Conocer directamente a un poeta puede resultar una buena plataforma de interpretación de su obra, pero realmente una entrega poética puede ser interpretada productivamente sin haber conocido nunca a su autor. Hay en la poesía genuina un vertimiento tan profundo que rebasa a los accidentes biográficos. Es una comunicación que espera una sintonía, y hasta que esa sintonía no se produzca —pueden haber siglos por el medio— la comunicación no ofrece su estremecida médula. Pero para el ojo analítico, capaz de habitar vivencias ajenas, inmerso por ósmosis en la sensibilidad oculta de una época o de un escenario humano, hay indudables ventajas en el conocimiento directo del autor. Solo que esas ventajas existen realmente cuando el oído posee el entrenamiento suficiente para captar las formas de los contenidos, o los contenidos de las formas, pues estas dos categorías, separadas por el pensamiento crítico, en realidad constituyen una única esencia fluida, tal como sucede en el terreno de la física con el entendimiento del espacio-tiempo. Es la termodinámica de la expresión lírica, cuyo calor de viva emocionalidad funde plásticamente la representación del mundo interior.
Es bueno, como queda dicho, el conocimiento directo, pero es mucho mejor, porque solo tiene como modo de realización la locomoción empática por el paisaje de la obra, la entrada participante en el cosmos establecido por una subjetividad, el respeto amoroso de la inteligencia verdadera, que se levanta del viaje hermenéutico con la generosidad más alta del espíritu: la convivencia estética, que implica la solidaridad ética. Es un modo absolutamente distinto de leer, y con esa postura, que es más de conciencia que de educación, se consigue arrebatarle a lo inefable considerables porciones de comprensión. Con ello ganan la justicia y la belleza una batalla simultánea: el rico fenómeno de la cocreación que toda poesía legítima parece suscitar en el alma de las personas dignas. La poesía, como cúspide antropológica, crece y se resguarda en esos enlaces, ya sean directos o diferidos.
UNA EXISTENCIA EN UN RELATO MÍTICO
La poesía de Roberto Friol es una de las entregas líricas más complejas de los últimos tiempos en Cuba. Posee una indudable dificultad para los oídos romos que abundan hoy en la lectura de la poesía: no habla con estridencia, no despliega ningún ánimo de epatar o agredir, no usa las energías subsidiarias de la transgresión, en la que se apoyan tanto los poetas que aman la fama rápida, el éxito público. El poeta parece dirigirse a algún oscuro destinatario con una compleja sencillez y un tono de susurro lento, sin premuras discursivas, con emisiones llenas de blancos y detenciones que se toman su tiempo en la comunicación y que pueden hasta separarse por soplos enumerados: poesía de tal carácter corre un peligro enorme, el de que la mayoría de los que se acercan a ella no pueda sopesar adecuadamente su grandeza interior, su magnificencia secreta. Pero cuando un oído fino y un corazón atento, entrenados en la detección de lo sublime que no quiere aparentarlo, entran en contacto con universo tan trabajado y profundo, comprenden de pronto que se encuentran ante un texto singular, de una humilde sabiduría. La poesía de Roberto Friol es un retrato sugerido, un escorzo del alma, sujeta a la circunstancia disolvente, al deterioro del tiempo y a la inasible extensión del espacio. Es una biblia implosiva, cuyo martirologio interior es realmente difícil de descifrar, pero cuando a uno se le aglutinan sus destellos dispersos genera una solidaridad melancólica, que es uno de los secretos comunicativos de la poesía verdadera. ¿Qué más se le puede pedir a un texto lírico para conceptuarlo como un triunfo estético, si ya tiene conseguido ser una expresión válida de lo humano? Con frecuencia adjudicamos valor cuando un texto puede adscribirse al estilo de escribir que amamos, pero esta actitud mutila e impide el verdadero consorcio de lo poético, que consiste en que el autor y el lector, a través del poema, alcancen una iluminación órfica de sus mundos interiores. Un poema bueno sintoniza mundos interiores. Los poemas de Roberto Friol se encuentran en la frontera de varias tendencias líricas: no les interesa militar despóticamente en ninguna secta artística, sino ser vibrantes expedientes de un testigo, de alguien que se ve obligado a relatar —esto es lo que se llama vocación—aquello que ha visto dentro de sí.
