Il y a quelques années qu’en visitant, ou, pour mieux dire, en furetant Notre-Dame, l’auteur de ce livre trouva, dans un recoin obscur de l’une des tours ce mot, gravé à la main sur le mur ÁNÁrKH1. Ces majuscules grecques, noires de vétusté et assez profondément entaillées dans la pierre, je ne sais quels signes propres à la calligraphie gothique empreints dans leurs formes et dans leurs attitudes, comme pour révéler que c’était une main du moyen âge qui les avait écrites là, surtout le sens lugubre et fatal qu’elles renferment, frappèrent vivement l’auteur. Il se demanda, il chercha à deviner quelle pouvait être l’âme en peine qui n’avait pas voulu quitter ce monde sans laisser ce stigmate de crime ou de malheur au front de la vieille église. Depuis, on a badigeonné ou gratté (je ne sais plus lequel) le mur, et l’inscription a disparu. Car c’est ainsi qu’on agit depuis tantôt deux cents ans avec les merveilleuses églises du moyen âge. Les mutilations leur viennent de toutes parts, du dedans comme du dehors. Le prêtre les badigeonne, l’architecte les gratte, puis le peuple survient, qui les démolit. Ainsi, hormis le fragile souvenir que lui consacre ici l’auteur de ce livre, il ne reste plus rien aujourd’hui du mot mystérieux gravé dans la sombre tour de Notre-Dame, rien de la destinée inconnue qu’il résumait si mélancoliquement. L’homme qui a écrit ce mot sur ce mur s’est effacé, il y a plusieurs siècles, du milieu des générations, le mot s’est à son tour effacé du mur de l’église, l’église elle-même s’effacera bientôt peut-être de la terre. C’est sur ce mot qu’on a fait ce livre. Février 1831. / 1. Fatalité.
Veamos ahora tres traducciones a español del mismo párrafo en orden de antigüedad. La primera se titula: La Esmeralda (Nuestra Señora de París) por Víctor Hugo (versión española de Francisco Nocente ilustrada con magníficos grabados; copias del célebre Brion, Barcelona; ed. Biblioteca escogida de Juan Alum, 1875) y varios autores posteriores la suscriben como suya pues prácticamente se ha tomado como texto base de las demás propuestas. Dice así:
Hace algunos años que, visitando ó, por mejor decir, huroneando la catedral de Nuestra Señora de París, encontró el autor de este libro en un oscuro rincón de una de sus torres, esta palabra grabada a mano sobre la pared: ÁNÁrKH Estas mayúsculas griegas , denegrecidas por el tiempo y profundamente entalladas en la piedra, no sé qué signos peculiares á la caligrafía gótica, impresos en sus formas y actitudes como para revelar que los había escrito allí una mano de la edad media, y sobre todo, el sentido lúgubre y fatal que encierran , hirieron vivamente la imaginación del autor. Preguntose a sí mismo, procuró además, cual podía ser el alma en pena que no había querido abandonar este mundo sin dejar aquella marca de crimen o de infortunio en la frente de la vieja iglesia. Después, han embadurnado ó rayado (no sé cual de los dos) la pared, y la inscripción ha desaparecido; porque esto es lo que se está haciendo ya hace cosa de doscientos años con las maravillosas iglesias de la edad media. De todas partes les vienen las mutilaciones, de dentro como de fuera: el sacerdote las pintorrea, el arquitecto las raspa; el pueblo llega enseguida y las derriba. Así que, escepto el frágil recuerdo que le consagra aquí el autor de este libro, nada queda ya en el día de la misteriosa palabra grabada en la sombría torre de Nuestra Señora, nada del ignorado destino que tan melancólicamente reasumía. El hombre que escribió allí aquella palabra, desapareció hace muchos siglos de enmedio de las generaciones, la palabra ha desaparecido también de la pared de la iglesia, la iglesia misma acaso desaparecerá bien pronto de la faz de la tierra. Sobre aquella palabra se ha compuesto este libro “. París-marzo de 1831.
La segunda traducción del prefacio a Notre-Dame de Paris es de Carlos Ramírez de Dampierre, Barcelona, 1906- Madrid, 1988), traductor, intérprete, ensayista y poeta español. Trabajó en Selecciones del Reader’s Digest como traductor de francés e inglés, corrector de estilo, etc. Durante algunos años fue además asesor literario y traductor de la Editorial Sagitario de Barcelona, También de la Alianza Editorial con la que publicó su traducción de Nuestra Señora de París de Víctor Hugo. Perteneció a la Asociación Profesional Española de Traductores e Intérpretes por la que formó parte del jurado de varios premios de traducción. Su traducción de Voltaire Opúsculos Satíricos y Filosóficos le valió ser galardonado en 1979 con el Premio Nacional de Traducción Fray Luis de León ]. A renglón seguido se muestra su propuesta de traducción del mismo trozo de Víctor Hugo.
