Conocí a Ángel Augier en agosto de 2007. Como tantos hermosos e inolvidables momentos, debo ese privilegio a Eusebio Leal Spengler, quien rendía tributo permanente al fundador de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana[1], en un hermoso gesto de gratitud.
Cada 23 de ese mes estival nos reuníamos en el entresuelo del otrora Palacio de los Capitanes Generales, donde nos convocaba Leal para siempre recordar a su «predecesor de ilustre memoria». La evocación de Emilito[2] tenía lugar siempre en el sitio donde se preservan los objetos de Roig que provenían de su despacho. Allí permanecen intactos el buró, la amplia silla de madera, sus libros, ejemplares de la colección facticia, fotografías, la papelería… Su viuda, María Benítez Criado, los preservó con celo mientras que la salud le permitió defender presencialmente la memoria del hombre que admiró y amó por siempre, a pesar de sobrevivirle tanto.
Esa tarde especialmente húmeda y calurosa, Augier llegó con puntualidad germana. Tuvo que superar cada uno de los escalones de mármol de la angosta escalera del ahora Museo de la Ciudad, venciendo la fatiga propia de los años. La guayabera pulcra y las canas otorgaban a su persona una donosura que imantaba a pesar de su pequeña y delgada figura. Era difícil no tomarlo en cuenta. Su fidelidad conmovía.
Con una voz apagada y cierto temblor en sus manos al sujetar las dos cuartillas del texto que escribió para la ocasión, el poeta impuso el silencio. Era el único colaborador cercano de Roig que había sobrevivido al siglo XX. En sus palabras nos llegaba el eco de una época y la espiritualidad propia del grupo de trabajo que fundó el primer Historiador de la Ciudad. Leyó el texto que tituló «Evocación de Emilito». Todavía lo conservo con sus correcciones de puño y letra en tinta azul y agradezco su deferencia ese día, al entregármelo de inmediato para su posterior publicación.
Augier recordó sus orígenes en el batey del central azucarero de Santa Lucía. Años más tarde, en 2006, me confesó en una entrevista con motivo de que le dedicaran la Feria Internacional del Libro de La Habana junto a la querida poeta Nancy Morejón, que su padre era trabajador del ingenio, pero él había tenido la suerte de terminar la escuela primaria:
Pude trabajar como oficinista en la oficina central del ingenio y eso me permitió desarrollarme en un medio culto, por lo menos de alguna cultura, aparte de que desde niño tuve la curiosidad de la lectura. Para mí el conocimiento del abecedario fue un descubrimiento maravilloso. Desde ese inicio no dejaba de leer cuanto llegaba en letras de molde a mis manos. Después leía todos los libros que podía procurarme.
Siendo todavía un adolescente, me hice corresponsal de periódicos de La Habana y Santiago. Esa fue mi universidad, porque mi interés o inquietud literaria me mantuvo al día sobre el movimiento literario cubano. De manera que mi formación fue por la libre y sobre todo tuve un vicio: la lectura de los diarios, de cada periódico que caía en mis manos.
Su condición de «muchacho de oficina» benefició la vocación literaria para la cual se sintió elegido. En ese sitio se le facilitó el acceso a publicaciones diversas que allí llegaban, «incluso de literatura, junto a las de actualidad, como eran las revistas Social y Carteles». Gracias a ellas se familiarizó desde temprano con notables escritores, «entre ellos con un autor tan activo y fecundo como Emilio Roig de Leuchsenring»:
Como se sabe, era variada y atractiva la temática de este autor. En primer término, basado en la historia del país, desde motivos descriptivos de la época colonial, humorísticos de costumbres populares, y los más incisivos, de firme tendencia antimperialista. Una labor patriótica constante, que constituía un motivo de profunda admiración al cívico autor, siempre enfrentado a lo negativo o perjudicial para la patria cubana.
Se encontraron por primera vez en 1934, «en circunstancia tan solemne como fue el velorio de nuestro héroe nacional Rubén Martínez Villena, en la Unión de Torcedores. (…) Mucho me impresionó —aseguró Augier— el instante en que el compañero Juan Marinello me presentara a Emilio Roig».
Augier, quien recibió el Premio Nacional de Literatura en 1991, se definía como «superviviente de una generación literaria bastante lejana». Había nacido el 1ero. de diciembre de 1910, y su vida se prolongó hasta el 20 de enero de 2010. Pudo transitar por los más diversos géneros y expresiones escriturales como la poesía, el ensayo, la crítica literaria y el periodismo, del cual fue un devoto cultor. Además de colaborar con el diario El Mundo, fue fundador de la agencia Prensa Latina tras el triunfo revolucionario de 1959, y colaboró con los medios de prensa más importantes de Cuba por más de siete décadas. Se especializó en ciencias filológicas y además de un doctorado por la Universidad de La Habana, obtuvo otra titulación en el Instituto Máximo Gorki de Moscú, para convertirse luego en profesor de disímiles universidades del mundo, no solo cubanas, sino también españolas, como las de Sevilla y Santiago de Compostela, y la de Burdeos, en Francia.
Gracias a la Revolución los escritores tuvimos la ocasión de contar con editoriales amplias —me expresó en aquella entrevista. Se ha estimulado la creación literaria con las ediciones, y claro, con el programa cultural que se ha desarrollado. Ha habido en Cuba una Revolución que se ha ocupado de la educación en la cultura de una manera fundamental.
