Aunque ha ganado más de una decena de premios internacionales, el narrador Antonio Carballo (Holguín, Mayarí, 1954) es, paradójicamente, un gran desconocido para los lectores cubanos.
Residente en La Habana desde muy joven, poco antes de cumplir los cincuenta años tuvo la osadía de echar a un lado, sorpresivamente, «al afanoso especialista económico del Ministerio del Azúcar» que había sido a lo largo de su vida, para dedicarse a escribir, a tiempo completo, relatos y novelas.
Sorprendiendo a quienes calificaban su decisión como una locura, ha tenido un éxito detrás de otro, ganando los certámenes internacionales Manuel Llano (2004), Mario Lacruz (2006), Ciudad de Jumilla (2007), Jara Carrillo (2004 y 2011), Miguel Artigas (2014), Alfonso Martínez-Mena (2015) y Ciudad de Pupiales (2017), entre otros.
Con tres libros publicados en España, y varios inéditos, Carballo lamenta se le haya hecho tortuoso incorporar toda su obra al sistema editorial de la Isla, aunque recientemente se le han presentado algunas oportunidades. De estas buenas noticias, y sobre detalles de su quehacer, comenta a Cubaliteraria en esta entrevista.
En aquel cuento de Bolaño, «Sensini», el protagonista, un escritor argentino radicado en España, es llamado por su esposa «cazador de cabelleras», relacionando con la fiereza de los guerreros indígenas su lidia en concursos, en los que, como tú, alcanzó más de una decena de premios. ¿Cuán acertada es esta metáfora? ¿A qué atribuyes tus triunfos en estos certámenes, de gran participación, como en el Pupiales, donde enviaron más de dos mil autores de todo el mundo?
Compleja pregunta. Yo creo que haber comenzado a escribir casi a los cincuenta años, proviniendo de un mundo tan distinto al literario, explica muchas cosas de mi hacer. Cuando comprendí que podía escribir con una determinada calidad, fue como el llevado y traído niño con juguete nuevo, en muy poco tiempo tenía más de cincuenta relatos terminados, sin orden ni concierto alguno, una locura irrepetible que produjo mucha chatarra pero también me dio oficio y perspectiva. Por diversos motivos me hallaba en casa sin trabajo, algo desorientado después de una vida laboral de mucha carretera y noches en hoteles de provincia. Sentía una gran necesidad de publicar para refrendar mi abandono de la profesión de economista, y los concursos estaban ahí como una enorme diana a la que dispararle sin remordimientos. Sabes que se concursa de forma anónima y por lo tanto no hay que temerle a la mirada desaprobadora de un editor, o triunfas o sigues de largo acumulando derrotas invisibles. Porque si bien es verdad que he ganado unos cuantos premios, son muchísimos más los que perdí. Dadas esas condiciones, le tomé el gusto a concursar. Adicionalmente, afirmo que me ha acompañado la suerte y soy consciente de que es un tema polémico; sin embargo, cuando hay varios grupos de preselección decidiendo entre miles de obras cuál avanza y cuál se queda en el camino, y logras avanzar y luego seducir a un jurado de personas con diversos gustos y formación cultural, el factor suerte es decisivo.
Por otra parte, hay que cuidar de que el deseo de triunfar no te juegue una trastada y termines escribiendo lo que no querías o como no querías. Después de algún que otro ataque de vanidad o autocomplacencia me apunto a lo que una vez dijera ese gran artista que es Pedro Luis Ferrer: «el éxito es cuando uno cree que lo ha hecho bien». En mi caso pocas veces. Es obvio que no soy ni seré nunca un «literato», y no lo digo peyorativamente, puesto que profeso enorme respeto a todos los que se dedican en cuerpo y alma a alguna profesión y son grandes conocedores de sus secretos. En lo que a mí respecta, puedo dejar de escribir y dedicarme a otra cosa alternativamente, tengo muchas aficiones e intereses y a menudo me embarga la sensación de que ya puse en blanco y negro todo lo que valía la pena para mí, incluyendo los textos inéditos, desde luego.
A pesar de tus éxitos internacionales eras un inédito en Cuba hasta hace poco…
No estar incorporado al panorama editorial es una anomalía. Nadie mejor que los propios compatriotas para comprender, opinar y retroalimentar al autor. Por otra parte, es descorazonador no poder regalar un libro propio a un amigo o a alguien que te ha leído ocasionalmente y te pregunta cómo puede comprar un libro tuyo.
