Alma Flor Ada es de las autoras cubanas de literatura infanto-juvenil que más libros ha publicado en el mundo y cuyo nombre se pasea en catálogos de las más prestigiosas editoriales, tanto de habla hispana como de Norteamérica. Ha puesto en sitio honorable la tradición latina en los Estados Unidos, dando a conocer a miles de niños que allí residen sus raíces, su folclore, su idiosincrasia, sus sueños, etc. Sin embargo, por esas cosas de la vida, los niños cubanos no conocen su obra que permanece inédita en Cuba. Su nombre significaba para mí una leyenda, como lo fue el de Hilda Perera o muchos autores a los que, durante años, inútilmente uno trata de seguirles la pista sin mucha suerte. Sin embargo, el azar me vino a favorecer cuando hace un par de años, con motivo del Congreso Lectura 2003 Para Leer el XXI que organizó el Comité Cubano del IBBY —¡al fin tras varios intentos infructuosos!—, Alma Flor Ada vino con Isabel Campoy, su coautora, en más de uno de sus ambiciosos proyectos. Alma dejó entre nosotros muchos de sus libros, sus discos de canciones para niños pero, sobre todo, sus grandes deseos de estar presente en Cuba, al menos en el eco fue puede dejar un buen libro. En esta entrevista, que hemos hilvanado muchos meses después de aquel encuentro y tras varios correos mutuos, ofrece las razones de su literatura que es, en definitiva, junto a la familia, una de las realizaciones mayores de su vida.
¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niños?
La literatura infanto-juvenil puede ser tan variada como la adulta. Y hay sitio para muchas cosas. Así que el tono puede ser tierno y sugerente, serio y reflexivo, humorístico o nostálgico. Cada obra requerirá el tono apropiado al tema y a la intención del escritor. Quizá porque abrazo la vida con entusiasmo y pasión en todas sus formas, en mis libros para niños puedes encontrar humor y tristeza, nostalgia y entusiasmo.
Por ejemplo, en tres poemarios agrupados según el alfabeto encuentras humor en Abecedario de los animales, nostalgia y delicado aprecio por la naturaleza en Coral y espuma, y reflexión intencionada sobre la propia identidad, la herencia y los valores en Gathering the Sun, abecedario en inglés y español. Lo que sí creo absoluto es que el tono debe siempre ser uno de respeto hacia el niño, que no caben ni la chabacanería, ni la vulgaridad, ni la ñoñería.
¿Eres parecida a tus personajes?
Creo que el autor siempre está presente. No necesariamente porque se parezca a los personajes, sino porque los elige y los crea. Yo encuentro que lo que siento y pienso, que lo que llevo en lo más hondo, aparece en mi obra sin proponérmelo. Y así se reiteran temas como la amistad, la familia, la tierra, la naturaleza, la diversidad, el respeto por las diferencias… que son parte de mí. Y a veces, sí me descubro en un personaje, como el ratoncito de campo de mi libro Friend Frog que quiere a toda costa ser amigo de la rana, aunque no puede ni cantar, ni saltar, ni nadar como ella. Y que al final lo consigue porque, aunque no tenga esas cualidades deslumbrantes, sabe ser un buen amigo.
¿Crees en la existencia de un autor ideal para niños?
Creo tanto en la diversidad, que me parece casi imposible imaginar a un autor, sino a tantos… pero creo que todos tendrán, dentro de sus distintos estilos e intereses, un profundo respeto por la niñez, un sentido de admiración por la vida, una capacidad de seguirse sorprendiendo siempre por las maravillas del universo y el profundo convencimiento de que, a pesar de todos los disparates y horrores que pueblan la historia de la humanidad, hay dentro de los seres humanos la posibilidad de crecer y transformarse… en fin, creo que quienes escribimos para los niños tenemos que alimentar constantemente nuestra propia fe y nuestra esperanza.
¿Reconoces en tu estilo alguna influencia de autores clásicos o contemporáneos?
Me parece presuntuoso hablar de influencias. Pero sí, hablar de reconocimiento… En poesía vivo nutrida, con enorme gratitud, por Martí, Mirta Aguirre, Dora Alonso, María Elena Walsh, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, García Lorca y Nicolás Guillén. A veces, me ha nacido un poema que era un agradecimiento, como mi poema «Mi amiga la sombra» (Que le dedico reconocida a Robert Louis Stevenson), porque en realidad me lo debe haber inspirado un poema suyo que no había vuelto a leer desde la infancia. A veces he construido un poema como humilde homenaje a un poema, como uno al caballito de mar, en agradecimiento a Mirta Aguirre. En la narrativa me nutrí de tantas lecturas, que creo todas han dejado alguna huella, si no en el estilo, al menos en la libertad para crear en tantos géneros y estilos distintos.
