En el aniversario del natalicio del notable escritor, investigador y editor Ambrosio Fornet, Premio Nacional de Literatura, compartimos a modo de homenaje, este texto que le dedicara Norberto Codina con quien lo unió una amistad entrañable, incluido en su libro El pabellón de los amigos, publicado este año por nuestra editorial.
* * *
Cuando supimos la triste nueva del fallecimiento de Pocho, justo unos días antes mi esposa y yo habíamos visto por enésima vez, pero siempre como si fuera la primera, el documental que el jovial y laborioso Tony Lechuga le dedicara, filmación en la que además estuve entrañablemente involucrado. Nos emocionamos con los amigos ahora ausentes —Jaime Sarusky, Roberto Fernández Retamar—, con la persona tan querida para nosotros que era y es Ambrosio Fornet, e incluso al recorrer con la cámara ese apartamento tan familiar en el entorno de nuestro antiguo barrio.
El 6 de octubre venidero hubiera cumplido noventa años. Como me escribió su hijo Pablo, «se fue tranquilo y orgulloso de la vida que llevó, y feliz de los amigos que tuvo». Y yo agregaría: y, en primer lugar, de su familia, formada junto a su ineludible Silvia Gil, con la que logró el noble sortilegio de que tantos nos sintiéramos parte de esta.
El pasado 19 de febrero, hace unas pocas semanas, tuvimos nuestro último intercambio epistolar, a tenor de una entrevista que compartí con él, y donde, como era habitual en mí, lo mencionaba en más de una ocasión:
Querido Norberto:
Gracias por esa polifacética y fascinante entrevista. Y gracias también por repetir la cita. Te felicito y espero que el impulso continúe.
Un abrazo, extensivo a Gisela y Jimena,
Pocho
Querido Pocho, gracias a ti por tu amistad, la de tu familia, y este mensaje. El impulso siempre continúa, tú eres un ejemplo, pero como seguro sabes, ya presenté mi jubilación, como tú hiciste en su momento. Pero en este oficio, y sigo con tu ejemplo, uno se jubila, pero no se retira. Abrazos a los dos.
El texto que ahora comparto es la suma de dos acercamientos en diferentes momentos, uno escrito hace unos pocos años, y el otro concebido para el homenaje reciente que, a tenor de su deceso, le tributara la 30 Feria Internacional del Libro de La Habana. Tal vez ambos, ahora versionados en uno, compendian algo de lo mucho que nos unió durante tantos años. Siempre será recordado como el eterno vecino, sin par amigo, escritor admirado, gacetero ejemplar, y alguien tan querido por los míos, que se resume en lo que mi hija define como un raro sentimiento, al sentir que una parte de su infancia se fue con él cuando se imagina en Línea 53, eternamente de niña, en la mágica terraza familiar de los Fornet-Gil.
El Vedado que nos acompaña, 5 de abril-25 de mayo, 2022
I
«De provinciano a provinciano. José Antonio Portuondo y Ambrosio Fornet polemizan sobre la novela en la revolución». Así se tituló uno de los debates más memorables de La Gaceta de Cuba, publicado en julio de 1964, debates recogidos con posterioridad en el excelente volumen Las polémicas culturales de los 60, que le debemos a la doctora Graziella Pogolotti. Por esas concurrencias de la vida, durante la 30 Feria Internacional del Libro de La Habana le rendimos tributo a Pocho en la sala Portuondo[1]. Estoy seguro de que el santiaguero, con su proverbial gracia de caballero… y de compañero, se sentiría complacido por esta coincidencia con su fraterno polemista de entonces, el hijo pródigo de Veguitas de Bayamo, como este a su vez se reconocía.
En fecha tan temprana como julio de 1962, Ambrosio colaboró por primera vez en La Gaceta… Sería con un cuento «Yo no vi na’…» —que medio siglo después le daría título a un pequeño libro suyo de pasajes de prosa ficcional y ensayística con el común denominador de sus ámbitos natales—, y en ese mismo número aparecería su traducción de una narración de William Faulkner, de ahí que una foto suya tomada tiempo después durante una de las muchas visitas que hiciera a Estados Unidos tuviera como nota al pie: «Un traductor de Faulkner en el Misisipi». Entrelos textos de ese cuaderno, que el sello editorial bayamés dio a conocer por sus ochenta años, cuando le dedicaron la Feria del Libro en 2012, está uno que me llamó particularmente la atención: «Un Céspedes para escritores», publicado en el mismo tabloide en su número 43 de 1965. Se lo recomendé al cespedista y amigo a tiempo completo que es Rafael Acosta de Arriba, quien no lo conocía, y por tanto no lo había incluido en su rigurosa Biobibliografía de Carlos Manuel de Céspedes, que publicara veinticinco años antes. Rafael, sin dudas el principal estudioso vivo del tema, me celebró las virtudes de una defensa que argumenta con justicia sobre la figura histórica, y donde sobresale el lado íntimo y más humano del hombre del 10 de Octubre.