Los premios son muy bonitos y nutritivos, recompensan el esfuerzo solitario ante el teclado, pero la mayor alegría, el más grande elogio que he recibido provino de un viejo compañero de la universidad que leyó mi libro de relatos Miserias escogidas (Pretextos, 2005). Me felicitó y me confesó lo que más lo había impresionado: mientras leía, tuvo la sensación de estar hablando conmigo, de que yo le contaba una historia. Y esto dicho por alguien que te conoce, pero con quien hace varios años no tienes roce, es para mí una gran satisfacción, y supongo que para cualquier escritor: significa que eres reconocible, que no hay nada falso o forzado en lo que haces.
No sé qué decir sobre las causas por las cuales toda mi obra no ha salido antes en Cuba. Habría que preguntarle a quienes son responsables de esta anomalía. En un principio consideré que espontáneamente mis textos premiados se publicarían aquí, de manera natural. Con el tiempo, y como diría el inefable Yoss, más bien parece prevalecer el razonamiento contrario: ¿si ya publicaste en el extranjero para qué publicarte en Cuba? Ejemplifico: La tenista rusa (Ayuntamiento de Jumilla, 2008; Ediciones Unión, 2017) salió en Cuba, pero demoró casi diez años desde que la entregué. En 2017 mi cuento «Nómadas» ganó el certamen colombiano Ciudad de Pupiales, convocado por la Fundación Gabriel García Márquez. Sin embargo, solo hace muy poco vino a publicarse aquí, y esto por la atenta revista Matanzas (no. 3, 2019). Por cierto, el caso de Ediciones Matanzas ha sido muy alentador para mí; además de sacar «Nómadas» en su revista, recibió hace poco mi novela Adiós, camarada (Funambulista, 2007), y ya está lista para impresión, aunque esperando mejores circunstancias que faciliten su publicación.
Economista, siempre desempeñando cargos de dirección en el sector azucarero, sin una «formación» literaria, quizás sin pensar que te harías escritor, ¿cómo casi a los 50 años tomaste este camino?
Creo que siempre, en forma quizás un tanto imprecisa, alenté la idea de ser escritor. Es cierto que carezco de formación literaria y que nunca puse un pie en un taller ni asistí a curso ni conferencia alguna. Pero he tenido los libros. Son mis grandes compañeros en este viaje. Leo desde niño. De todo. Con el tiempo llegaron a mí García Márquez, Cortázar, Hemingway, Kundera, Carpentier, Luis Landero, Palahniuk… Desde sus páginas he sentido la fuerza de la literatura. Un gran libro, leído en el momento oportuno, puede cambiar tu manera de ver el mundo.
Mis primeros intentos literarios datan de 1991, cuando, resultado del hastío durante una larga convalecencia por hepatitis, salió algún que otro relato que me parecía suficientemente bueno para ser leído por otras personas, incluyendo el embrión de Adiós, camaradas. Tres años después, a instancia de un buen amigo, envié al concurso de La Gaceta de Cuba uno de esos cuentos, «Decapitar al pájaro», y quedó finalista…
Pero ya yo estaba de nuevo en los avatares de mi profesión y el impulso de escribir fue relegado hasta 2003, cuando atravesaba una adversa circunstancia personal, todo el día en casa al cuidado de mi anciana madre, muy delicada de salud y un tanto senil. Creo que para no enloquecer yo mismo, retomé la escritura. En un principio, como el que no quiere las cosas, unos folios hoy, otros, pasado mañana, hasta que le fui cogiendo el gusto, era un acto de exorcismo. Luego el recuerdo de mi logro en La Gaceta… hizo que probara suerte en concursos de España, donde, con la llamada suerte del principiante, empecé a ganar. Eso me hizo replantearme la vida.
Has comentado que Adiós, camaradas —que fue en verdad tu primera novela, aunque es la segunda que se publicará en Cuba— la escribiste a partir de un cuento «constreñido»…
María José Gómez Guillén, una gran amiga española, correctora altruista de mis textos, me hizo ver que había metido en unas pocas páginas, a la cañona, lo que en realidad debía ser una novela. Intentar una novela me resultaba poco menos que imposible. Me comían el cerebro los prejuicios, los estereotipos, sobre todo el de haber empezado tarde, con mi edad… Y la carencia de formación literaria. Sin embargo, nada más comenzar a trasmutar el cuento hacia ese otro género, todo me resultó tan fascinante y divertido que en apenas dos meses concluí la primera versión. Creo que ese estado de ánimo, ese goce, lo perciben los lectores.
Entre esta novela y La tenista rusa tengo otra, inédita. Fueron meses y largas noches de desvelo. Entre cuatrocientas y quinientas páginas. Me parecía mentira haberla hecho. Se me ocurrió pesarla, ¡dos kilogramos!, como si fuese una compra del agro; quizás los cables de la economía se me cruzaron en el cerebro con los de la literatura, pero a fin de cuentas supongo que no era más que la perplejidad ante aquello que había logrado.