¿Qué solías leer cuando niña?
Hubiera querido poder tener un libro nuevo cada día, o por lo menos cada semana, y eso no era posible puesto que en el Camagüey de entonces no había una biblioteca pública —hubo solo una cuando ya empezaba a ser una adolescente y era del Servicio de Información de los Estados Unidos— así que leía y releía y volvía a leer una y otra vez los libros que constituían mi pequeña biblioteca. Y sé que era mucho más afortunada que la mayoría de los niños, aunque a mí me supieran a poco. La primera autora que leí fue la suiza Johanna Spyri; a los cuatro años me dio mi madre su copia de Heidi, que leí incontables veces. Otra vez Heidi, Hijos de los Alpes y Sin patria fueron otros de sus libros que contribuyeron a despertar en mí la conciencia del amor por la naturaleza, que yo sentía y que sus personajes expresaran. Aunque los paisajes fueran tan distintos, no lo eran los sentimientos. Luego leí a la Condesa de Ségur. No me gustaba demasiado Las travesuras de Sofía, pero sí me encantaron Memorias de un asno (que dejó una memoria imborrable y una clara conciencia de los abusos de los seres humanos contra los animales) y El General Durankin, que me fascinó por lo distinto del mundo que contaba. Estos libros me llevaban a recrear las escenas y los lugares. Y recuerdo haber temblado de frío, y haber hecho temblar de frío a mi hermanita, en una tarde sofocante de verano, cuando metidas en la cama, entre almohadas, cubiertas con cuanta frazada y toallas pudimos encontrar, nos imaginábamos en un trineo por las estepas heladas. ¡Ah, el poder del libro para desatar la imaginación! Los libros de la Colección Juvenil, creo que de la Editorial Molino, me proporcionaron lecturas maravillosas. Una de mis autoras favoritas era Louise May Alcott, de quien leí Mujercitas, Hombrecitos, Los muchachos de Jo, Cuentos de la rueca, Jackand Hill, Bajo las lilas y Una chica a la antigua. Me gustó mucho un libro: Rayito de sol, cuya autora no recuerdo. Historia de una princesita me impactó profundamente, y aún de adulta muchas veces, en los momentos difíciles, me he acordado de este pequeño personaje y su determinación para enfrentar la adversidad. Por otra parte, me encantaban las aventuras. Y gracias a ellas me transporté a los barcos de Sandokan, el tigre de Momprasén de Salgari; aunque no hubiera ni sabido cómo encontrar a Malasia en un mapa fui parte de su mundo, como también viví La isla del tesoro. El tronco de un enorme álamo derribado por algún ciclón y cuyas ramas había seguido creciendo era el perfecto barco pirata en el cual crucé todos los mares. Disfrutaba mucho de la serie de libros de Guillermo el travieso,[1] con quien me sentía muy identificada, tanto por su buen corazón como por su insensatez, que hacía que, a pesar de sus buenas intenciones, le resultaran muchas cosas muy mal. Creo que como humor fue de lo que más disfruté. Quizá el libro que más me impresionara fuera Corazón,[2] que leía con referencia, sin atreverme a representar las historias que me afectaban tanto. Por supuesto, también leí Tom Sawyer y Huck Finn, La cabaña del tío Tom y algo de Dickens, aunque creo que en la infancia solo tuve Nicolás Nickleby y Oliver Twist. Excepto por los libros de Constancio Vigil,[3] que creo los tuve todos porque mi madre lo admiraba mucho, un libro de Germán Berdiales,[4] Lecturas para la niña que se hace mujer, y los cuentos de la Colección Marujita, toda la narrativa que recuerdo haber leído era de autores extranjeros. De hecho, no tuve de niña una copia de La Edad de Oro y cuando la descubrí, ya adolescente, me maravilló, como me ha seguido maravillando siempre. Fue a través de la poesía que se nutrió mi lenguaje y mi sentido de una literatura propia. Desde muy pequeña aprendí a recitar y me sabía «La niña de Guatemala» y muchos otros. Versos sencillos, la Margarita,[5] de Darío, y algunos poemas de Gabriela Mistral, Lorca y Juan Ramón además de muchos de los de mi abuelo, Medardo Lafuente, pue no eran para niños, pero que mi abuela quiso enseñarme. Gracias a la poesía conocí una literatura propia y no solo en traducción.
¿Cómo insertas tu obra en el panorama actual de la literatura infanto-juvenil cubana?
