Impulsados por los nuevos tiempos que corrían en el arte y la literatura —sin dejar de ser La Habana, hacia finales de la década del veinte del siglo pasado, un remedo todavía provinciano del ágora intelectual cubano—, y al calor del impulso innegable provocado en la poesía por José Manuel Poveda y Regino E. Boti desde Santiago de Cuba y Guantánamo, respectivamente, y cuya máxima expresión, en lo que respecta a publicaciones literarias, fue la Revista de Avance, surgieron en algunas provincias revistas literarias que, como Antenas. Revista del Tiempo Nuevo, de Camagüey, llevaban implícitas esos aires de novedad a través de los cuales los llamados minoristas estaban convocando a un sacudimiento de la modorra en el terreno cultural, sin dejar a un lado el sacudimiento social y político. Los jóvenes liderados por Martínez Villena, en su conocido Manifiesto del año 1927 publicado en Carteles, habían proclamado, entre otros aspectos, la necesidad de revisar «los valores falsos y gastados»; proclamaron la urgencia de «un arte vernáculo» y la puesta al día de las corrientes científicas y literarias. La respuesta a estas demandas estuvo presente, en bastante medida, en Avance, y también en el Suplemento Literario del Diario de la Marina, en las revistas Proa y la Revista del Grupo Minorista de Matanzas, entre otras.
Estas publicaciones siempre surgieron al calor de los grupos de vanguardia y en el caso de Antenas. Revista del Tiempo Nuevo brotó en torno al núcleo nacido en la mencionada ciudad. Aunque la revista se inició el 1º de noviembre de 1928, el grupo se venía gestando desde 1926, a partir de las labores de renovación impulsadas por el poeta Emilio Ballagas en esa ciudad, junto a otros intelectuales. Este grupo —cuyas reuniones, al igual que las de sus colegas minoristas habaneros, se celebraban los sábados, pero, a diferencias de estos, no concurrían a cafés y restaurantes, sino asistían al Ateneo de la Juventud— se liaba en discusiones para intercambiar puntos de vista e idear acciones culturales, e incluso manejaron la posibilidad de crear, también, un Grupo Minorista, pero, al parecer, no lo lograron, aunque sí se apropiaron del espíritu renovador del surgido en La Habana. Lo que lograron fue crear en 1928 una filial de la Institución Hispanocubana de Cultura, que Fernando Ortiz había constituido en La Habana en 1926 con el propósito de fortalecer el intercambio cultural entre Cuba y España por medio de la presencia en la isla de hombres de ciencia, artistas, estudiantes, sostener cátedras y divulgar el pensamiento contemporáneo.
Como medio de promover las transformaciones ideoestéticas de entonces crearon en el periódico local La Región una sección titulada «Libros», que permitió la rápida divulgación de los valores culturales del patio. El propio Ballagas, aludiendo a este trabajo, afirmó que con él «se perfiló nuestra ideología» y que se proponían «incorporarnos a esas falanges que laboran por lograr más amplios horizontes y luchar porque nuestra patria chica marche a la vanguardia de este movimiento cultural».
Según se afirma en el tomo II de la Historia de la literatura cubana (2003), Antenas. Revista del Tiempo Nuevo, no se caracterizó «por un vanguardismo excesivo y estridente, para el cual no estaban preparados los lectores, ni por el número de ilustraciones y elementos gráficos, más bien escasos». El director de la publicación fue Felipe Pichardo Moya, que había sido uno de los firmantes del Manifiesto del Grupo Minorista del año 1927. Además de figuras locales, colaboraron en sus páginas Manuel Navarro Luna, María Villar Buceta, Mariblanca Sabas Alomás, Héctor Poveda, Flora Díaz Parrado, Félix Pita Rodríguez y José Antonio Foncueva, joven intelectual de ideología comunista, fallecido en 1930, y activo colaborador de revistas culturales cubanas y latinoamericanas, como Amauta, de Perú, e Indoamérica, de México.