Adiós, camaradas, de la que el reconocido escritor Luis Lorente habla entusiasmado, aborda el tema «soviético», con el cual, según algunos de tus amigos, entre ellos el propio Lorente, la «tienes tomada»…
Yo tengo la experiencia de mirar atrás y juzgar de manera distinta eventos que en su momento me afectaron a mí o a los que me rodeaban y sobre los que no tuve duda en su día. Es difícil de imaginar un suceso tan traumático como la disolución de la URSS para un país como Cuba.
Me tocó estar unos dos meses en Unión Soviética, en un posgrado, cuando la perestroika se hallaba en su apogeo. La mayor parte del tiempo la pasé en Kíev, esa hermosa ciudad desde hace poco convulsionada por complejos avatares políticos. En ella uno puede maravillarse con las increíbles catedrales de cúpulas bañadas en oro o con el Museo de las Miniaturas; aún más en las catatumbas, donde unas cuantas momias se ríen incorruptas por los años. Pero lo que deja una huella para siempre en cualquier visitante con un mínimo de sensibilidad es el Museo de la Gran Guerra Patria. Observar allí los diminutos zapatos de un niño de pocos años de edad unidos por una horrible cadena, por poner un ejemplo, es algo espeluznante que jamás se borra de la cabeza y que a menudo nos hace reconocer, al analizar la actualidad, lo dolorosamente corta que es la memoria de los humanos.
Pues bien, estando allí, donde creo terminó de fraguarse en mi mente el argumento de Adiós, camaradas, se tenía la sensación de que ese pueblo, que ya había dado un golpe de timón a la Historia en 1917, disponía de la fabulosa oportunidad de volver a hacerlo, sentando las bases de una sociedad tan igualitaria como próspera y transparente. Los acontecimientos se les fueron de las manos a quienes habían diseñado el cambio, creo yo que por pusilanimidad a la hora de establecer sus límites. Pienso que de ese fiasco, que a nosotros nos dejó colgando de la brocha según reza el dicho popular, surgió mi manía de someterlos a escrutinio y crítica desde la ficción.
Otra línea temática persiste en tus páginas: Cuba y su contexto, aunque tratado peculiarmente…
Mis historias cubanas tratan de respetar un principio, me enfoco en cosas que nos suceden a nosotros pero que también son susceptibles de ocurrir en cualquier latitud. Creo que tantos años de escasez y confrontación política sin tregua tienden a polarizar la visión nacional de algunas cosas. Supongo que absolutamente todas las realidades de este mundo padecen un grado importante de frustración y no me gusta tomar la nuestra y mostrarla desde un punto de vista puramente negativo; por más que yo mismo sufra lo mío o sienta malestar por la multitud de temas que observo desde el análisis crítico, prefiero que en la canasta de un relato o novela el lector encuentre todo tipo de visiones, si es posible dotándolas de un sesgo humorístico. El humor ha sido la catarsis infaltable en los cubanos, reírse de uno mismo es un ejercicio muy saludable. En gran parte debe ser el resultado de la personalidad de cada cual y no de un propósito excesivamente definido, no sé. Te pongo ejemplo: escribí un cuento, «Faquires», en estado inflamable por la unión de una serie de peripecias negativas en la vida cotidiana. Quería pintar un tipo carcomido por la frustración y la rabia, un hombre con dolor de muelas que debe ir al dentista pero antes necesita cumplir varios encargos de su mujer y todo se le va dificultando hasta el punto que cuando llega al dentista, Aguas de La Habana ha interrumpido el servicio por un arreglo y no lo pueden atender; de regreso le cae un tremendo aguacero y ya en su edificio le recuerdan que ese día le toca vigilar el motor del agua. Una odisea en toda regla, pero finalmente yo terminé de escribirlo riéndome, riéndome de buena gana del tipo del relato y de mí mismo.
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Soy lector de primera fila del entrevistado. Ha sido para mí un privilegio descubrir el espléndido mundo que entre letras, comas, espacios en blanco y otros diminutos caracteres ha sabido crear un excelente escritor que un día se creyó economista
Un excelente escritor y una excelente persona.
Me ha encantado el estilo y las formas literarias del escritor Antonio Carballo. Además de su estilo impecable es capaz de hacer que sus novelas pasen del thriller al humor de forma magistral y casi imperceptible.
La tenista rusa y adiós camaradas se leen de corrido y apena cuando se acaban.
Antonio Carballo es muy leido en España, las novelas y cuentos que con motivo de los premios se han publicado. Tiene ustedes mucha suerte de contar con un escritor de su altura.