Al formar parte del equipo de cercanos colaboradores de Emilio Roig, Augier pudo perfilar su compromiso político y su pasión por la historia cubana. Son loables sus estudios sobre José Martí, José María Heredia y Nicolás Guillén, con quien compartió la fundación hace sesenta años de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, de la cual fue vicepresidente por tres lustros.
No por gusto la doctora Denia García Ronda lo definió como un hombre de servicio. (quote) De un servicio entrañable y auténtico, amistoso, sin renunciar al rigor científico que practicó en sus trabajos ensayísticos, biográfico-críticos, periodísticos o como editor, en el exacto sentido de esa importante labor, sin olvidar su obra poética.
La poesía le granjeó importantes reconocimientos desde que, en 1937, recibió el premio del certamen poético al que convocó el Municipio de La Habana con el fin de cantarle a la belleza de la ciudad. Una tarja en bronce perpetúa esos versos inspirados en el simbólico patio del entonces Palacio Municipal y otrora Palacio de los Capitanes Generales españoles:
Para las sombras de tus corredores
son mis palabras como sombras mudas
que quieren saturarse de tus ecos
y saturar tu paz de albas futuras.
«He acabado por ser habanero», me confesó luego de recordar aquella pobre y primera Feria del Libro organizada en los terrenos de El Prado, cuando trabajaba con Emilio Roig en la Oficina del Historiador de la Ciudad. De ese amorío intenso con la urbe, especialmente con la zona más antigua, surgió la tan completa antología de poesía dedicada a la capital cubana que publicó por iniciativa de Eusebio Leal, segundo Historiador de la Ciudad, en Ediciones Boloña:
Me pareció raro que a nadie se le hubiera ocurrido curiosear en el interés de los poetas de distintas épocas por La Habana. Para mí fue una aventura agradable esa pesca, esa búsqueda de los poemas dedicados a esta ciudad que tiene una gran significación en el mundo de la literatura.
Eusebio Leal Spengler solía recordar que cuando apenas tenía 16 años se produjo el encuentro con su predecesor Emilio Roig de Leuchsenring y con su esposa María Benítez Criado:
Ambos me acogieron, ella me introdujo con generosidad a él y con él al círculo magnífico de los que en ese momento formaban el coro del pensamiento historiográfico cubano; allí acudí cuando apenas tenía la primera ilustración.
En ese círculo magnífico estaban Enrique Gay Calbó, José Zacarías Tallet y Ángel Augier. Años más tarde, el apoyo de este último fue invaluable para el joven Leal, quien intentaba reconstruir la Oficina del Historiador tras varios años de encontrarse a la deriva que representó la muerte de Roig:
Con el apoyo de aquel a quien Roig llamaba cariñosamente primo, aunque no eran familia, Gonzalo Roig, y con Zoila Salomón, su esposa, realizamos un concierto semanal en el patio del Palacio, motivado por el poema en bronce, inscrito en sus paredes, de la autoría de Ángel Augier. Así entré en un círculo que se fue abriendo.
Leal tampoco olvidó la importancia que tuvo para la labor ingente de refundar la Oficina del Historiador el artículo publicado en El Mundo en marzo de 1968, titulado «Pieza de museo», de la autoría de Augier, «con el cual consagraba la amistad que hasta hoy nos ha unido». El poeta colocó en la circulación pública las obras de rescate del añejo Palacio de los Capitanes Generales y llamó la atención sobre la nueva vida que cobraba la institución fundada por Roig.
Quizás es la de Leal una de las más completas descripciones sobre el carácter y la naturaleza de Augier:
Fiel al legado de sus padres y maestros, su calidad humana y alto concepto del deber y de la justicia le situaron desde su primera juventud entre las vanguardias intelectuales y políticas. Su pluma ha estado al servicio de los pobres y de los humildes desde los días esperanzados y febriles de la Revolución del treinta hasta las épicas jornadas de la República Española. Desde entonces y hasta nuestros días, pensamiento y carácter han modelado al hombre que conocemos, y lejos de ser mellado por el tiempo, como suele hacerlo, el caudal de la inspiración lírica ha seguido brotando de su fibra más íntima como el manantial de la roca.
La cubanía es piedra angular de toda la producción literaria que nos aportó Augier. No podía pensar la realidad de otro modo quien viajó a los confines del mundo con las imágenes a cuesta de los parajes virginales de Gibara y la hermosura marina de la bahía habanera. Por eso Cuba estuvo siempre, a veces de modo evidente, otras con intensa sutileza, en todo cuanto vislumbraba o escribía:
Cuba, flotante línea suspendida en la punta del agua sin sosiego; llama en el centro de su propio fuego, roja al viento la túnica encendida. Cuba, de amor extiendes tu medida y la sombra sepulta su astro ciego: tu sangre, ardiente luz, es dulce riego para alzar el tamaño de la vida. Marítima y frutal, solar y sola, las olas que establecen tu corola forman, Cuba, coraza a tu alegría. Y en tu carrera de canción y espuma deslumbra a la mirada entre la bruma el fulgor con que en ti florece el día.
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Tomado de La Jiribilla
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Ver también en nuestro portal 40 años del Premio Nacional de Literatura (I): Ángel Augier
[1] La Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana nació en 1938.
[2] Así nombraban afectuosamente a Emilio Roig de Leuchsenring sus amigos cercanos.
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