Amado del Pino (Tamarindo, Camagüey, 1960-Madrid, España, 2017) se graduó de Teatrología y Dramaturgia en el ISA (1982), fue editor de Tablas, laboró en Revolución y Cultura, fue columnista en Juventud Rebelde, en Granma y La Jiribilla. Ese desempeño le valió, entre otros reconocimientos, el premio «26 de Julio» en varias ocasiones y el de periodismo cultural «Fernández de Castro» por la Obra de toda su vida. En teatro acumuló los premios «José Antonio Ramos» de la UNEAC, Premio de la Crítica Literaria, el Premio de Dramaturgia Virgilio Piñera, por citar algunos reconocimientos de los muchos que recibiera. Su labor ensayística se vio reconocida con el galardón «Razón de Ser» y el de teatrología «Rine Leal». Como poeta, fue antologado y publicado en numerosas ocasiones. Guiones para cine y televisión, actuaciones en filmes destacados, integran la multifacética vida de un dramaturgo, crítico y ensayista a quien, desde el afecto, se la ha considerado como autor inquieto, persistente, riguroso. Los que compartimos su trabajo como investigador en el Instituto de Literatura y Lingüística, podemos dar fe de esas y otras numerosas cualidades, sazonadas por la simpatía y la nobleza que repartió a cada paso.
La obra de Amado del Pino, en su totalidad, se erige entre las más destacadas de las últimas décadas dentro de las letras cubanas. Su valía estriba, entre otras razones, en la coherencia de principios éticos y estéticos presentes en su enunciado artístico-exegético. Coherencia probada desde una amplia praxis creadora, en la que reunió tanto sus habilidades poéticas como dramatúrgicas. Sus textos analíticos han dejado expuestas sus amplias aptitudes como investigador, ensayista y crítico columnista, al tiempo que muestran, fehacientemente, su sólida formación teatrológica.
En su prosa reflexiva, esa personalidad —enriquecida por la sensibilidad hacia el arte teatral y por una férrea honestidad—, devino corpus valorativo en el cual consiguió combinar sutileza en la (des)calificación, al mismo tiempo que agudeza y generosidad al aplicar adjetivos. Todos sus textos son muestras del poder de su crítica participante, conocedora y doliente de los errores que el propio Amado dimensionara al decir alguna vez que:
/…/ No es fácil estar en la butaca del crítico, sirviendo de intermediario entre la puesta en escena y sus espectadores; entre la prisa del presente y la búsqueda paciente de los que mañana tratarán de reconstruir temporadas e imaginar funciones o aplausos. A la larga debo volver a Rine y su relampagueante sarcasmo: «Los críticos son como las estrellas, inclinan pero no obligan». (Pino, 2017)
Amado del Pino fue continuador, generacionalmente, de la denominada como «nueva pupila crítica» definida por el eterno maestro Rine Leal. Perteneció, por tanto, a una generación de las más enriquecidas y actualizadas en los estudios teóricos referidos al mundo del teatro hasta ese momento. Sus textos han permitido siempre la visualización de dicho mundo de las tablas desde la consecución de concatenaciones fenomenológicas, a partir de puntos de vistas capaces de reconocer y traspasar el pensamiento marxista, para observar la tradición con ojos revisitadores y avisorar promesas en las expresiones transgresoras.
Amado consideró —seguramente en consonancia con el precepto de la conciencia crítica heredado de su maestra Graziella Pogolotti—, un deber suyo el reunir en libros los artículos que había publicado en revistas especializadas y las críticas publicadas durante su trayectoria de casi dos décadas de columnista y colaborador de diversos medios. Y trabajó en la recopilación de esos escritos, muchas veces dispersos entre archivos y papeles que atesoraba sin tal pretensión. Dicho empeño será siempre agradecido por los estudiosos del universo teatral.
Con un esmerado concepto compositivo, este crítico estableció un balance entre los trabajos que seleccionó en cada texto, tanto en lo relativo a los artículos críticos, como es el caso de su libro Acotaciones, así como los estudios de carácter ensayístico, como Sueños del mago. Estudios de dramaturgia cubana contemporánea, y Teatralidad y cultura popular en Virgilio Piñera. Siempre dio muestras de su dominio comunicativo, al trasmitir con expresión autorizada y coloquial sus opiniones. Ese cuidadoso hacer recuerda al Amado que, en plena escasez de publicaciones durante el Periodo Especial, se expresaba con locuacidad y rigor crítico en la emisora CMBF Radio Musical Nacional para reseñar y promocionar libros de reciente publicación.
