El 1 de abril de 1948 salió al aire por el Circuito CMQ Radio el primer capítulo de la novela El derecho de nacer. Se iniciaba así un idilio interminable, que aun perdura, entre el autor de la novela, Félix Benjamín Caignet, y las mujeres protagonistas, a saber, los personajes de María Elena e Isabel Cristina, madre y novia, respectivamente de Alberto (Albertico) Limonta, protagonista masculino.
Por muy optimista que fuera el multifacético Caignet (también compositor musical, pintor, periodista, poeta, actor…) jamás pudo imaginar la trascendencia que tendría El derecho de nacer, que inmortalizaría su nombre dentro del ámbito radio y telenovelero de toda América Latina, al punto de considerársele el padre de un género —la telenovela— que hoy expande sus ramificaciones al mundo todo, incluida Asia, uno de los mayores mercados.
Para conocer mejor a María Elena y a Isabel Cristina del Castillo, necesitamos contar al lector una brevísima sinopsis de la novela de Caignet. Es la historia de la familia del Junco, con buenos muy buenos y villanos muy malos. Todo comenzó cuando María Elena —primogénita de don Rafael del Junco, cabeza de una familia rica y distinguida— quedó embarazada («deshonrada», según el término entonces en uso) y fue abandonada por el joven «villano» Alfredo. Con María Elena, don Rafael hizo lo «clásico» para entonces en tales casos: la alejó del hogar, la destinó a una hacienda, pretendió que abortara y al nacer el nieto, encargó a su capataz que lo eliminara.
El pequeño (un bebé) —se llamará Alberto, Albertico— es protegido por su nana negra, quien lo lleva consigo, en tanto el capataz hace creer a su patrón que cumplió su encargo. A partir de ahí la vida de María Elena integra en sí misma todos los componentes del más dramático de los amores difíciles: desarraigo, pobreza, rencores, desesperación por encontrar al hijo… y mientras, pasaron los años. Un día, María Elena, ya resignada, concede su perdón a don Rafael, y por último ingresa a un convento.
En María Elena depositó Caignet todos los sinsabores del más amargo y atrapante de los melodramas comerciales, porque tuvo él la conciencia de lo que hacía… y sabía hacerlo muy bien. Así, mantuvo al aire durante un año, en poco más de 300 capítulos, un culebrón para el que cada día don Félix, al entregar su guión escasas horas antes de la trasmisión, incorporaba nuevos elementos de tensión, ritmo y ansiedad a granel en los oyentes.
Por otro lado está el personaje de Isabel Cristina, la gran protagonista, que enrumba amores con Albertico, quien se ha convertido en un reconocido médico, el doctor Alberto Limonta.
Así, obviando numerosos pormenores y subtramas, llegamos al final, que se avizora cuando la nana, llamada Mamá Dolores, cuenta «toda la verdad», los Del Junco se arrepienten de su crueldad y se celebra la boda entre Isabel Cristina y Alberto, asunto que tampoco ha sido fácil porque entre ella y él se había interpuesto para conformar un triángulo, la bella Graciela del Busto, aunque los embelesados oyentes respiran aliviados al saber que se impone un happy end.
Amores difíciles, de veras difíciles, los pergeñados por ese mago del melodrama que fue Félix B. Caignet, quien también merece ser presentado, porque se trató del autor de un número antológico de la canción cubana como Frutas del Caney, del libreto de otra serie radial de enorme éxito, Las aventuras del detective Chan Li Po, y de alrededor de 200 comedias y 300 obras musicales distribuidas en sones, guarachas, boleros, guajiras, música infantil…¡Menuda producción la de Caignet!
En cuanto a El derecho de nacer, se ha trasmitido y retransmitido en varios países del continente, se llevó al cine e hizo de don Félix un creador de amores capaces de arrastrar a millones de seguidores por los diversos medios de difusión, al punto de haber sido seleccionada El derecho de nacer como la telenovela «más influyente de Latinoamérica», aunque cuando esta encuesta se realizó, en 2008, lamentablemente ya durmiera Caignet —fallecido en La Habana en 1976— el sueño eterno de los grandes hacedores de sueños, y que se nos disculpe tamaña redundancia.
Tuvo Félix Benjamín Caignet el discutido privilegio de haber sido el autor de los amores más difíciles jamás imaginables, los que más lagrimones hicieron derramar a los auditorios radiales que, ¡vaya paradoja!, disfrutaban con cada nueva entrega.
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