El 19 de mayo de 1895 José Martí escapa del resguardo seguro junto al Generalísimo Máximo Gómez, para enfrentar la muerte.
Su comportamiento, el tema, cada detalle, ha sido analizado, investigado minuciosamente, hasta en sus más pequeños detalles. Aquí no lo haremos porque en el orden de los hechos concretos nada tenemos que aportar.
Sí rogamos del lector que nos siga en este breve recorrido. Son apuntes entresacados de las últimas cartas de Martí que nos revelan el estado de exaltación —entiéndase por entrega, jubileo, expectación— que le embarga desde que ha desembarcado en Cuba. La naturaleza, la vida en campaña, las marchas a caballo, los alimentos, el entusiasmo de la tropa mambisa de la que al fin es parte, son algunos de los «descubrimientos» que encuentra al paso y recoge en su diario. Permítasenos una afirmación: Martí vive una felicidad que, intuye, ha de ser para él muy breve. ¡Cuántas veces se habrá repetido que «la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida!». Y ello es resultado de sus premoniciones, en que la muerte es una constante.
El 25 de marzo, desde Montecristi, se dirige a Federico Henríquez y Carvajal: «Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último peleador: morir, callado. Para mí, ya es hora». El primero de abril, desde Montecristi escribe a Gonzalo de Quesada la carta considerada su testamento literario: «Si no vuelvo, y usted insiste en poner juntos mis papeles, hágame los tomos como pensábamos». A María Mantilla, la hija querida, le cuenta en carta del 16 de abril acerca de las pertenencias que lleva consigo, «y al pecho tu retrato». Al amigo mexicano Manuel Mercado deja su carta inconclusa devenida testamento político.
Una frase es reveladora de su empeño en «probarse» desde el momento mismo del desembarco: «Llevo el remo de proa», escribe, es decir, voy delante de todos, el primero. El 15 de abril:
Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, con la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que aparte de reconocer en mí al Delegado, el Ejército Libertador, por él su Jefe, electo en consejo de Jefes, me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos.
Compromiso y deber. Lleva José Martí en su corazón demasiadas emociones para replegarse ante la descarga de la fusilería española y arremete casi solo, seguido por su ayudante Ángel de la Guardia, que le obedece. Son varios los rifleros que apuntan contra él. Monta un caballo blanco que es como una luz entre la espesura. Moriré de cara al sol.
¡¡Maestro, cuánto se le hubiera necesitado al instaurarse la república!!
Veintiún años atrás, el 27 de febrero de 1874, pero en San Lorenzo, la Sierra Maestra, el Padre de La Patria, Carlos Manuel de Céspedes, ha reaccionado igual y ante el ataque de una avanzada española la enfrenta solo. Una palabra se ajusta para uno y otro caso, y la escribiremos con mayúsculas: INMOLACIÓN, el sacrificio supremo de un hombre, de un héroe.
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