Sobre el autor
Andrés Bello López (Caracas 29 de noviembre de 1781 – Santiago de Chile 16 de octubre de 1865) es considerado uno de los más grandes humanistas de América Latina, pues dedicó su vida a la literatura, la educación, la filología, la filosofía y el derecho por solo citar algunas disciplinas. Ejerció la docencia particular en Venezuela y tuvo el honor de ser profesor de Simón Bolívar. Acompañó en sus exploraciones, al barón Alejandro Von Humboldt en sus exploraciones científicas en las Colonias.
Su vasta obra permite contarlo entre los exponentes importantes de la literatura americana, con poemas como la «Silva a la agricultura de la zona tórrida», escrita en Londres, la «Alocución a la Poesía» en 1823 y la «Oración por todos» en 1843, ya con caracteres románticos. En Gramática descolló con su obra, la «Gramática de la Lengua Castellana» escrita en 1847, con una visión actual y renovadora de los conceptos lingüísticos. Fue Miembro de la Real Academia Española en 1851. Ejerció como Rector de la Universidad de Chile, de la cual se retiró ya anciano, y prosiguió sus investigaciones hasta su fallecimiento en 1865.
Como homenaje en su natalicio, compartimos una selección de su obra poética.
Fragmentos de su obra
A un Samán
Árbol bello, ¿quién te trajo a estas campiñas risueñas que con tu copa decoras y tu sombra placentera? Dicen que el dulce Dalmiro, Dalmiro aquel que las selvas y de estos campos los hijos no sin lágrimas recuerdan, compró de un agreste joven tu amenazada existencia; en este alcor, estos valles, viva su memoria eterna. Del huérfano desvalido, de la infeliz zagaleja, del menesteroso anciano él consolaba las penas. Extiende, samán, tus ramas sin temor al hado fiero, y que tu sombra amigable al caminante proteja. Ya vendrán otras edades que más lozano te vean, y otros pastores y otros que huyan cual sombra ligera; mas del virtuoso Dalmiro el dulce nombre conserva, y dilo a los que pisaren estas hermosas riberas. Di, ¿de tu gigante padre, que en otros campos se eleva, testigo que el tiempo guarda de mil historias funestas, viste en el valle la copa desañando las tormentas? ¿Los caros nombres acaso de los zagales conservas que en siglos de paz dichosos poblaron estas riberas, y que la horrorosa muerte, extendiendo el ala inmensa, a las cabañas robara que dejó su aliento yermas?... Contempló tu padre un día las envidiables escenas; violas en luto tornadas, tintas en sangre las vegas; desde entonces solitario en sitio apartado reina, de la laguna distante que baña el pie de Valencia. Agradábale en las aguas ver flotar su sombra bella, mientras besaban su planta al jugar por las praderas. Del puro Catuche al margen, propicios los cielos quieran que, más felice, no escuches tristes lamentos de guerra; antes, de alegres zagales las canciones placenteras, y cuando más sus suspiros y sus celosas querellas.
A una artista
Nunca más bella iluminó la aurora de los montes el ápice eminente ni el aura suspiró más blandamente, ni más rica esmaltó los campos Flora. Cuanta riqueza y galas atesora, hoy la Naturaleza hace patente, tributando homenaje reverente a la deidad que el corazón adora. ¿Quién no escucha la célica armonía que con alegre estrépito resuena del abrasador sur al frío norte? ¡Oh Juana! Gritan todos a porfía; jamás la Parca triste, de ira llena, de tu preciosa vida el hilo corte.
Mis deseos
¿Sabes, rubia, qué gracia solicito cuando de ofrendas cubro los altares? No ricos muebles, no soberbios lares, ni una mesa que adule al apetito. De Aragua a las orillas un distrito que me tribute fáciles manjares, do vecino a mis rústicos hogares entre peñascos corra un arroyito. Para acogerme en el calor estivo, que tenga una arboleda también quiero, do crezca junto al sauce el coco altivo. ¡Felice yo si en este albergue muero; y al exhalar mi aliento fugitivo, sello en tus labios el adiós postrero!