Roberto Friol (La Habana, 3. 4. 1928-Íd., 1. 6. 2010). Premio Nacional de Literatura 1998. Algunos de sus libros de poesía son: Alción al fuego, UNEAC, La Habana, 1968; Turbión, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1988; Gorgoneión, Ediciones UNIÓN, La Habana, 1991; Tres, Ediciones UNIÓN, La Habana, 1993; Tramontana, Ediciones UNIÓN, La Habana, 1997; Zodiakos, colección Premio Nacional de Literatura, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1999.
LA PROFUNDA ESPONTANEIDAD DE LA POESÍA
La poesía de Margarita Lozano Parrilla se vierte en la página como una sacudida que adquiere fluidez al ser leída. Nace de súbito, enhebrando lo que sucede en torno, y adquiere resonancias de otras aventuras expresivas, de otras circunstancias anteriores a su destino, o bien se borda con el vapor de lo que vendrá, de lo que se ensueña cuando el lápiz va dejando salir las líneas de la soledad. Se está solo con frecuencia, a veces en medio de la más tumultuosa compañía, y uno se detiene a palabrear con uno mismo, enterado ya de los episodios que cuenta la cultura y de los enigmas que nos trae el diario vivir. En muchas ocasiones todo el relato de la poesía no es más que una crónica de la compleja convivencia. El poema cuenta ese examen que le hacemos al destino, y que el destino nos envía como una intuición de la extraña madeja. Pero la poesía es un buen imán, benéfico, que orienta y cura, y deja a ver a los otros el senderillo por donde sube el espíritu hacia la nube más alta. También esto es divino, y es una de las cosas sacras que tiene su ejercicio, pues a través de ella pasamos nuestra mano por la mano de Dios. En esa caricia íntima que nos permite, al menos un segundo, adquiere sentido nuestra vida, y todo queda listo para empezar de nuevo la ruda faena de la existencia. La poesía de Margarita Lozano Parrilla está hecha de esos contactos, de carácter tremendo, en los que uno junta lo real y lo deseado en un solo haz de palabras.
Margarita Lozano Parrilla (La Habana, Cuba, 1985). Poeta, narradora y crítica. Licenciada en Comunicación Social. Textos suyos han aparecido en la revista Descants, de Canadá, y Amnios, de Cuba. Mención del Premio Nosside Caribe 2004.
COMPONER LA ÍNTIMA RELACIÓN HUMANA
Es una marca estilística de la poesía regional agramontina, más allá del esmero en el uso del castellano de que son depositarios proverbiales, la fina imaginación compositiva. Siempre, de alguna manera, sus productos líricos son ricos en el diseño interior, en la fantasía para disponer sus mensajes. Aunque escriben, como en todas partes, textos de una sola linealidad constructiva, siempre tienen en su conjunto creador piezas que implican un montaje, por muy esbozado que sea, en el que una elegante teatralidad oculta gobierna el movimiento expresivo. Es el caso también, como buen agramontino que es, de la poesía de Alejandro González, que se caracteriza por una callada ambición estructural. Sus libros se arman y rearman, disponiéndose escénicamente, y en algunos de ellos se alcanza una bella puesta en página, que es, indudablemente, una dramaturgia sonora del asunto. Todo gesto profundamente romántico exhibe, como en la mejor poesía cubana de todos los tiempos, un sustrato de índole clásica, que crea una extraña resonancia total en la dicción. En esas búsquedas, no apriorísticas, sino inmanentes a los contenidos que se sueñan expresar, la poesía de Alejandro González encauza con éxito la complejidad psicológica del sujeto lírico, y revela aspectos sustanciales de nuestro mundo de hoy, en términos de relación humana.
