
«En Ángel Escobar (como en los buenos poetas) el yo se impulsa desde una especie de lengua diferente, por tensiones y aortas mentales que lo hacen funcionalizar —escribir, reciclar, procesar— los poemas de otra manera, con giros bruscos o desplazando en una especie de distanciamiento brechtiano, el sujeto hacia el borde de un imaginario que se hace llamar con nombres que significan».[1]
«En Viejas palabras de uso (1978), merecedor en 1977 del Premio David de Poesía para escritores noveles, hay un discurso más coherente, signado por cierto orden propio y sustentado en recuerdos y percepciones que aún no se han deshecho en fragmentos irreconocibles. En La sombra del decir (Zaragoza, 1997) entramos en un laberinto sensorial que nos revela cuán insondables son para el poeta los signos de su existencia, la memoria de su pasado y los objetos que pueblan su vida».[2]
Viejas palabras de uso (1978)
Libro primero
Pero la grandeza del hombre está precisamente
en querer mejorar lo que es.
A. CARPENTIER
I
Abuelo alza su simple arquitectura. ¿Quién dijo que habrá sombra debajo del retrato? Yo adopto su mirada de santo majadero, y voy, cortando el viento, con huesos que recuerdan el ruido de sus pasos.
II
Padre fuma lento. El aire viene tiñéndole el cabello desde el mar. Abre su boca donde en fila levantan su osamenta los ebúrneos atletas de sus dientes de raza, y te mira... La ventana está abierta. Afuera, bajo el flamboyán en llama exacta, hay un huevo, hay una voz de viento, un huevo que también sus palabras reconocen.
Consagraciones
La libertad es la religión definitiva.
J. MARTÍ
I
Todas las pequeñas y grandes cosas crecieron para el hombre. Creció el cielo, suavemente combado en su mirada, para su deleite. Armó su diminuta humanidad la golondrina, para que el hombre siempre se lo tuviera en cuenta, y la dejara estar volviendo eternamente a sus canciones. El amor fue su danza, y una palabra amable su espiga predilecta. Para sus ojos, el río azoró el paisaje con su ruido. Todo se estira, y viene a ser lo que es, para su boca.
Epílogo famoso (1985)
Los atributos del día
I
ISLA TRÉMULA
Inaugura la sal su delgadez, su látigo en tu orilla. Estás determinada por tal oro. Cuando el mar va calando tus salones, la desnudez mundial de tus andanzas, adónde irán mis ojos. Indago junto al mar las perspectivas, y no me alcanza el brazo. Son las astillas del sol chirriando en las cavernas, los ritos prehistóricos del pie suelto en la arena, el cordaje del tiempo que respira. Serás como esa piedra que el vendaval recorre, porque es que te resbalan los sueños, no hay sangre que te toque y, para verte, no alcanzan los milagros. Habré de ser el humo que anuncia los carbones para jugar de lejos con tus líquidos.
LETRA MAYOR
Adónde van. Por dónde van. A qué se van. A quiénes dejan solos tantas penas. Y yo, próximo de ellas, reclutado en su ruido, dónde voy a ponerme la cabeza. Adónde van, por dónde van. A qué se van. Traen olor a persona, vienen juntas. Dónde voy a poner toda mi gente. Dónde cabrá mi corazón de ahora. A quiénes dejan solos tantas penas.
TALÓN DE SOMBRA
Un hilo en la cocina cuelga gris, lleno de danzas y hollín de última hora. Su peso es un sol negro, un borbotón de sangre suspendida. Algo gira en esa noche diminuta donde se doró el caldo de mis primeros días. Collar de poquedades, tú que vienes del techo de las horas con tus moscas quedaste en los anales de recuerdo, y ahora me robusteces la ternura. Amoroso lucero del niño aquel que fui, quiero dejarte un puesto en mis canciones, quiero morir contigo metido en mis asuntos, tibio pendón tostado, flamante vencedor de las edades. Un hilo en la cocina cuelga gris, lleno de danzas y hollín definitivo.
* * *
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[1] C. A. Aguilera: «Funny papers. Apuntes sobre la poesía de Ángel Escobar», en Efraín Rodríguez Santana (comp.), ob. cit., p. 147.
[2] Saínz, Enrique: «Ángel Escobar, hacia sí mismo», Las palabras precisas, Ediciones Unión, 2014.
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