Dando un salto en el tiempo en su vínculo con la revista, nos encontramos con su presencia entre nosotros en los últimos 35 años. Ya fuera con una sección deliciosa que desde el anonimato publicó como «Las perlas de su boca», donde nos permitía disfrutar de algunas curiosidades divertidas y provocadoras de nuestra «aldea letrada» —como nos recuerda Francisco López Sacha, él «tenía una extraordinaria capacidad asociativa, la de un hombre culto que podía relacionar una película con un chiste»—, hasta sus ya canónicas compilaciones sobre la diáspora cultural cubana. Recogidos y prologados después por Ambrosio como libro para la villaclareña Editorial Capiro, forman parte de Memorias recobradas (2000), que colecciona los cinco dosieres publicados en La Gaceta de Cuba en el trienio 1993-1995. Fue un título que se agotó rápidamente. En este se reproducen, y cito a su editor, Ricardo Riverón:
(…) los argumentos y textos representativos del proyecto que el autor puso en marcha en 1993, con la publicación de un conjunto de ensayistas y críticos cubanos residentes en Estados Unidos. Además de servir de introducción al nutrido corpus que esquemáticamente suele llamarse «literatura cubana de la diáspora», el libro resulta interesante y aportador aun para los sectores informados (…). Muchos de los nombres (…) enumerados constituyen hoy referencia natural en los panoramas y estudios sobre nuestra literatura. Pero en el momento en que (se) concibieron los dosieres, la mayor parte estaba más que congelada y vista con ojeriza.
Por estas y otras razones, como fiel lector, colaborador, consejero y amigo consecuente, fue un «gacetero mayor», como también me gusta recordarlo, desde su condición raigal de hombre de la cultura, de cubano y revolucionario, definiciones todas en su sentido más universal, democrático e inclusivo. De ahí que el panel por los sesenta años de La Gaceta de Cuba se lo dedicáramos con toda justicia, por lo mucho que le debemos, como en tantos otros campos de la cultura cubana. Pienso que, contrario a lo que se da por norma, a los amigos cuando mueren, forzosamente no siempre hay que llorarlos, asistir al velatorio o acompañarlos al cementerio, pero sí tenerlos presentes de todas las formas legítimas que nos depare su recuerdo. Por eso prefiero concluir con unas líneas que escribí cuando su Casa de las Américas fue el espacio natural para homenajearlo, cuando recibió el premio a la Excelencia Académica, de la Sección Cuba de LASA.
II
A los diez años me tocó ser vecino de Ambrosio Fornet. Me gusta repetir que fui sucesivamente vecino, lector, amigo, promotor y editor de Ambrosio, y que todo lo que diga sobre él pasa por una relación memoriosa, familiar y profesional. De lo primero da fe algo que escribí hace años[2], al celebrar que en los edificios colindantes con mi casa tenía «a un conversador que se agradece como Ambrosio Fornet, un interlocutor con la paciencia de Enrique Saínz y un barbero con cualidades de escultor como Enrique Angulo. En los bajos de los Fornet-Gil visité durante años, incluyendo sistemáticas “pegadas de gorra”, a la escritora norteamericana Margaret Randall… en ese cálido apartamento compartí ―a veces junto a Pocho― con una galería de intelectuales como Julio Cortázar, Juan Gelman, Ernesto Cardenal, Efraín Huerta, Arnaldo Orfila…».
Lo familiar se prolonga en las nuevas generaciones; tal vez el cariño que les profesa mi hija sea el mejor testimonio… Claro está, como toda amistad que se respete, he tenido mis desacuerdos, y un par de ellos son irreconciliables. Uno es que pese a haber nacido Pocho en Veguitas, pequeño pueblo donde el legendario Manuel Alarcón debutara como shortstop del Deportivo, devenido después mi lanzador favorito, y plaza ubicada a unos pocos kilómetros del Manzanillo de mis mayores, él se declare bayamés sin cortapisas ―aunque Silvia es por sí sola un argumento irrebatible por casi siete décadas para que asumiera esa condición―. Y lo otro es que esa auténtica estirpe oriental que ellos representan tenga dos hijos declarados sempiternos industrialistas.
El pretexto de estas líneas para elogiar a tan estimado amigo fue el homenaje que en el pasado verano le rendimos en su querida Casa de las Américas, a tenor de un merecido reconocimiento. El carnal Félix Masud fue el primero en darme la noticia en esas fechas del premio a la Excelencia Académica, de la Sección Cuba de LASA, otorgado a Ambrosio… Me consta, pues lo viví en persona, la entusiasta acogida que tuvo la propuesta cuando se hizo pública en el congreso de Nueva York, celebrado en mayo de 2016. Son varias las razones que lo avalaron; solo quiero compartir algunas con ustedes, retomando esa relación profesional apuntada al inicio.
