Entrevista a Ángel Escobar
El poeta me lo ha dicho ya una vez. Con la guitarra de algún día entre las manos, el poeta me lo ha dicho así: Por mi ventana se van los sueños. Pero ¿cómo advertirlo? ¿cómo negar que no es así; o afirmarlo? ¿Cómo saberlo, abjurar (y jurar) que realmente se van —claros resquicioso lugar donde asirnos—, para que abrir no más no sea al jugo de la retina uso de la palabra?
Pero he ahí que tenemos junto a nosotros —cuántas veces— los sueños. Y al poeta Ángel Escobar (1957). Once preguntas traídas a su gesto. Once apuestas. Quizás algunas (¿o quizás todas?) van y nos aclaran algo. Van y nos confirman solos. ¿Y si no…? —van.
Quería empezar preguntándote por ese primer libro tuyo, Viejas palabras de uso, que obtuviera el Premio David 1977. A estas alturas ¿qué te parece? ¿Cómo lo ve el Ángel Escobar crítico? ¿Qué te aportó ese libro?
Viejas palabras de uso es el intento que hace la memoria por reajustarse al contexto, a su afán de participación en lo histórico; hay un vacío primordial donde ella va a su fuga, pero la participación tangencial incluyente, refundadora, le permite un discurso que es detección de instantes no privativos de la memoria individual, más bien son de la colectiva: cree poderse difuminar en los datos que ofrece lo otro, en este caso el devenir histórico factual. La gracia de este memorizar en el libro está dada por la simple constatación de que son remedos, invenciones de invenciones de recuerdos idos: y es una raya / que deja un terco enjambre en la memoria, / donde queda, por siempre despeñado / un suave junco contra el aire. Debo decirte que la voz del sujeto central de los cantos —son pequeños cantos— no padece enteramente mi biografía, es decir, soy yo y no. Todo el trabajo por urdir el texto está en ser aquello que propaga y asegura el nosotros, en no ser yo. A menudo se confunde la voz del hablante en el texto con la voz del gestor, que no siempre, y no necesariamente, coinciden. Hay una pequeña ironía en el título: las palabras son viejas y son de uso, ellas como monedas sueltas, y también como cifra redonda y saldo, retroceden la instalación textual del nosotros como impulso; pero este nosotros llega a ver «un suave junco solo contra el aire», y lo ve «por siempre despeñado»… ese despeñarse el junco solo es lo que incita a la voz a buscar acuerdos con sus dobles, a la algarabía festiva, y esa afirmación categórica pero inverificable de transformarse en todo lo positivo por venir, pasado y presente, un afán de no exclusión.
Y la crítica, ¿cómo lo vio?
Como «poesía discursiva, afín a una sensibilidad cubana y familiar», como biografía confesada, y como simple teque, según un desaforado.
¿Te preocupa la metaforización? ¿Crees que se hace un uso indiscriminado de ella, o piensas que no se han agotado aún sus recursos? Te pregunto esto por el uso que algunos han notado que se está haciendo de ella, fundamentalmente entre los jóvenes.
