamente callados, que su acción ha sido ineficaz, que las cosas seguirán siendo como antes; que allá en el cuarto oscuro, seguirá llorando la niña tísica y gimiendo la madre desesperada, y que ellos mismos serán impotentes para evitarlo. A los ojos de la justicia poética, el gesto humano ha tenido valor: Y dice una mariposa / Que vio desde su rosal / Guardados en un cristal / Los zapaticos de rosa. Pero a los ojos de la estricta justicia, solo queda este coche que marcha en medio de la noche llevando en un rincón callado a un pequeño ser ya para siempre entristecido.[7]
[1] «Lo popular hispánico en “Los dos príncipes”» en Acerca de La Edad de Oro. Editorial Letras Cubanas, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1989, p. 139.
[2] Fina García Marruz. «La Edad de Oro», en Temas martianos, 1ra serie, Biblioteca Nacional José Martí, 1969, p. 294.
[3] Ibídem, p. 188.
[4] Hacemos alusión a su prólogo Poesía mayor de José Martí, donde se recoge el acápite «Los versos de La Edad de Oro: tradición y novedad», Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1973, p. 27- 37.
[5] Arias, Salvador. «Martí como escritor para niños (a través de dos textos de La Edad de Oro)» En: Acerca de La Edad de Oro, Centro de Estudios Martianos y Letras Cubanas, La Habana, 1989. (Publicado primeramente en 1974 en Búsqueda y Análisis. Ensayos Críticos sobre Literatura Cubana. Cuadernos de la Revista Unión, La Habana, p. 58-88.
[6] Existe un folleto donde se lleva a cabo un estudio de las posibles locaciones donde transcurre dicho poema. Nos referimos a En La Barranca de Todos. Las playas en «Los zapaticos de rosa», una indagación psico-semiológica de Oscar Fernández de la Vega, Hunter College, Roman Language, City University of New York, 1984, que no comentamos en nuestro análisis por considerarlo demasiado especulativo.
[7] Jesús Sabourín «Filosofía social en “Los zapaticos de rosa”» en Acerca de La Edad de Oro, Ob. Cit. en 30., p. 155- 156. Publicado por primera vez en De amor y combate (algunas antinomias en José Martí), La Habana, Casa de las Américas, 1974, p. 53- 55.
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