El autor de En tres y dos ha ejercido con naturalidad y lucidez la orientación intelectual, literaria, estética de un determinado momento —llámese quinquenio gris—, o de un determinado escritor —llámese Alejo Carpentier—. Una cátedra —llámese historia del libro en Cuba, lectura de originales ajenos, talleres de guiones—, que ha desempeñado desde su reconocida modestia. Como bien dice su fraterno Roberto Fernández Retamar —parafraseando a Eduardo Galeano—, «parece que no se ha enterado todavía de que él es Ambrosio Fornet». El crítico «severo y amable» que ha sido a la vez, «se las ha agenciado», como nos recuerda su colega de años en las lides cinematográficas Manolito Pérez, para que esas cualidades sumen «una voluntad constructiva», aunque para nada complaciente.
Un capítulo de ese magisterio, y correspondiente al meollo de LASA, está en su vínculo con La Gaceta de Cuba. La revista, primero de una forma tímida, después como una voluntad editorial, contribuyó a darle visibilidad a la llamada diáspora cultural cubana. Fornet fue decisivo para empezar a reconocer la literatura y el arte cubano donde quiera que se genere, debido ya sea al fenómeno del exilio o a la emigración simplemente económica, un tejido que en sus diferentes vertientes conforma lo que hemos comprendido como diáspora. Él fue un abanderado desde La Gaceta… para el examen de la cultura cubana en el mapa traumático y disperso del emigrante. Se empezaron a publicar los dosieres de la revista desde 1993 hasta sumar cinco en total, recogidos posteriormente por la Editorial Capiro. En el prólogo a Memorias recobradas —compilación que siguió constituyendo tres décadas después la piedra angular de este temario en La Gaceta…―, el autor escribe:
Desde que apareció el primer dosier de La Gaceta… se hizo evidente que estábamos dando respuesta a una necesidad profunda, tanto de información, como de coherencia intelectual […] los dosieres cumplían también una función imprevista —una doble función, de hecho: sociocultural y psicosocial—, puesto que a los autores les permitía incorporarse a su ámbito mayor, el formado por los lectores de la isla, y a nosotros nos permitía recobrar esos fragmentos de nuestra propia memoria colectiva, escindida por el trauma recurrente de la diáspora. No hemos hecho más que empezar, pero de eso se trataba, justamente, de dar el primer paso.[3]
Aprovecho para subrayar esta idea final, pues como dice el proverbio armenio —aunque los chinos, como es natural, también se lo apropian—, para caminar mil millas, primero hay que dar un paso. Indiscutiblemente que esas ideas a las que le dio cuerpo en la revista marcaron una pauta no solo en sus páginas, no solo en nuestro perfil editorial, sino de forma evidente dentro de todo el espacio editorial y académico de la isla, y con derivaciones fuera de ella, y estableció puentes que han perdurado y se han multiplicado hasta el presente. Todo esto dio lugar a un proceso sostenido, aunque hoy sigue siendo en parte insuficiente, y su dinámica pasó de emergente y aislada a orgánica y ampliamente consensuada.
Cuando al cumplir ochenta años, en un documental sobre su vida y obra le preguntaron por la importancia de los premios, Pocho respondió con su habitual cordialidad criolla, que a esa edad el mejor premio puede ser una buena digestión. Y aunque esa cita es para mí a la vez un dogma y una guía para la acción, sí puedo asegurarle que ese premio de la academia cubana-norteamericana —siendo ya el más grande de todos, Silvia, su familia, su patria, sus amigos— se suma con justicia a la voluntad de celebrarle a nombre de los que de una forma u otra le conocemos y le queremos, y acompañamos, la conciencia de lo mucho que ha hecho durante toda su trayectoria por identificar las esencias de nuestra cultura.
Puede sentirse feliz, pues como él aspiraba, «ha pasado por este mundo y ha sido útil». Pues citándole en aquella memorable entrevista que le hiciera uno de sus deudos agradecidos, Leonardo Padura Fuentes, y que publicamos en La Gaceta de Cuba con motivo de sus sesenta años —¡qué jóvenes éramos todos!—: «No es [solo] la cultura lo que te hace mejor, sino tu capacidad para vivir de acuerdo con determinados valores, uno de los cuales es el sentido de la justicia».
Ya emprendiendo su año noventa, solo nos queda expresarle —como diría Omara—, la hija de Bartolomé Portuondo, y otra vecina ilustre del barrio que compartimos toda una vida:
Ambrosio… gracias… gracias… gracias…
***
Texto incluido en su libro El pabellón de los amigos, publicado este año por nuestra editorial y disponible para su descarga gratuita en formato ePub y Pdf.
Leer también «De editor a editor. Ruta o itinerario por el libro cubano» entrevista de Ángel Calcines a Ambrosio Fornet
[1] Intervención como parte del panel «Homenaje a Ambrosio Fornet» el 25 de abril de abril de 2022, en el Palacio del Segundo Cabo, sala José Antonio Portuondo, en la 30 Feria Internacional del Libro de La Habana.
[2] Norberto Codina: Ciudades paralelas. La Habana, entre la memoria y los sentidos (Ediciones Matanzas, 2010), pp. 62-63.
[3] Ambrosio Fornet: Memorias recobradas (compilación de dosieres de La Gaceta de Cuba), Editorial Capiro, Villa Clara, 2000, pp. 9-12.
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