Cuando hace algunos años el autor de este libro visitaba o, mejor aún, cuando rebuscaba por la catedral de Nuestra Señora, encontró en un rincón oscuro de una de sus torres, y grabada a mano en la pared, esta palabra: ‘ANA-KH (1) Aquellas mayúsculas griegas, ennegrecidas por el tiempo y profundamente marcadas en la piedra, atrajeron vivamente su atención. La clara influencia gótica de su caligrafía y de sus formas, como queriendo expresar que habían sido escritas por una mano de la Edad Media, y sobre todo el sentido lúgubre y fatal que encierran, sedujeron, repito, vivamente al autor. Se interrogó, trató de adivinar cuál podía haber sido el alma atormentada que no había querido abandonar este mundo sin antes dejar allí marcado (en la frente de la vetusta iglesia) aquel estigma de crimen o de condenación. Más tarde los muros fueron encalados o raspados (ignoro cuál de estas dos cosas) y la inscripción desapareció. Así se tratan desde hace ya doscientos años estas maravillosas iglesias medievales; las mutilaciones les vienen de todas partes tanto desde dentro, como de fuera. Los párrocos las blanquean, los arquitectos pican sus piedras y luego viene el populacho y las destruye. Así pues, fuera del frágil recuerdo dedicado por el autor de este libro, hoy no queda ya ningún rastro de aquella palabra misteriosa grabada en la torre sombría de la catedral de Nuestra Señora; ningún rastro del destino desconocido que ella resumía tan melancólicamente. El hombre que grabó aquella palabra en aquella pared hace siglos que se ha desvanecido, así como la palabra ha sido borrada del muro de la iglesia y como quizás la iglesia misma desaparezca pronto de la faz de la tierra. Basándose en esa palabra, se ha escrito este libro. Marzo de 1834.1 Esta palabra griega que significa «fatalidad» será utilizada más tarde por Victor Hugo como título del capítulo IV del libro VII.
Finalmente, presentamos una traducción más libre y actual del citado “Prefacio” con sus ampliaciones y reducciones (no aparece consignado el nombre del traductor). Incitamos a los lectores/traductores a establecer comparaciones valorativas. Dice así:
Cuando hace algunos años el autor de este libro visitaba o, mejor aún, cuando rebuscaba por la catedral de Nuestra Señora, encontró en un rincón oscuro de una de sus torres, y grabada a mano en la pared, esta palabra: ‘AN’AΓKH. Aquellas mayúsculas griegas, ennegrecidas por el tiempo y profundamente marcadas en la piedra, atrajeron vivamente su atención. La clara influencia gótica de su caligrafía y de sus formas, como queriendo expresar que habían sido escritas por una mano de la Edad Media, y sobre todo el sentido lúgubre y fatal que encierran, sedujeron, repito, vivamente al autor. Se interrogó, trató de adivinar cuál podía haber sido el alma atormentada que no había querido abandonar este mundo sin antes dejar allí marcado (en la frente de la vetusta iglesia) aquel estigma de crimen o de condenación. Más tarde los muros fueron encalados o raspados (ignoro cuál de estas dos cosas) y la inscripción desapareció. Así se tratan desde hace ya doscientos años estas maravillosas iglesias medievales; las mutilaciones les vienen de todas partes tanto desde dentro, como de fuera. Los párrocos las blanquean, los arquitectos pican sus piedras y luego viene el populacho y las destruye. Así pues, fuera del frágil recuerdo dedicado por el autor de este libro, hoy no queda ya ningún rastro de aquella palabra misteriosa grabada en la torre sombría de la catedral de Nuestra Señora; ningún rastro del destino desconocido que ella resumía tan melancólicamente. El hombre que grabó aquella palabra en aquella pared hace siglos que se ha desvanecido, así como la palabra ha sido borrada del muro de la iglesia y como quizás la iglesia misma desaparezca pronto de la faz de la tierra. Basándose en esa palabra, se ha escrito este libro. París, marzo de 1831.
Notas.
1 Mondadori, Brugueras, Losada, Alianza editorial, Penguin, Luis Vives, Gredos, Cátedra, Espasa-Calpe, Boreal, Rodegar, Alonso, Petronio, Edaf, Orbis, Salvaterra, El Mundo, Prensa popular, J. Aleu, Ed del siglo XX, Por solo mencionar un grupo sin contar las Imprentas.
2 Para mencionar un grupo representativo de los traductores al español de Notre- Dame de Paris de V. Hugo: Eugenio de Ochoa, Eduardo Fernández, Teresa Clavel, Luis Echávarri, Alberto Torrego Salcedo, Ma. Amor Hoyos ruiz, Eloy González Miguel, E. Gonzalez Filol, José Ma. Claramonde, Julio C. Acerete, L.García Cifuentes, Antonio Pascual Piqué, Ramón Ledesma Miranda, Lincoln Maiztepic, A. Fuentes, Gabriela Guzmán. Según F.Lafarga la Nuestra Señora de París, editada en Barcelona por Salvaterra consignada como edición póstuma puesto que se dio a a estampa a los ocho días del fallecimiento de Hugo y se dedica a su memoria, es la primera gran edición del autor galo después de su muerte.
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