Si entrecomillo la frase «río de nombre musical» es porque no me pertenece. Abre el poema «Al Almendares», de nuestra Dulce María Loynaz:
Este río de nombre musical
llega a mi corazón por un camino
de arterias tibias y temblor de diástoles...
Él no tiene horizontes de Amazonas
ni misterio de Nilo, pero acaso
ninguno le mejore el cielo limpio
ni la finura de su pie y su talle.
[...]
¡Cómo se yergue en la espiral de vientos
Del cubano ciclón...! ¡Cómo se dobla
Bajo la curva de los Puentes Grandes...!
Yo no diré qué mano me lo arranca,
Ni de qué piedra de mi pecho nace:
Yo no diré que él sea el más hermoso...
¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!
Pero la autora de Jardín no fue la primera en inspirarse en el otrora caudaloso torrente. Muchos años antes, exactamente en 1834, cuando el romanticismo había hecho su carta de presentación en Cuba, el poeta Ignacio Valdés Machuca, más conocido por su seudónimo Desval, (véase en esta columna «La Lira de Apolo: una revista literaria en verso publicada en Cuba»), junto con su amigo, el también poeta de origen gaditano Francisco Iturrondo, lanzó la convocatoria para elaborar una Aureola poética en honor al recién designado ministro de estado de España Francisco Martínez de la Rosa, hombre también de letras, autor de novelas, comedias neoclásicas y dramas históricos románticos como La conjuración de Venecia. Concurrieron al llamado, entre otros poetas del momento, hasta un total de trece, Javier de la Concepción Valdés, Plácido, que debutó exitosamente como bardo con su oda «La siempreviva», considerado el mejor poema incluido en la selección. Las composiciones fueron leídas durante una pintoresca fiesta celebrada en el suburbio habanero de Arroyo Apolo, al parecer con un «montaje artístico» debido al italiano residente en Cuba Pablo Veglia, igualmente poeta. Las muestras presentadas se recogieron en una antología, una de las primeras aparecidas en Cuba, titulada Aureola poética del señor D. Francisco Martínez de la Rosa por las Musas del Almendares, aparecida ese mismo año. Por entonces la zona de Arroyo Apolo —actualmente áreas cercanas a la calle Santa Amalia, a Víbora Park y otros próximas, pertenecientes al hoy municipio de Arroyo Naranjo— era atravesada por el propio río Almendares o uno de sus afluentes y de ahí proviene, quizás, el modo en que se identificaron estos poetas, que a su vera se reunieron para homenajear al político-escritor.
El Almendares fue también el nombre adoptado por un «Periódico semanal, literario y de modas, redactado por Ildefonso de Estrada y Zenea y Juan Clemente Zenea, quienes lo dedican al bello secso» [sic], como se lee en el primer número, aparecido el 18 de enero de 1852. Ambos primos, ambos poetas, el primero tiene una amplia bibliografía, tanto en prosa como en verso, aunque su figura tiene un alcance menor en nuestro proceso literario, aunque en el plano educacional tiene la importancia de haber sido el introductor de la enseñanza preescolar, antiguamente denominada kindergarten, voz de origen alemán, en Cuba, a partir de experiencias adquiridas en México. En cambio, Juan Clemente es una de las voces líricas más relevantes del llamado segundo momento de renovación del romanticismo cubano, o «reacción del buen gusto», y tuvo un triste y controvertido final de vida frente a un pelotón español de fusilamiento.
La revista, pues en realidad no fue un periódico, como se lee en el subtítulo, presentó en sus páginas trabajos inéditos de autores cubanos y tuvo la particularidad de eliminar de sus páginas las traducciones románticas que tanto abundaban en las publicaciones de la época. A lo largo de su trayectoria, culminada a mediados de 1853, tuvo una sección fija dedicada a reproducir pensamientos de cubanos ilustres, y la titulada «Espejo del corazón», redactada por Juan Clemente, donde dio a conocer trabajos sobre moral y educación de la mujer. El propio poeta publicó también muchas composiciones de su autoría y otros trabajos en prosa bajo el seudónimo Adolfo de la Azucena. Autor del poema «Fidelia», joya de la lírica insular, cultivó también la de carácter erótico, como se lee en los versos dedicados a su amante de juventud, Adah Menken, una de las mejores páginas de ese corte escritas en la Isla durante el siglo XIX, en cuya primera estrofa leemos:
Del verde de las olas en reposo,
El verde puro de sus ojos era
Cuando tiño su manto el bosque hojoso
Con sombras de esmeralda en la ribera.
Las firmas más notorias del momento se dieron cita en estas páginas: José Fornaris, Ramón de Palma, fundador de la narrativa cubana, Rafael María de Mendive, futuro maestro de José Martí, Ramón Zambrana, Felipe López de Briñas y Luisa Molina, entre otros.
Otra publicación de igual nombre apareció en 1881, esta vez como «Diario dedicado principalmente a las señoritas». Al parecer, su primer número vio la luz el 3 de mayo. Su fundador y director honorario fue una destacada figura de la vida cultural y política de Cuba: Diego Vicente Tejera, que ya tenía experiencia como promotor de publicaciones periódicas en España y en los Estados Unidos. Poeta y prosista, a él se debe un poema convertido en clásico para nuestras letras: «La hamaca». Tejera constituyó en 1899 el Partido Socialista Cubano, primero de su tipo habido en Cuba. El cargo de director lo desempeñó Pablo Hernández y posteriormente fue redactado por Gavino Govantes y Govantes, que, a la vez, era su propietario. El periódico, de cuatro páginas, tenía la peculiaridad de que las dos primeras estaban dedicadas a anuncios comerciales y las dos restantes a trabajos de carácter literario: críticas, cuentos, poesías, folletines. También incluían artículos sobre modas, artes e «intereses generales», como era usual decir en la época. En sus páginas colaboraron plumas de primera categoría, como Manuel de la Cruz, tras el seudónimo Enmanuel, Henry, quien era en realidad Enrique Hernández Miyares, Mercedes Matamoros, una de las voces líricas más estremecedoras de la poesía cubana, pero aún poco reconocida como poetisa excepcional que fue, Antonio Bachiller y Morales, a quien se le llama, con toda justicia, padre de la bibliografía cubana, figura clave de la intelectualidad del XIX, de quien se conmemora este año el bicentenario de su nacimiento, y autor del primer intento de historiar nuestro proceso cultural a través de sus Apuntes para la letras y la instrucción pública en la isla de Cuba, obra en tres volúmenes aparecida entre 1858 y 1860, Nicolás Heredia, de origen dominicano, y Domitila García de Coronado. Se ha afirmado que José Martí escribió para este periódico, pero en los ejemplares vistos, de julio a noviembre de 1882, solamente apareció su artículo sobre Darwin, tomado de La Opinión Nacional, de Caracas. Su publicación se extendió, al parecer, hasta febrero de 1883.
Nuestro río Almendares ha dado pie, como se ha podido advertir, a muestras poéticas, ha prestado su nombre a revistas y periódicos y, en la etapa de la república neocolonial sirvió de nombre a un club de pelota, identificado por el color azul, siempre en pugna con otro llamado Habana, que salía al terreno con su uniforme rojo.
Volvamos a Dulce María y su poema antes citado, para recordar, con ella, este río:
Su color, entre pálido y moreno:
—Color de las mujeres tropicales...—
Su rumbo entre ligero y entre lánguido...
Rumbo de libre pájaro en el aire.
Le bebe al campo el sol de madrugada,
le ciñe a la ciudad brazo de amante.
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