Como deseo de conocer y de expresarnos, la poesía también depende de la concepción del mundo, incluso dentro de su «pureza» expresiva, de su en sí, de la cualidad metapoética, del inmanentismo creativo. La poesía más oscura y el lenguaje menos dado a la directa intelección, responden a la vida en sociedad, no es posible hacer la poesía de los extraterrestres que no sabemos siquiera cómo sean (existir, los habrá en el profundo cosmos). Mientras no descifremos sus códigos, ella es poesía en potencia, el potens de lo creado. Pero es inevitable ver, admitir el inmanentismo de un cuerpo lírico, de un poema, y no buscar demasiado fuera de él su expresión lírica, pues la búsqueda externa puede ser biográfica (autor), histórica (de la sociedad y del proceso literario) y otras, pero el estudio o al menos el goce estético de un texto lírico depende de él mismo.
Existen tantos modos de aprensión poética del mundo como seres humanos, pero quizás podemos centrarnos en tres maneras básicas de sus discernimientos: lo emotivo, lo sensorial y lo intelectivo. Claro que ellas no aparecen en estado puro, sino mezcladas, al grado de que un mismo poeta puede incorporar dos o las tres maneras compositivas en su texto, según su personal interés expresivo o incluso la percepción estética (concepto de la poesía, poética) que adopte.
La emoción es quizás la aprehensión básica o más «elemental» de la poesía. La poesía emotiva canta desde los impulsos emocionales, que pueden ser amor, odio, celos, envidia, rencor, afecto… La más común es la amorosa, ya sea desde el Eros (amor erótico) o desde la filía (amor filial y amistoso). Gran poeta emotivo, Gustavo Adolfo Bécquer escribió sobre el amor feliz o desdichado, venido desde la tradición hispánica que alcanzó real fuerza en la poesía desde el siglo xv en adelante, pasando por los Cancioneros y el Siglo de Oro y desde allí hasta nuestros días.
El canto de las emociones puede hacer del poeta un autor muy popular, sobre todo si, apelando a los sentimientos primordiales del ser humano, introduce ciertas «fórmulas» llamémosles «melodramáticas» en sus versos. La poesía emotiva es abundante. Dice Johannes Pfeiffer; «…la única actitud auténtica ante el arte es y será siempre una participación sentimental y emotiva; aunque, claro está, todo depende de que mi sentimiento sea acertado o desacertado, y que mi emoción se justifique o no; hay que lograr ante todo la pureza del sentimiento» (La poesía. Hacia la comprensión de lo poético, traducción de Margit Frenk Alatorre, Fondo de Cultura Económica, México D. F. Décima reimpresión, 2018, págs. 13-14). Citaré varias veces a Pfeiffer, sus criterios sobre poesía son sin duda muy atractivos. La «pureza» de que nos habla es para él la prudente distancia con el esteticismo paralizante o el diletantismo facilista. Ya es más difícil su propuesta de que como lectores nos convirtamos en «sencillos e ingenuos» para leer poesía. La poesía emotiva acompaña a la especie humana desde que descubrió cómo es de poético el mundo y cómo expresarlo en palabras. Suele ser duradera, porque toca el alma misma, el ser en sus emociones y dice directamente la belleza de los sentimientos.
La sensorialidad podría ser una escala más refinada en la aprehensión poética del mundo. La poesía sensorial suele ser también muy popular y claro que tiene su base en la aprehensión del mundo desde los cinco sentidos. Gran poeta sensorial: vista, tacto, oído, olfato y gusto, de los que, siempre siguiendo a Federico García Lorca, el poeta debe ser «maestro». Según leemos en su ensayo «La imagen poética de don Luis de Góngora», en Conferencias: «Un poeta tiene que ser profesor en los cinco sentidos corporales. Los cinco sentidos corporales, en este orden: vista, tacto, oído, olfato y gusto. Para poder ser dueño de las más bellas imágenes tiene que abrir puertas de comunicación en todos ellos y con mucha frecuencia ha de superponer sus sensaciones y aun de disfrazar sus naturalezas». Pero véase lo mismo o parecido en José Lezama Lima, en su Primer diario (1939-1949): «Los sentidos del oído y de la vista son los llamados sentidos estéticos (Plotino de Alejandría). // Los sentidos químicos son los del gusto, olor, táctil y sentido para diferenciar el calor y el frío (sentido térmico)». Ver Diarios. (1939-1949 / 2956-1958), Ediciones Unión, La Habana, 2001. Compilación y Notas de Ciro Bianchi Ross, pág. 79.
La reina de los sentidos es la vista y ella eleva al poeta desde las emociones más elementales, para otorgarle el develamiento de otra dimensión del ser, otra de las plenitudes del homo sensitibus. Desde lo que se ve en la materialidad circundante o a veces en lo que el creador imagina ver. La presencia de los cinco sentidos puede presentarse en el goce sensual de la vida, de modo que un poema contendría a los cinco o estará consagrado a uno de ellos; es más frecuente el poema visual, paisajista, descriptivo, pero los poetas suelen hacer juegos muy sonoros con las palabras mismas (recuérdese el «Nocturno» del colombiano José Asunción Silva); son menos frecuentes los poemas olfativos, pero los táctiles pueden apreciarse sobre todo en la poesía erótica.
La poesía intelectiva resulta más compleja en cuanto a la aprehensión del mundo, más esteticista y cerebral. Es propia del homo cogitans, dada a la reflexión filosófica, metafísica, metapoética… Su grado de intelectualización la convierte en menos popular que las otras aprehensiones poéticas (emotiva y sensorial) de la realidad y del ser en ella.