Alejandro González Bermúdez (Camagüey, 27 de noviembre de 1964). Poeta, promotor, editor. Ha obtenido varios reconocimientos provinciales y nacionales. Libros publicados: Como un delfín después de la acrobacia (poesía), Ácana, 1997; Fábulas del tiempo y la memoria (poesía), Ediciones Holguín, Holguín, 2000; Confesiones del espejo (poesía), Ediciones Ávila, Ciego de Ávila, 2000; Toda la verdad del tiempo (poesía), Ácana, 2001; la selección Poesía camagüeyana, Ácana, 2003; Cuadernos del Escriba (poesía), Ediciones Santiago, Santiago de Cuba, 2005; el volumen de testimonio Cerca del cerco, Ácana, 2010, en coautoría con Rubén Montero Hernández y el cuaderno La pasada niebla (poesía), Ácana, 2015. Promociona actividades, peñas y acciones diversas de la vida literaria de la provincia.
VIDA Y MUERTE EN EL MISMO TEMBLOR LÍRICO
La poesía de Raúl Doblado del Rosario es una de las aventuras líricas más interesantes de las surgidas en los años setenta en Cuba. Tiene todos los ingredientes característicos de la época, pero le suma una vibración única, que convierte su expresión en un testimonio y una profecía de su contexto y su propio destino. La autenticidad de su palabra es incuestionable, y el temblor profundo de su experiencia humana, jubilosa y triste, reflexiva y sensual, se respira hondo en sus piezas líricas, escritas con una dramática transparencia. El «nosotros» de su momento histórico, tan saturador de lo escrito entonces, no se convierte en sus versos en estereotipo o vacuo emblema, sino que adquiere una carnalidad en que el amor y la muerte se funden para el tránsito al porvenir. Instante llegará en que, liberadas ya de todo prejuicio las fuerzas de análisis, se entrará también en la espesa creación de aquel período para ver y alzar lo que expresó con dignidad artística y humana. Indudablemente, entre lo más cernido, se encontrarán algunas piezas erigidas por la sensibilidad de Raúl Doblado. Pero donde tendrá sitio inalienable es en dos áreas que la promoción a que perteneció recuperó para la poesía cubana desde lo hondo de las provincias: la vida rural donde transcurrieron sus orígenes, con todo su dolor, complejidad y esperanza; y el ejercicio de la poesía como una intuición estremecida del paso hacia la muerte. En ambos aspectos, con una sencillez tremenda, escribió líneas escalofriantes, de una desnudez y verdad rotundas. Podía pasar del himno comedido a la elegía lacónica, de la febrilidad a la nostalgia del amor, del paisaje que tanto amaba y al que regresaba como Anteo para cobrar nueva fuerza, a la angustia de lo que se marchaba ya destruido en el horizonte por la irracionalidad humana. Su poesía crecía hacia lo élego, aunque no dejó de cantar jamás, hasta el último instante, la nutrición y celebración del amor.
Raúl Doblado del Rosario (Ciego de Ávila, 1946-La Habana, 1986). Poeta, promotor, narrador. Fundador, junto a su hermano Ibrahím Doblado, también poeta, promotor y narrador, del movimiento literario institucional en la región de Ciego de Ávila a principios de los años setenta. Antologado en diversas muestras de poesía en Cuba y en el exterior. Recibió numerosos premios por su creación. En 1975 se trasladó a trabajar a La Habana como asesor literario. Un año antes de morir vio publicada su colección lírica Casa del viento. Una selección de su obra realizada y prologada por Carmen Hernández Peña, con igual título de su cuaderno édito, fue publicada por Ediciones Ávila en el 2007. Perteneció a la tendencia lírica conocida por poesía de la tierra.
(Párraga, enero del 2021)
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