
La Habana; apuntes históricos, de Emilio Roig de Leuchsenring, es, en su edición de 1963-64, el libro que el cronista ha leído y manoseado más. Cuando, siendo estudiante de bachillerato, empecé a interesarme por La Habana Vieja, los Apuntes fueron la guía que me abría el camino. Hacía, a partir de ellos, una lista de aquellos lugares que me interesaba conocer, tres o cuatro cada vez, y los sábados por la tarde me lanzaba a la aventura de visitarlos. Recuerdo la Plaza Vieja con su parqueo subterráneo y la casona del Conde de Jaruco convertida en una casa de vecindad que ponía espanto en el ánimo más templado. Eran también solares la residencia de Joaquín Gómez (Hotel Florida) y el palacio del Marqués de Arcos, considerada el más perfecto tipo de casa colonial habanera.
Resultó emocionante saberme frente al Gran Hotel Inglaterra, en la Acera del Louvre, y en la Quinta de los Molinos, residencia de verano de los Capitanes Generales. Me deslumbró el palacio de los Capitanes Generales y accedí en dos o tres ocasiones al palacio de Lombillo, con intenciones de ver a Roig en persona, lo que nunca conseguí. En todos esos sitios los Apuntes de Roig me ayudaban a ver y explicarme mejor lo que fue aquello que tenía ante los ojos. Y qué decir de la ayuda que todavía me prestan en mi trabajo como periodista.
Aquella edición en tres volúmenes de hace ya más de sesenta años, que todavía conservo, se fue deteriorando, se desencuadernó, las páginas desprendidas de uno de los tomos fueron a meterse en alguno de los otros dos y llegó el momento en que no resultaba nada fácil la consulta de la obra. Siempre me pregunté el por qué Eusebio Leal, devoto y continuador de Roig, no acometía una nueva edición o, al menos, la reimpresión del preciado título. Se trata de un proyecto que Leal parece haber tenido siempre en mente y que en sus últimos años de vida insistió en poner de nuevo en circulación la obra de su maestro, propósito que Ediciones Boloña hizo realidad.
Se trata de una edición –la tercera– anotada y notablemente aumentada, que agrupa los tres volúmenes originales en uno solo de casi 750 páginas ilustradas y con tapas duras, un papel que da gusto acariciar y cuya cubierta reproduce el grabado «Morro y entrada del puerto de La Habana», publicado en el álbum Viaje pintoresco alrededor de la Isla de Cuba (1847-1849) de Federico Mialhe. Piezas de ese importante artista, y de otros grabadores se insertan en abundancia en la obra que se enriquece con las fotografías de Julio Larramendi, Alexis Rodríguez y Néstor Martí. La edición estuvo al cuidado de Marjorie Pelegrín; el diseño es de Gretel Ruiz-Calderón y las notas son de Yamira Rodríguez. Cada tomo se complementa con un pliego de imágenes contemporáneas que ilustran la labor de restauración integral que ha beneficiado el centro histórico de La Habana, que Roig, una y otra vez, llama “casco”. El prólogo, estupendo, es de Michael González. Vale aclarar que Roig trabajó en la actualización de su libro, empeño que recoge esta edición.
Vehemencia y agresividad
Raimundo Lazo destacó la vehemencia con la que Roig defendía sus tesis y la agresividad de sus planteamientos, que apoyaba siempre en un inmenso cúmulo de datos. José María Chacón y Calvo advertía una variedad inagotable en su obra periodística. Se inició en la letra impresa como escritor de costumbres; incursionó después en los estudios jurídicos en materia de derecho internacional para devenir historiador especializado en el proceso de las guerras cubanas por la independencia, las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, la Enmienda Platt, el antimperialismo de José Martí y, sobre todo, el estudio y la evocación del pasado de la ciudad de La Habana, de la que fue historiador oficial durante muchos años. Misión suya, en esta línea, es la Oficina del Historiador de la Ciudad, “una de esas creaciones afortunadas, de vigencia y actividad constantes, que han conquistado lugar propio y han realizado obra de verdadera utilidad, gracias al espíritu de independencia y respeto que para ella logró su creador”, afirmaba Félix Lizaso. Como su predecesor y maestro lo reconocía Eusebio Leal, un maestro sin cuya vida y obra, aseveraba Leal, las suyas hubieran sido imposibles.
El autor de Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos, entre otros muchos títulos medulares, nació en esta ciudad el 23 de agosto de 1889. También en agosto -8 de agosto de 1964- ocurrió su fallecimiento. En igual mes se inició en la letra impresa pues el 4 de agosto de 1912 aparecía en la revista habanera El Fígaro su artículo «¿Se puede vivir en La Habana sin un centavo?», con el que obtuvo el primer premio en el concurso humorístico convocado por esa publicación.
No queda fuera en el recuento de la obra de Roig sus Cuadernos de Historia Habanera, reditados asimismo por Boloña y el voluminoso epistolario del hombre que hizo célebre el seudónimo de El Curioso Parlanchín.
Sucede que el 23 de agosto de 1969, el mismo dia en que Roig hubiese cumplido 80 años de edad, su compañera María Benítez -26 años más joven- puso en manos de Eusebio Leal el epistolario del desaparecido historiador. Se trataba de 14 000 cartas, 9 000 remitidas a Roig y 5 000 de su autoría. Una selección de esas misivas apareció hasta ahora, también con el sello de Boloña, en tres volúmenes de gran formato. Ellas ponen de relieve no solo al intelectual que fue, sino al hombre, sencillo y humilde, capaz de responder a cuantos le escribieron.
Un libro útil
De gran utilidad para investigadores y especialistas es La Habana; apuntes históricos, de Emilio Roig. Lo es también para toda persona interesada en el devenir de la ciudad. Un libro que ha sido fundamental en la obra de preservación del Centro Histórico, que muestra la coherencia y el rigor que ha caracterizado el desempeño de la Oficina en la defensa y conservación de la identidad, de monumentos y edificaciones fundamentales del patrimonio habanero y cubano.
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