Oda al Anauco
Irrite la codicia por rumbos ignorados a la sonante Tetis y bramadores austros; el pino que habitaba del Betis fortunado las márgenes amenas vestidas de amaranto, impunemente admire los deliciosos campos del Ganges caudaloso, de aromas coronado. Tú, verde y apacible ribera del Anauco, para mí más alegre, que los bosques idalios y las vegas hermosas de la plácida Pafos, resonarás continuo con mis humildes cantos; y cuando ya mi sombra sobre el funesto barco visite del Erebo los valles solitarios, en tus umbrías selvas y retirados antros erraré cual un día, tal vez abandonando la silenciosa margen de los estigios lagos. La turba dolorida de los pueblos cercanos evocará mis manes con lastimero llanto; y ante la triste tumba, de funerales ramos vestida, y olorosa con perfumes indianos, dirá llorando Filis: «Aquí descansa Fabio» . ¡Mil veces venturoso! Pero, tú, desdichado, por bárbaras naciones lejos del clima patrio débilmente vaciles al peso de los años. Devoren tu cadáver los canes sanguinarios que apacienta Caribdis en sus rudos peñascos; ni aplaque tus cenizas con ayes lastimados la pérfida consorte ceñida de otros brazos.
A la victoria de Bailén
Rompe el león soberbio la cadena con que atarle pensó la felonía, y sacude con noble bizarría sobre el robusto cuello la melena; La espuma del furor sus labios llena, y a los rugidos que indignado envía, el tigre tiembla en la caverna umbría, y todo el bosque atónito resuena. El león despertó; ¡temblad, traidores! lo que vejez creísteis, fue descanso; las juveniles fuerzas guarda enteras. Perseguid, alevosos cazadores, a la tímida liebre, al ciervo manso; ¡no insultéis al monarca de las fieras!
Alocución a la poesía (Fragmento)
Divina Poesía, tú de la soledad habitadora, a consultar tus cantos enseñada con el silencio de la selva umbría, tú a quien la verde gruta fue morada, y el eco de los montes compañía; tiempo es que dejes ya la culta Europa, que tu nativa rustiquez desama, y dirijas el vuelo adonde te abre el mundo de Colón su grande escena. También propicio allí respeta el cielo la siempre verde rama con que al valor coronas; también allí la florecida vega, el bosque enmarañado, el sesgo río, colores mil a tus pinceles brindan; y Céfiro revuela entre las rosas; y fúlgidas estrellas tachonan la carroza de la noche; y el rey del cielo entre cortinas bellas de nacaradas nubes se levanta; y a la avecilla en no aprendidos tonos con dulce pico endechas de amor canta. ¿Qué a ti, silvestre ninfa, son las pompas de dorados alcázares reales? ¿A tributar también irás con ellos, en medio de la turba cortesana, el torpe incienso de servil lisonja? No tal te vieron tus más bellos días cuando en la infancia de la gente humana, maestra de los pueblos y los reyes, cantaste al mundo las primeras leyes. No te detenga, ¡oh diosa!, esta región de luz y de miseria, en donde tu ambiciosa rival Filosofía, que la virtud a cálculo somete, de los mortales te ha usurpado el culto; donde la coronada hidra amenaza traer de nuevo al pensamiento esclavo la antigua noche de barbarie y crimen; donde la libertad, vano delirio, fe la servilidad, grandeza el fasto, la corrupción cultura se apellida: descuelga de la encina carcomida tu dulce lira de oro, con que un tiempo los prados y las flores, el susurro de la floresta opaca, el apacible murmurar del arroyo transparente, las gracias atractivas de natura inocente a los hombres cantaste embelesados; y sobre el vasto Atlántico tendiendo las vigorosas alas, a otro cielo, a otro mundo, a otras gentes te encamina, do viste aún su primitivo traje la tierra, al hombre sometida apenas; y las riquezas de los climas todos, América, del sol joven esposa, del antiguo océano hija postrera en su seno feraz cría y esmera.
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