Cuatro historias con raigal inserción en el fabulario cubano ilustran esta entrega. Son bien conocidas, pero a partir de su lectura lo serán más. En cada una prevalece la nota de humor criollo, el guiño para que la sonrisa aflore y el lector tenga ante sí un capítulo del anecdotario que per secula seculorum nutre el catauro de las historias escuchadas en el hogar una y otra vez.
Como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando
La popular frase ««quedar como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando» no nació en Cuba sino que llegó de Morón de la Frontera, en Sevilla, Andalucía, y data de finales del siglo XVI. Todo ocurrió así.
Un día, un funcionario dispuesto a apaciguar los ánimos de la población, llegó y jactanciosamente aseguró: «¡Aquí no hay más gallo que yo!».
Algunos vecinos que lo escucharon cruzaron miradas y sonrieron para sus adentros. Y muy poco después, un grupo de «desconocidos», amparados en la noche, lo agarró por los calzones, se los bajó y le aplicó una tunda histórica. El arrogante quedó humillado, y lo que es peor, la burla de que fue objeto aquel funcionario se convirtió en verso y canción:
Anda que te vas quedando
como el gallo de Morón:
sin plumas y cacareando
en la mejor ocasión.
Aquel gallo, emblemático de la justicia de una localidad, mereció un monumento de los vecinos.
Después, los españoles vinieron a Cuba con su anécdota y al fundar un nuevo Morón en la actual provincia de Ciego de Ávila, nuestros moronenses adoptaron y criollizaron la frase. De ahí que hoy día el gallo de Morón posea doble nacionalidad, aunque un mismo significado: estar en las últimas, en el ridículo, y aún así pavoneándose… o más bien cacareando.
El gallo tuvo su representación corpórea en un monumento inaugurado el 11 de septiembre de 1955, acto al cual asistió el presidente de la República, entonces Fulgencio Batista, por lo que la ceremonia adquirió una connotación política que la población no vio con beneplácito.
Después del triunfo de la Revolución, un oficial del Ejército Rebelde que evidentemente tomó el rábano por las hojas, la emprendió contra el monumento al gallo, y junto a otros «trasnochados» lo retiró de su lugar y colocó en la vía pública. Una manifestación popular lo recoló en su sitio y el lleva y trae continuó.
Analizadas nuevamente las cosas, con una visión correcta acerca de la significación del símbolo, en marzo de 1981 se aprobó la creación de una comisión encargada de reponer al gallo de Morón, que finalmente regresó a su pedestal, esculpido por la insigne artista Rita Longa.
El burro Perico: la mascota más querida de una ciudad
Si la literatura para niños de habla española tiene en Platero, creado por la pluma de Juan Ramón Jiménez, a su más celebrado burrito, la ciudad de Santa Clara, en el centro de la Isla, tiene en el burro Perico a la más querida, popular y simpática de sus mascotas.
El caso es singular, porque si en el lenguaje coloquial los términos burro y asno se utilizan con matiz peyorativo para denotar la escasa inteligencia de un individuo, el burro Perico demostró poseer capacidades, mañas y ocurrencias que revelaban en él una inteligencia inusual para los de su especie. Perico tiene además el privilegio de aparecer en la Enciclopedia Cubana en la Red (Ecured), una prueba más de que no se trató de un burro cualquiera.
Es la suya una historia que trasciende el medio siglo, pues el animal murió el 27 de febrero de 1947, pese a lo cual su recuerdo perdura, tanto que la ciudad le erigió un monumento, Perico es hoy parte de la leyenda, y el anecdotario en torno a su comportamiento aún recorre las calles de Santa Clara.
Durante muchos años, Perico prestó servicios como animal de tiro, siempre algo inadaptado a tales funciones y desobediente, mas con el tiempo entre su dueño, Bienvenido Pérez (Lea), y él se trenzó una gran compenetración. De modo que ya «jubilado» y bien atendido, Perico decidió continuar sus recorridos habituales, solo, pausado, muy dócilmente, para convertirse así en un noble andariego de la ciudad. En tanto La Habana tenía y respetaba a su Caballero de París, Santa Clara tenía y adoraba a su burro Perico.
