El general Antonio Maceo fue de los primeros en alzarse en armas por la independencia de Cuba en 1868. Los miembros de su familia, que tenían la condición social de campesinos, negros, libertos, lo acompañaron en esta decisión revolucionaria. Fue su madre, Mariana Grajales, la que en ese crucial momento lo hizo prometer ante una cruz de Cristo, que daría todo de sí por la causa de la independencia de Cuba.
La Protesta de Baraguá fue el episodio que demostró la voluntad de los cubanos de no cejar en el propósito de conquistar la independencia y libertad de los esclavos. Los protestantes, jefes y tropas al mando de Antonio Maceo, dieron respuesta digna a los arreglos y componendas fomentados por la Cámara de Representantes de la República en Armas la que, a través del Comité del Centro, firmó con España el Pacto del Zanjón. Desde nuestra perspectiva rebatimos la tesis histórica de que el alto mando español, conducido por el general Arsenio Martínez Campos, había tenido éxito en su campaña de desgaste militar y moral contra todos los insurrectos cubanos. Los partes militares de las fuerzas coloniales reconocen que desde el punto de vista táctico las campañas conducidas por el general español no habían tenido el éxito esperado. Lo que sucedió fue que una buena parte de sus tropas se concentró en hostigar al batallón mambí «Jacinto» que en Camagüey acompañaba a los representantes de la República de Cuba en armas. Fue así que los españoles lograron sembrar el desaliento en esa tropa sometida a una persecución y azote constante.
Los éxitos combativos que en esos momentos conquistaban las demás tropas insurrectas, en particular los de Antonio Maceo en la provincia de Oriente, demostraron que la contienda se podía prolongar a pesar de los problemas de regionalismo y falta de pertrechos existentes. La Protesta de Baraguá se produjo en rechazo al plan de pacificación de Martínez Campos el cual había logrado que el Comité del Centro firmase la paz sin haber consultado a los principales jefes mambises, toda vez que dicho Comité abolió el «Decreto Spotorno» que condenaba al fusilamiento a aquellos que acordaran una avenencia con España sin independencia para Cuba. Maceo salvó la dignidad de los cubanos que se sintieron ignorados por esa rendición inconsulta.
La nueva jefatura de la guerra, conducida por los generales Antonio Maceo y Vicente García, procuró reagrupar a los jefes insurrectos que en distintas regiones se habían opuesto al Pacto del Zanjón así como a otros que habían depuesto las armas asumiendo que obedecían a un acuerdo del pueblo de Cuba representado en la República en Armas. Los insurgentes inconformes hicieron todos los esfuerzos por congregar a todos los patriotas pero cuando las hostilidades se reiniciaron muchas tropas mambisas se habían disuelto y no se pudo contar con ellas.
Ante esa difícil situación, poco después de reiniciarse los combates, la junta de generales de Baraguá adoptó la difícil decisión de enviar al exilio al general Antonio Maceo para evitar fuera apresado o muerto el hombre que simbolizaba la dignidad de los cubanos. Esta nueva jefatura convenció a Maceo para que, con el prestigio ganado, lograse preparar suficientes expediciones que permitieran la continuación de las operaciones militares. El poco tiempo con que contaba y otras dificultades no posibilitaron el éxito de esta empresa y las campañas militares del mambisado concluyeron por razones objetivas pero no por claudicación ni traición. No se pudo revertir el daño causado a partir de la entrega de las armas acordada por la Cámara de Representantes.
La Protesta de Baraguá, si bien no pudo concretar la continuación inmediata de la contienda hasta lograr la independencia, dejó bien definida la postura político-ideológica de la nueva dirección de origen popular que la condujo. El proyecto independentista del 68 se pospuso aunque poco tiempo después se inició una nueva contienda de liberación conocida como la Guerra Chiquita la que no pudo prosperar por diversas razones. No obstante, los revolucionarios cubanos no se dieron por vencidos y continuaron su disputa por la independencia hasta que el 24 de febrero de 1895 estalló una nueva gesta libertaria.
José Martí, delegado del Partido Revolucionario Cubano, cuando hizo una valoración de esos hechos, sentenció que en el Zanjón «habíamos dejado caer la espada» y, cuando reflexionaba sobre el final de la guerra del 68, escribió que tenía ante sus ojos el documento más hermoso de la historia de Cuba: la Protesta de Baraguá.
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