Pichardo Moya, poeta e investigador de la literatura cubana desde la antropología y la etnografía, en especial por su dedicación a estudiar la civilización indígena de Cuba, ya para esa época había dado a conocer poemas negros y su conocido «El poema de los cañaverales», de intención social este último, aparecido en 1926, el mismo año en que Agustín Acosta publica «La zafra», de semejantes propósitos. Esta coincidencia, para nada casual, es sintomática de las líneas que se iban perfilando en la poesía cubana: negrista por un lado, social por otro y una tercera, de carácter purista, que tendría representaciones en poetas como Mariano Brull, también camagüeyano. Pichardo Moya publicó en 1925 su poemario La ciudad de los espejos y otros poemas, donde aún se advierten rezagos modernistas, aunque puede considerarse también un libro de transición. Con tales avales a su favor, era este intelectual, quien además ejerció la abogacía, el más indicado para dirigir la revista que identificaría a este nuevo momento artístico cubano.
Antenas. Revista del Tiempo Nuevo ha sido caracterizada en la citada Historia de la literatura cubana, de la siguiente manera:
La sobriedad que caracteriza esta gestión editorial de los vanguardistas camagüeyanos no los aleja de las pretensiones renovadoras, como puede apreciarse en las más importantes páginas en la que se expresó la nueva sensibilidad. Notoriamente influida por Revista de Avance, llevó adelante una meritoria labor difusora de las renovadoras propuestas ideoestéticas de la vanguardia, muy atenta al ámbito cultural hispánico, con interés por desentenderse de sus circunstancias inmediatas en lo que tenían de más externo. Se limitó a lo artístico-literario, lo que la privó de entregar, en su fundamental de sus páginas, una más rica visión de su momento.
La justeza de esta última afirmación no reduce el valor de esta revista, que contribuyó, desde la provincia, a identificarse con un movimiento que pretendía conmover a la isla, no solo en el orden artístico, de occidente a oriente. Si bien fue menos agresiva que la Revista de Avance en su perspectiva ideológica, aunque esta también careció de ciertas limitaciones en ese orden, que se minimizan a la luz de las enormes ganancias conceptuales, de recepción y de labor de promoción desarrollada a lo largo de sus tres años de vida, no por ello carece Antenas. Revista del Tiempo Nuevo —título, por demás, de fuerte sabor vanguardista, como también lo fue Hélice. Hoja de arte nuevo— de una singular valía en nuestro ámbito cultural de finales de la década del xx del siglo pasado, y esos títulos se emparientan con otras revistas latinoamericanas, también vanguardistas, como válvula (1928), con minúscula, como símbolo de rompimiento y de formalismo, de Venezuela y Amauta (1926-1930), de Perú, entre otros muchos órganos de difusión relevantes. Esa comunión de actitud y de espíritu que une a los intelectuales latinoamericanos en estos años ofrece, a la vez, una fisonomía unitaria y diferenciada, y estas revistas son expresión de un nuevo espacio literario que pudiéramos denominar supranacional, que forma parte de todo un sistema en cada uno de los países en que el vanguardismo surge por esos años.
Seguramente los jóvenes habaneros, o los camagüeyanos o los matanceros identificados con los tiempos que corrían hubieran suscrito con entusiasmo los términos en que se expresaban los jóvenes caraqueños que inauguran válvula con estas palabras de presentación:
Sabemos que la rancia tradición ha de cerrar contra nosotros, y para el caso ya esgrime una de estas palabras suyas tan pegajosas. Nihil novum sub sole. Como luchadores honrados nos gusta conceder ventaja al enemigo; aceptamos a priori que no se haya nada nuevo, en el sentido escolástico del vocablo, pero en cambio, y quién se atreverá a negarlo, hay mucha cosa virgen que la luz del sol no ha alumbrado aún. ¡Queda en pie la posibilidad del hallazgo!
A encontrar lo inexplorado, a descubrir nuevos horizontes, a superar enfoques limitantes, se convocaron los jóvenes de la vanguardia literaria cubana y del resto del continente. Por ello Antenas. Revista del Tiempo Nuevo, desaparecida hacia marzo de 1929, se inscribe, por derecho propio, en las nuevas circunstancias locales y continentales como hija de su propio tiempo.
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