Se asegura que en cierta ocasión estuvo preso por invadir los jardines del céntrico Parque Vidal, que tomó por delicioso pasto. Entonces el alcalde ordenó su detención, si bien tuvo que acceder a su liberación porque el estudiantado y la población se lo exigieron y ello podía comprometerle los votos electorales.
En otra ocasión, un policía bisoño pretendió ahuyentarlo de las calles y como el burro no comprendiera ni le hiciera caso, sino que al contrario insistiera en su derecho a utilizar la vía, provocó un simpático altercado en el que finalmente el policía fue advertido de las prerrogativas de Perico y el gendarme se excusó.
Ningún otro burro en la historia de Cuba ha recibido los honores póstumos de Perico. Tampoco ninguno otro caló tan hondo en el afecto de la ciudadanía. Para quienes no lo conocieron, que son cada vez más, quedan las anécdotas y el monumento en que descuellan sus grandes orejas que le consagró su ciudad.
El burro de Mayabe, que toma cerveza pero no se embriaga
Mayabe, un punto perdido en la geografía nororiental de la provincia de Holguín, debe su inclusión en la memoria ciudadana a dos elementos que lo singularizan: la cerveza que lleva su nombre y el burro Pancho, gran atracción del motel enclavado en este lugar. En cuanto a la cerveza, ligera, refrescante y sabrosa, lo mejor es probarla. Acerca del burro dedicaremos algunos apuntes, porque su celebridad es tal que se le cita entre los animales más populares del anecdotario cubano.
Pancho, tan real como Perico, el burro que hizo historia en Santa Clara, tuvo una característica que lo singularizó: la de tomador de cerveza (Mayabe, por supuesto), sin llegar a embriagarse nunca.
Las cantidades de cerveza que Pancho y su descendiente Panchito han dejado correr por su gaznate son incalculables. Y aunque ello no sea muy loable, resulta difícil de evitar pues es parte del espectáculo que muchos —en especial los pequeños— quieren presenciar y sus padres filmar, para después, ya en la casa distante, recordar las travesuras del burrito y compartirlas con los amigos y familiares entre los recuerdos que perduran para siempre.
El perrito chino y una canción infantil
El perro chino en Cuba se ve cada vez menos. Le sucede igual que a la población asiática de un barrio del que con gran esfuerzo se conservan las tradiciones. Antiguamente el perrito chino era un morador más de este barrio centrohabanero. Aunque la verdad es que el animalito estaba desperdigado por todo el archipiélago. Su imagen llena de gracia atraía la bondad de los vecinos. Y en cuanto a popularidad, tal vez ninguna raza lo superara.
De su antigua raza solo quedaban los rasgos, sumamente resistentes a los muchos cruzamientos callejeros y sin control. Pero linaje, al perro chino ya no le quedaba ninguno. Sato al fin, noble por excelencia y convertido en omnívoro por necesidad, el perrito chino es una de las estampas más frescas de una Habana antigua que perdura principalmente en los barrios, donde aún es frecuente encontrar al perro chino deambulando por los vertederos, merodeando entre los almacenes cuyos olores activan el infalible olfato de un perro chino a la espera de la mano que acaricie su lomo desnudo.
Una canción infantil de autor olvidado, o desconocido, familiar a varias generaciones de padres y de niños, dice así:
Cuando salí de La Habana
de nadie me despedí,
solo de un perrito chino
que venía tras de mí.
El perro, como era chino,
un señor me lo compró
por un poco de dinero
y unas botas de charol.
Las botas se me rompieron,
el dinero se acabó.
¡Ay!, perrito de mi vida.
¡Ay!, perrito de mi amor.
Letra conmovedora la de la canción, enseña al pequeño a identificar los valores permanentes y descartar lo superfluo, de existencia efímera y escasa significación para la vida.
Fotos del gallo de Morón y el burro Perico tomadas de Ecured
Foto del burro de Mayabe tomada de Excelencias Cuba
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