Entre las palabras bien puestas hay siempre un cataclismo, un raudal de sentidos. Neruda quería que el adjetivo fuera una palabra que se sintiera, él dijo sentara, «como una reina en medio de la frase». Borges llegó a decir que era imposible escribir, y que todos los que lo hacían apelaban a diez metáforas fundamentales. Roger Caillois le dijo un día en conversación memorable, citando creo que a Nerval, «el primer hombre que comparó a la mujer con una rosa era un poeta, el segundo es un imbécil». Borges le respondió «el tercero un clásico». La frase no es solo ingeniosa. Un texto es él y ningún otro. El autor apela a movimientos, por llamarlo de algún modo, a lo que lleva en sí y a lo que no lleva, y estos recursos no son solo traslaciones de sentido que llevan a la metamorfosis o a la trasmutación, aun segundo o a un tercer saber, si llegan a ser, se fijan y su manera de significar se hace infinita. No creo que nadie agote el metaforizar. En ello, vale conocer, siempre hay un primero, un segundo, un tercero e infinidad de posiciones posibles; pero puede uno allegarse a algunos de los puntos del plano y desde allí hacer: nadie sabe quién terminara siendo clásico, ni quien terminara siendo llamado poeta o imbécil. Cuando la rosa y la mujer se adormecen, no sé si alguien tendrá que despertarlas y someterlas a los juicios sobre sí mismas o a la de los otros: los conceptos que a su pesar exhala la rosa están siempre intocados, son prístinos, usados, abusados, pero intocados, no se han entregado a nadie, hay rastrojos y rastrojos del pretender, ruinas felices, y así con cada dato de lo real; esta palabra, además de inadecuada, es fea: dato, pero hablamos de una «operación» —tu pregunta mienta el metaforizar—: quizás no debiéramos utilizar una ni otra, aunque se hace sabiendo que cada cual tiene el secreto de su razón que su razón desconoce, su música y sus esferas, dicho sea con Pascal. Si tales y otros infinitos argumentos debemos a la rosa, ¿qué será, qué no será, con la mujer?, digo esto ya que hablamos de la comparación, que no es tal, de la que hablaba Caillois.
Y hoy ¿qué es lo que se fragua en poesía? ¿Post-vanguardismo? ¿Post-vanguardismo decadente?
Por razones obvias, lo de hoy es posterior a todo, solo que no creo que sea decadente en ningún sentido. Hoy se hace una lectura hurgadora, nada complaciente, de todo lo anterior, y hay señales que han sido fijadas por nuestra tradición que han sido vistas y que han sido retomadas desde otro plano de significación; creo que hay una mirada inquisitiva sobre la poesía y desde la poesía, desde esta última instancia creo que se le exige a la sociedad que se reconozca en sus efectos —hayan estos provocados virtudes o defectos—, los planos van desde el candor primero al último, hasta el cinismo; la participación no es cómoda ni refunfuñona ni vacía, no siempre se dice sí, el no todavía pide acuerdos y la herejía por la herejía se produce, nadie la quiere porque no hay exclusión de voces, la voz se hace al motivo, este en su evidencia anula el desierto en que clamaría el adelantado; la aridez y la pérdida de correspondencia ajena no han venido. Aun así estamos todavía en jardines podados por conserjes.
Según Saúl Yurkievich: «Una nueva realidad engendra una nueva poesía, una poesía acorde con la vida y el mundo modernos». ¿No será que la poesía actual de los jóvenes, o llamados «novísimos», se estará moviendo en tal cuerda…?
Me gustaría más una nueva poesía engendrando una nueva realidad, aunque no sea más que para la realización secreta de la coincidencia poética en sí y no en sus dobles, en sus sucedáneos marchitos. Vida y mundos modernos serían mejores por ello. O no. Quizás sea esa la cuestión. No puede esperarse pasivamente ese engendrar, so pena de terminar en engendros puros en su impureza caótica o, mejor dicho, en su falso orden. Se puede adelantar la palabra porque la realidad también viene a ella, adelantándose o no, entre una y otras hay un sacudimiento, se torna difícil, si no imposible, quien es así primero, porque ambas son, entre otras cosas, formas de reciprocidad. He visto esa intuición en algunos tildados de jóvenes o novísimos.
¿Te molesta algo en ellos?
No. ¿Por qué iba a molestarme algo? Todos vamos a consultar al oráculo. La belleza va de puerta en puerta, cada quien le da o le quita, un elemento que puede hacer portentoso el trueque, moviéndose entre los conocidos acápites de originalidad, redundancia y banalidad. Es cierto que solo algunos logran, o creen, desposar la belleza, esa mendiga, reina, trastocando sus propios harapos en señales. El encuentro con ella se sabe insuficiente: te incluye o no. Ahorita hablábamos de Viejas palabras de uso. En un texto de allí se apareció, simbiosis de primavera y mujer primera: el saldo fue se escurre el alma sola / se hace brisa que acaba por confiarme el fuego, «fuego», «aroma» que en sí son inverificables, solo aquel escurrirse el alma sola. Se ve la precariedad del encuentro, el intercambio de dones, simples señales, mis harapos. Por eso ¿qué habría de molestarme en quienes buscan ese encuentro inefable?