La poesía intelectiva suele tener dosis de ontología o de gnoseología e incluso referirse sólo al acto poético. El poeta suele ser entonces también un pensador, un poeta-filósofo, como se advierte en la trilogía que forman los españoles Miguel de Unamuno, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, tan diferentes entre sí. En este rango podemos encontrar incluso filósofos-poetas, como lo fuera Nietzsche. El poeta intelectivo llegaría tal vez a lo oscuro y barroco (como los muy diversos Góngora y Lezama Lima), o a la diafanidad conceptual, no menos barroca (como Quevedo, Paz, Borges…), o al misticismo y la metapoesía (san Juan, fray Luis de León y los poetas llamados «puros»). Lo barroco no es una condicionante de la poesía intelectiva; ella puede pasar del extremo enigma, como las Profecías de Nostradamus, al juego purista del cubano Mariano Brull, inventor de un tipo de palabra en sí para la poesía: la jitanjáfora. Los procesos de la poesía intelectiva son tan complejos como la propia intelección humana.
Ya dentro del poema (llamémosle con propiedad así, no poesía, que es el nombre del género: dígase mejor leer un poema y no leer una poesía), el poeta y el lector deben tener en cuenta el contenido (semántica, lo que las palabras en su conjunto dicen, expresan, enuncian o formulan); sigue al campo contenidista el ritmo que se logra al decantar esa conjunción semántica, las palabras, sus fonemas constitutivos, las cláusulas, la acentuación prosódica y rítmica, envueltos en una forma (estructura del texto y elección versal, e implica el melos, o sea, movimiento y sonido de las palabras). Hace bien saber que Horacio prefería: «…seguir con los dedos y el oído / la cadencia de un verso verdadero», en Arte poética, Ediciones Tácita Ltda., 2011, Versión de Juan Cristóbal Romero, pág. 38.
Y hay que tener en cuenta la vibración, más o menos lo que Joannes Pfeiffer llama «temple de ánimo», en la pág. 27 de la obra citada, y también en pág. 22, donde agrega: «…cada palabra posee, en virtud de su altura y color acústico, un determinado halo efectivo». Esto es lo que la lectura deja en el receptor, que tiene que ver con las diversas connotaciones de las palabras, el sentido que le ofrece el poeta según su disposición de ánimo y la simpatía (o no) de lectura propia del entusiasmo del receptor. Un poema dice, connota, se acompasa y vibra.
La subjetividad es esencial en el hecho poético, cualquiera que él sea. Frente a una pieza escultórica materialmente definible, vemos los rasgos característicos del escultor, pues no es lo mismo una pieza de Cellini que otra de Ghiberti, Bernini, Rodin o Brancusi. La palabra puede ser la misma, como el mármol, pero el uso de las combinaciones de palabras (frases, oraciones, estrofas, párrafos) pasan por el artista que es el poeta. El que expresa la poesía lírica de manera oral o escrita, debe captarla, idearla, conformarla en palabras, ofrecerle el aliento personal que hasta los románticos llamamos «inspiración». Dijo Horacio en Arte poética: «No creo en el ingenio sin cultivo / ni en el estudio sin inspiración». Es una suerte de iluminación que se transfiere a un texto. El texto tiene sus propias «leyes» expresivas, su lógica poética, y es a él a lo que se refiere la inmensa mayoría de las exégesis, de los estudios de todo tipo.
La subjetividad resulta condición sine qua non de la labor creativa, no solo para el creador, también para el receptor que recibe el texto desde la oralidad (lo escucha) o la lectura. Y ¿cómo explicamos o intervenimos en la subjetividad? Ese componente diferencia a la poesía, a la creación literaria, de los textos sobre ciencia, filosofía y otros, incluso a la lírica de la épica o del arte teatral, cuya subjetividad puede estar atenuada en relación con la superior que entraña el lirismo.
Un poeta trabaja también con la sugerencia, con las diversidades de connotaciones de la palabra, con la palabra misma. La poesía se hace con palabras, con sentimientos, con los cinco sentidos agudizados, con ideas. No olvidemos esta idea de William Epson: «…una palabra puede tener varios significados; varios significados relacionados entre sí; varios significados que se necesitan entre sí para completar su significado; o varios significados que se unen para que la palabra signifique una relación o un proceso. Esta escala sigue sin fin». (Siete clases de ambigüedad, Fondo de Cultura Económica, México D. F., 2006). Es bueno recordar lo que expresó a Northon Frye sobre esta materia: «…el significado de un poema es literalmente su forma o integridad como estructura verbal».
Todo ello se cumple asimismo para el receptor, que «traduce» o transforma al texto según sus peculiares receptividad, experiencia vital, sensibilidad, cultura (artística y de información general), educación (instrucción o dependencia de una tradición), ánimo y afinidad con el autor. Ni siquiera estos «postulados» terminan de definir al hecho de concepción, escritura y recepción del hecho poético. Los terrenos de la creación, la subjetividad, el trabajo (misión, faena, labor, oficio, praxis) y el resultado (en este caso el texto, el poema, el libro de poemas) son inmensos y no abarcables en el absoluto, en la totalidad genésica, genérica, en su presencia en la vida inteligente y racional. Toda definición y toda explicación de la poesía ofrecen resultados parciales. La máxima erudición puede ser la especialización más detenida en la praxis escritural y en la concepción textual, pero ahí no se acaba el hecho poético, ni el género literario llamado poesía.
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