Mi país es Cuba, pero como he vivido fuera tantos años, no sé qué cabida podría tener allí mi obra, salvo por los libros de memorias infantiles. Creo que estos libros Allá donde florecen los framboyanes y Bajo las palmas reales, que son colecciones de estampas, así como Pregones, Pinpin sarabín, Días de circo, Barriletes, Barquitos de papel, que cada uno es en sí mismo una estampa, sí debieran tener un lugar legítimo dentro del género de memorias de infancia.
Yo los ubicaría dentro de la literatura infanto-juvenil en lengua española. Saldadas todas las necesarias distancias, en la línea de Platero y yo, Juan Ramón Jiménez; Memorias de la mamá grande, Teresa de la Parra; Cuadernos de infancia, Norah Lange; y en Cuba de Memorias de una cubanita que nació con el siglo, Méndez Capote; Palomar, Dora Alonso; y Cuentos de Guane, Nersys Felipe. Son recuerdos de un momento de la vida cubana, específicamente camagüeyana, entre 1940 y 1950, vistos a través de los ojos de una niña sensible, callada y observadora. Y tan solo por esto creo que tienen una relevancia como literatura infanto-juvenil cubana. Como latina que vive en los Estados Unidos me produce gran satisfacción saber que he ayudado a abrir camino a una literatura que hacía falta, pues todos los niños merecen poder verse retratados en los libros que leen.
¿Qué atributos morales piensas que debe portar consigo un buen libro infantil?
Ser auténtico, que no quiere decir ser realista ni verdadero, pero sí haber sido escrito con autenticidad.
¿Qué piensas de la relación literatura-mercado?
Es lamentable que el mercado rija qué libros se publican y qué libros siguen imprimiéndose.
¿Podrías opinar de la relación autor-editor?
Puede ser la más enriquecedora de las relaciones. Si hablamos del editor que cuida de una edición, su labor puede contribuir a un mejor libro cuando el editor, como decía Bernice Randall —una editora extraordinaria con quien tuve la suerte de colaborar y de quien mucho aprendí—, comprende que hay muchos modos de decir y no busca suplantar el elegido por el autor, sino colaborar con él a decir lo que quiere decir cómo quiere decirlo. En cuanto al editor que tiene el poder de decidir qué se publica, su fuerza y su importancia es enorme. No hay sueño mayor para mí como autora que encontrar editores que crean en mi trabajo y estén dispuestos a estimularlo. He tenido la fortuna de encontrar algunos así.
¿Puedes anticipar en qué obra trabajas actualmente?
En varias cosas. Primero, traducir al inglés mi novela A pesar del amor. Escribir dos volúmenes para Libraries Unlimited de una nueva colección que se llama «El autor y usted». Se trata de escribir sobre mi propia obra, su origen y mensaje. Algo como lo que me pides aquí, solo que con mucha mayor extensión, claro. Un volumen está dedicado a mis libros ilustrados o de imágenes y ese se encuentra casi completo, el otro abarcará el resto de mi obra: poesía, teatro, biografías, libros informativos y toda la narrativa y libros autobiográficos y ese apenas lo empiezo. Trabajo también en mi próxima novela para adultos y en una serie de libros de textos de lenguaje, de primero a sexto grado para México, que escribo en colaboración con Isabel Campoy. Hemos terminado el cuarto grado. Además de varios cuentos para Alfaguara.
Si debieras salvar diez libros de un naufragio, ¿cuáles escogerías? ¿Alguno de los tuyos?
¡Qué pregunta más difícil! Una de las mayores complejidades de mi vida es que he tenido que trabajar no solo para criar y mantener a una familia, sino luego para albergar mi biblioteca. Con tanto peregrinaje por el mundo siempre con los libros a cuestas y ahora me pides que los reduzca a diez. No podría ni empezar.
[1] Se refiere a la serie de Guillermo Brown, de la autora inglesa Richmal Crompton (1890-1969).
[2] Obra emblemática del italiano Edmundo de Ámicis (1846-1908), cultor del llamado verismo.
[3] Constancio Vigil (Uruguay, 1876-Buenos Aires, ¿?). Destacado promotor de la literatura para niños en el continente americano. Periodista y escritor. Fundador de la Editorial Atlántida en 1918, la famosa revista Billiken, en 1919, y del diario La Prensa, de Montevideo. Autor de más de cien libros para niños.
[4] Germán Berdiales (Argentina, 1896-1975). Poeta y antologador de obras infantiles. Realizó recopilaciones el folclore de su tierra.
[5] Se refiere al poema «A Margarita Debayle», de Rubén Darío, seudónimo de Félix Rubén García Sarmiento (1867-1916), poeta, periodista y diplomático nicaragüense, considerado fundador del modernismo.
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