Por otra parte, para los que compartimos generación, vivencias, motivos y sueños con el Amado del Pino dramaturgo, no pueden resultarnos ajenos el mundo, las realidades, anhelos y esperanzas atrapadas en un conjunto sustancioso de piezas teatrales, en las que sintetizó orgánicamente las visiones del teatrólogo, del crítico de teatro y, sobre todo, del cubano sensibilizado —en la vida como en el arte—, con el «cubano de a pie», ese ser con quien alcanzó en su día a día una apreciable sintonía.
Amado del Pino es autor de un número considerable de contribuciones para la dramaturgia cubana que hablan de sus potencialidades y de su saber polifacético. Su estilo peculiar, unificador de muchos talentos, le propició la recreación de la cubanía. A partir de una poética dramática de singular perfil, logró homenajear a sus maestros de la escena, volcar su mundo interior y exteriorizar —a través de sus personajes—, las inquietudes críticas hacia la realidad social que explorara desde las profundidades rurales primero, citadinas después.
Ojos bien abiertos, oídos bien pegados al suelo patrio y una inspiración lo suficientemente distanciada para alcanzar la objetividad más sincera, parecen ser las coordenadas que le permitieron tomar el pulso a las interioridades del cubano más popular. La observación crítica le posibilitó, a su vez, establecer la justa relación de causalidad presente en la formulación de los conflictos y los personajes que corporizan su teatro y lo hacen auténtico, desde un enfoque centrado en la reafirmación de la identidad nacional. Siempre persiguió el propósito de atrapar la autoctonía desde cualquier ángulo, sin apartarse de la tradición provinciana, los temas apegados a la tierra, los que dejó insertados entre las angustias existenciales de sus personajes, algunos de los cuales comunican el desarraigo, la nostalgia y el anhelo de experimentar otros ámbitos y se contaminan de las experiencias vitales de quien los concibió.
Sin dejar de aprovechar el legado de sus predecesores más admirados, sin desprenderse de lo mejor de las influencias de sus contemporáneos tampoco, Amado del Pino buscaría un camino muy propio, siempre con tanto por decir, y consiguió hacer del suyo un teatro que deconstruye, que revisa y apunta a la realidad desde el descreimiento y la ironía. Su dramaturgia abarca un abanico de situaciones que constituyen el basamento para la recreación del ser cubano, objeto de su atenta observación para la posterior recreación artística. Así se aprecia en sus conocidos —y por suerte estrenados— títulos, como Tren hacia la dicha, Penumbra en el noveno cuarto, Triángulo, Cuatro menos, Espontáneamente, por citar algunos. Desde una mirada muy cuestionadora del individuo y sus razones, Amado logró estampar en sus obras el erosionado paisaje de una época, nuestra época. Miradas futuras podrán observar un momento histórico en el que sobreviven personajes inconformes con su entorno, donde el desarraigo convive con el patriotismo en eterno dilema, donde las ilusiones no tienen una vía para su fácil realización, pero los sueños se niegan a abandonar al individuo. Es así que su teatro ha sido considerado como un teatro de la realidad y de la crudeza, tamizado con el eterno toque de poesía que su autor llevó dentro.
La dramaturgia de Amado del Pino, una de las más representadas en las últimas décadas —y quizás la parcela de su creación por la que será más recordado, aparte de su inolvidable personaje en la cinta Clandestinos, de Fernando Pérez—, está llena de seres auténticos, reconocibles, que han transitado por las esquinas más oscuras de la realidad. Una realidad que el autor no ocultó y que nombró con los apelativos de la calle, sin eufemismos, aunque con una rara luz, desde esa poesía de la crudeza que emerge de sus obras para recordar que esas esquinas, quizás más oscuras que lo deseado, también existen. Su teatro, lo que es decir su persona, su obra toda, asimiló, mezcló, releyó, actualizó preceptos aprehendidos, intertextualizó para honrar, y logró conseguir un auténtico decir prefigurativo, afianzador, dentro del canon de la escena contemporánea. Se hizo eco en el arte, quizás en la propia existencia, de muchas voces y fundó la suya a partir de una aguda, sensible e individual manera de apreciar el mundo que lo circundó, tanto en Cuba como fuera de ella.
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Es un placer leer sobre Amado del Pino, dramaturgo por excelencia ?