Desde el campamento mambí, en Dos Ríos, José Martí escribe. Se trata de una carta, su última e inconclusa, citada en infinidad de ocasiones, cuyas frases tantas veces se han recogido, pero pese a ello y, por sobre todo, es este un documento medular para cuantos desean adentrarse en su pensamiento, descubrir su cultura no solo política, también filosófica — incluida la bíblica—, disfrutar la literatura de su prosa y pasmarse ante la riqueza de una metáfora.
De esa carta medular entresacamos solo un par de líneas: «…viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: y mi honda es la de David».
Rogamos del lector la relea una y otra vez, como ha sucedido a quien redacta. Jamás, sinceramente jamás [es mi opinión] se ha concentrado en sentencia tan breve, un contenido político, literario, humanístico como el que en ella se expresa. Es una obra de arte en sí misma, súmmum del pensamiento martiano. Es una genialidad martiana, excepcional en su intensidad, concisión y belleza insuperables. Martí es un genio. Es hora ya de decirlo y proclamarlo.
Personalidad, carácter, ejemplo, fulguran en él. Y un talento abrumador, que subyuga y penetra. Al pensar en Martí, en cuánto hizo, en la existencia relativamente corta que tuvo y en la inmensidad de su obra literaria y revolucionaria, no puede uno menos que preguntarse cómo sería en verdad ese hombre extraordinariamente dotado por la inteligencia.
Quienes lo conocieron dejaron testimonios de su carácter, de su figura, de su personalidad y así llega, renovado y vivo, hasta nosotros. Benjamín Guerra, tesorero del Partido Revolucionario Cubano y muy allegado al quehacer del Apóstol aporta esta característica:
Martí tenía señaladas condiciones prácticas, sabía administrar, preparaba con cuidado sus proyectos, nunca erraba en ellos, siempre los realizaba [...]. Cuando nuestras autoridades financieras y económicas aseguraban magistralmente que era imposible hacer una revolución sin dinero [...] Martí contaba las pesetas, las acumulaba, hacía prodigios de administración y economía con el pequeño tesoro, y sabía que aquellas pesetas habían de convertirse en caudales suficientes para hacer y sostener la guerra.
Otra faceta de su personalidad nos llega a través de Blanche Z. de Baralt, de cuyo esposo fue amigo Martí y cuya casa visitó. Ella apunta que Martí «poseía en grado sumo el arte de ganar amigos y de conservarlos […]. Era generoso con excelsitud: daba, daba sin tregua, su cariño, su inteligencia, su tiempo, su saber, su bolsa —enjuta con frecuencia, jamás cerrada―. […] Poseía el arte de escuchar, cosa rara en el que tiene el don de la palabra».
¿Y de su energía qué decir? «[…] Era un hombre ardilla —apunta el general Enrique Collazo, quien lo conoció en Nueva York― quería andar tan de prisa como su pensamiento, lo que no era posible, pero cansaba a cualquiera. Subía y bajaba las escaleras como quien no tiene pulmones. Vivía errante, sin casa, sin baúl y sin ropa; dormía en el hotel más cercano del punto donde lo cogía el sueño».
Pero hay más. El dominicano negro Marcos del Rosario, uno de los hombres que lo acompañó en el desembarco por Playitas de Cajobabo y que estuvo a su lado hasta la caída en Dos Ríos, lo observaba admirado: «[…] Cuando lo vide, creía que era demasiado débil. Y dipué vi que era un hombrecito vivo, que daba un brinco aquí y caía allá […]. En Cuba, cuando tábamo subiendo la loma, toditos cargaos, a veces se caía. Y yo diba a levantalo y de viaje me decía: No, gracias, no ya… y se levantaba rápidamente».
Acerca de su oratoria, que no es sino la envoltura de su pensamiento lúcido y atrayente, escribió Gonzalo de Quesada y Miranda: «A medida que iba hablando en la tribuna revolucionaria, su verbo se volvía candente y subyugaba a su auditorio con su magnetismo». Y no existen dudas de que así debió ser su palabra.
«Tiene el don de conmover los corazones con su entusiasmo y su fe. Aun a un alma templada al fuego de grandes ideales y a una inteligencia vigorosa y cultivada. Su palabra vibrante y levantada transmite al alma de sus oyentes sus sentimientos. Martí es un carácter», subraya la patriota Ana Betancourt.
Martí predica la unión entre los cubanos, aúna voluntades en el exilio, convence a los escépticos, tiende puentes entre los caracteres disímiles. Su visión política está siempre alerta. Para él, Nuestra América es «la América trabajadora; del Bravo a Magallanes», con lo que incorpora un sentido de identidad latinoamericanista a su prédica revolucionaria.
Martí es embriagador, en el buen sentido de la palabra. Quienes no lo conocimos personalmente, tenemos la oportunidad de acercarnos a él a través del conocimiento de su obra, para comprobar de la fuente viva la perdurabilidad de su pensamiento.
Así lo pensamos en este 19 de mayo y así le rendimos nuestro sencillo homenaje.
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