Mi amistad con Antón Arrufat empezó a consolidarse en un punto indeterminable del tiempo y el espacio, quizás luego de la publicación de mi novela Fake. Hacía poco le habían concedido el Premio Nacional de Literatura. Creo que hay dos o tres años entre un hecho y el otro, un puente de diálogos llenos de interpolaciones, agudezas y estocadas, que por lo general resonaban en el mezzanine del Palacio del Segundo Cabo, donde antes radicaba el Instituto Cubano del Libro. Antón llegaba allí los jueves por la mañana, si no recuerdo mal, y como ambos estábamos enfrascados en asuntos ligados a la edición, en una época donde la penuria no era escandalosa, coincidíamos en el patio, o en el pasillo, o en la oficina de Berardo Rodríguez, nuestro amigo común. Fue allí, también, donde un día, otro jueves, Antón me regaló inesperadamente la edición ligera (así la llamo) de La caja está cerrada, que es la que entonces ya contenía el texto completo de la novela, con una dedicatoria donde habla del tiempo y los laberintos disfrutable de la simpatía. Poco después, cuando leí el libro, me invitó a hablar de él en el Hotel Inglaterra. De entonces a hoy han transcurrido unos 15 o 16 años.
El presentador de un libro no está exento de pasar por diversos aprietos, pero creo que uno de los peores es cuando el libro se transforma en un interlocutor que nos invita, sin prodigarse, a una suerte de mansión llena de recámaras. Uno sabe que le es dado pernoctar en cualquiera de ellas, pues el anfitrión cumple al pie de la letra con las leyes de la hospitalidad. Pero ocurre que esas estancias, esas alcobas, le muestranal invitado variantes muy disímiles de la suntuosidad y el ingenio, variantes persuasivas y hasta discretas, y ahí el visitante no sabe cómo obrar, ni siquiera si tiene la suerte de encontrar la médula, o los ejes, o las esencias de dichos espacios.
Lo diré de entrada: El convidado del juicio es un libro extraordinario y envidiable. Lo primero iré argumentándolo a medida que lea estas palabras, lo segundo se explica en un hecho simple y tal vez candoroso que ustedes entenderán de inmediato: a mí me gustaría, un día, escribir ensayos como lo hace Antón. Es decir, con mis palabras, pero con la fuerza cautelosa y seductora de las suyas.
A propósito de la persuasión, que es al cabo de lo que estoy hablando, una de las cosas más sorprendentes de esterepertorio de ensayos (aparejados y prologados por Cristhian Frías) es la conjunción e interpenetración de algunos en otros, la mirada sobre un mismo asunto que de pronto cambia su punto de vista y nos lo ofrece bajo otra luz. Cuando este fenómeno se repite, un efecto raro se crea en la lectura, como si, además de un ensayo (y cuando digo ensayo no estoy tan seguro de que sean, exclusivamente, ensayos literarios), estuviésemos leyendo una ficción, una evocación en las fronteras de lo novelesco, un recuento donde ciertos hechos (en lo fundamental, del mundo del sentimiento y del mundo del espíritu) quedan bajo un asedio continuo para que permanezcan en esa extraña duración (durar, perdurar) que es la memoria.
Para que ustedes tengan una idea, El convidado del juicio está dividido en tres conjuntos. El primero abarca un grupo de temas, personajes, escritores y problemáticas de la literatura cubana en el siglo XIX y los años de la República. El segundo está dominado casi exclusivamente por una época (los años 60 del siglo XX), de enorme y consabida riqueza cultural, donde se percibe, en la mirada crítica, no sólo la necesidad de ver claro para fijar en claro, sino también la naturalidad de distinguir, con energía, el yo propio del yo de los otros. En el tercer conjunto resaltan la contemporaneidad, la inmediatez literaria y cultural, las preocupaciones literarias de siempre. La contemporaneidad no como asunto de etapas y tiempos, sino más bien como decisión crucial de la sensibilidad, cuando ya las fechas importan muy poco y todo se aproxima —en sincronismos en los que intervienen la simpatía estética, la amistad literaria, la vecindad generacional, la coincidencia de los gustos— al primer plano de la mente y las ideas: los poetas cubanos de los 90, Lezama Lima y sus huellas, las memorias de Raúl Martínez, la legibilidad hoy de Barbey D ’Aurevilly, las ficciones de Virgilio Piñera, las sonatas irrepetibles de Valle-Inclán, la personalidad literaria de Sergio Pitol y otros. Imagino esto como agujeros de gusano capaces de comunicar épocas, literaturas, sensibilidades, poéticas y credos artísticos dispares.
Es un verdadero acierto que tal haya sido el ordenamiento de estas casi 400 páginas. Además, hay que decir algo que me parece perentorio: ninguna de estas exploraciones —por muy distantes que se hallen los personajes, las obras, las obsesiones, los sucesos, los temas, y los problemas estéticos de que se ocupan— queda en el examen sabio, en el escrutar detallado y hasta vital. Si así fuera, quizás bastaría, pero no le bastaría a Antón, porque él, además, acerca lo lejano, familiariza lo aparentemente extraño, hace entrañable lo distante, incorpora en su habla, su lengua y su piel todo aquello que arroja su sombra, o su luminosidad, sobre el presente, sobre lo más inmediato, y hasta sobre el incierto futuro, si se trata de irradiaciones que no han terminado de cumplir su cometido y que, por esa razón, no se extinguen. Y sabe que el hallazgo y la exposición de los hechos, sean los que sean, no es más que una modalidad inferior de la verdad, por lo menos en el caso de un hombre como él, capaz de escribir esa novela, La caja está cerrada, o un relato tan inquietante como «El envés de la trama», o los ensayos «Dulce María Loynaz: la otra mitad en la sombra», «Las virtudes del habla», «Los 60 en la Rampa», «Mi amistad con el perseguidor», el «Regreso del hijo pródigo», o el conmovedor «Una vuelta en Nash», saturado de revelaciones —de la intrahistoria literaria al carácter o la personalidad de un modo de ver la literatura y la existencia. Hay otros que también prefiero, pero no quiero agobiarlos a ustedes con una lista. Además, todos se encuentran aquí, en El convidado del juicio.
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Leer también Antón Arrufat, el juicio que convida (segunda parte)
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