¿Cómo se conforma en ti un volumen, cómo es ese proceso, la idea, el lenguaje, temas?
Viejas palabras de uso es un solo poema subtitulado «Libro Primero», con una pequeña coda: «Consagraciones». Ahora, te hablé de pequeños cantos: los fragmentos que los componen lo son, incluso hay algunos buscando el acuerdo musical y textual; si al menos no se lee así, se lee mal, o de un modo no propuesto en sí: Allegro de Sonata, concebido y escrito en 1978, solo publicado en 1987, es también un único poema que ambiciona una forma musical cerrada, el acuerdo entre las palabras y la forma que la enarbolan es un ejercicio necesario para la comprensión próxima a lo cabal o la lectura participante. La primera colección de poemas independientes uno de otro que yo reúno es Epílogo Famoso, publicado en 1985; allí hay variedad de forma y sentido, ideas, lenguajes, temas diversos; cada composición se hace a sí misma como antes hacían un texto mayor. En La vía pública de 1987la duda, la reticencia en cierre que son unos de sus énfasis, hacen participar un texto de otro y al otro de otro, ad infinitum, o hasta el texto no escrito. En todos mis libros he procurado esa proximidad de los cuerpos textuales que a lo mejor dan su chispazo de sentido para la mirada atenta, la mente abierta a ese pretender.
En ocasiones me has hablado sobre el «placer de escribir». Otros hablan del «terror» ante la página en blanco…
Si te hablé de placer, sería por un pequeño protocolo en relación con Sacher-Masoch.
¿Notas algún libro fundamental en la actualidad? ¿Un libro que anuncie algo, que avizore…?
El algo para mí es indefinido, siempre en fuga permanente, por lo tanto las aproximaciones posibles e imposibles son infinitas, ninguna agota el impulso; en ello no hay fundamental ni trivial, sino un torneo, la búsqueda del más:no hay nada que se entregue, ese anhelar o no rinde una cortés muestra de avisos, hay que tomarlos como lo que son, y como sus apariencias en dicha, hecho y gozo; ninguna selección termina, ni determina. La actualidad es otro nudo gordiano. ¿Era actual en 1937 «Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo»? (J. Lezama Lima, Muerte de Narciso)¿Es actual hoy? ¿De qué actualidad se habla? Hay una especie de instrucción que ejercen las eternidades, también los instantes: De gorjas son y rapidez los tiempos. / Corre cual luz la voz, en alta aguja (J. Martí, «Amor de ciudad grande»). Hay, además, visajes el hoy que ocurren en el pasado, o en el porvenir, a nuestro pesar, o para nuestro contento. Y hay, pues, finalmente, una revelación desconocida entre el algo y la actualidad: no está en ningún libro y está, de algún modo en todos los libros.
Vemos que te has pasado a la narrativa y que, sin embargo, no has dejado de concebir versos. ¿Qué ha sucedido?
Simplemente me he pedido otra obligación, escribir narrativa: otra exigencia y otro castigo propio. Así lo veo.
Finalmente Ángel, se sabe —se tienen noticias— de cosas tuyas en imprenta: algún volumen de teatro, alguno de versos… entonces, quiero preguntarte ¿Abuso de confianza qué es?
No puedo decirte mejor que otro qué es. En el título abuso es la etimología pertinente de catacresis, considerado «el procedimiento fundamental de la poesía» (Alfonso Reyes), llegar por el exceso al nombre, no traslación ni sustitución. Confianza está entendida entre sus más próximas hermanas: esperanza, seguridad, fe, y también familiaridad, llaneza, franqueza; se sabe que cada una no es ella, pero hay esa cercanía que encanta. Por otra parte están los significados de la frase coloquial: la relación entre la voz y la realidad, ¿cuál de ella ejerce el procedimiento y abusa de la confianza? ¿Qué confianza? Una y otra toman en otro plano sus venganzas recíprocas y aparecen las señales. Allá el que ve. Malhaya el que no.
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