La poesía artística tiene una capacidad combinatoria muy alta. No solo dentro del poema, sino también en sus contextos culturales. ¿Qué es un poema si no es una pieza producida en un lugar y una fecha por un sujeto de creación? Pero a la vez un poema genuino, aunque conserve coordenadas específicas, se levanta y flota sobre las circunstancias, en viaje inconcluso hacia el porvenir.
Salta, y adquiere en los entornos sucesivos nuevas emisiones imprevisibles. Nadie puede vaticinar todo lo que puede pronunciar un poema en las más disímiles ambientaciones. Se puede prefigurar mentalmente su capacidad de irradiación, por los niveles de apertura asociativa o de ambigüedad simbólica. Pero jamás delinear en lo más estricto su facultad total de diálogo y participación.
El crítico de poesía, sin embargo, siempre aventura un horizonte. Es su deber como museólogo y oráculo. Preserva, e intuye; escarda, y sopla hacia todos los cuadrantes; deslinda, y aglomera en medio del relumbre. El crítico de poesía ve a la luz como la veía Goethe, poeta y analista: como un prodigioso y cambiante grado de la oscuridad. Toda la luz existe como un infinito lenguaje de la oscuridad.
UN FORJADOR DE EXPLORACIONES CONTINUAS
La poesía de Agustín Acosta posee una singularidad indudable, y es una de las más significativas del siglo xx en Cuba. Su obra ha conocido períodos de auge y olvido, según la marea de los intereses literarios y extraliterarios, que tanto vapulean nuestro patrimonio lírico; pero siempre se salva, y reaparece incólume y victoriosa, en la justa medida de su hermosura y grandeza. Quien entra en su creación con honradez y simpatía se asombra del número de poemas de alta perfección que alcanzó a realizar, y de la nobleza y música de su estilo, que conservó hasta los finales de su prolongada existencia creadora. Otros llevaron a mejor cota muchos de sus temas, o adensaron y cristalizaron con mayor éxito sus exploraciones, pero lo que la poesía cubana de la primera mitad del siglo le debe aún está por esclarecer y reconocer con la debida justicia. Para ello se necesita una crítica que genere sus métodos analíticos a partir de sus propios objetos a valorar, y que no acarree tanta posición apriorística desde los predios estéticos e ideológicos que le son ajenos, o aplique acercamientos que fueron elaborados para entender y justipreciar piezas creadas en otros contextos y sensibilidades. Aún no sabemos qué hacer con la justicia dentro de lo poético estricto. Agustín Acosta nos ha dejado una obra que debe ser revisitada, por su incuestionable belleza interior y su extraordinaria factura artística.
Agustín Acosta (Matanzas, 12. 11. 1886-Miami, EE. UU., 11. 3. 1979). Uno de los grandes poetas del siglo xx cubano. Sus principales libros de poesía publicados son, entre otros: Ala, Jesús Montero, La Habana, 1915; segunda edición, Ediciones de la Organización Nacional de Bibliotecas Ambulantes y Populares, La Habana, 1958; Hermanita, Imprenta El Siglo xx, La Habana, 1923; La zafra. Poema de combate, Minerva, La Habana, 1926; Los camellos distantes, Imprenta de Molina y Cía, La Habana, 1936; Últimos instantes, La Verónica, La Habana, 1941; Las islas desoladas, Imprenta F. Verdugo, La Habana, 1943; Caminos de hierro, Ágora, La Habana, 1963; El Apóstol y su isla, Academia Nacional de Ciencias de México y Asociación de Escritores Americanos, Estados Unidos, 1975 (edición artesanal sin sello y sin fecha); Trigo de luna, Editora Horizonte de América, Santo Domingo (edición artesanal sin fecha).
DESDE LA MÁS ÍNTIMA VIVENCIA CREADORA
La poesía de Madeline Pedroza Lombana es de estirpe romántica. Aún no ha muerto el romanticismo —entendido no como sentimentalidad amorosa, sino como actitud de creación—; pero se ha transformado poderosamente bajo el curso ya secular de los vanguardismos y sus rectificaciones sucesivas. Así que debajo de las expresiones comunes, que se inclinan hacia lo cotidiano, o de las cerradas elaboraciones simbólicas, que quieren trascender lo inmediato, aparece con suma frecuencia entre nosotros una subjetividad trabajando a todo vapor, estableciendo rudas asimetrías con el mundo, edificadas desde el oscuro y divino légamo de los deseos, cuya presencia el ojo zahorí capta en mucho poema circulante. También en Madeline Pedroza el romanticismo bueno, que no es el histórico, de escuela, si no el tipológico, el que representa una manera de encarar la vivencia creadora, se encuentra vivo y avanzando a grandes trancos de expresión, a veces cuajadamente, y en otras saltando imaginativamente contra las palabras. Mujer bella, de alta sensibilidad, amante de lo natural y refinado a la vez, sus poemas comunican estos atributos y energías. El lector siente el ejercicio de su sangre por encima de los términos empleados, y contacta directamente el calor vivo de su mundo interior.
Madeline Pedroza Lombana (Manacas, Villa Clara, Cuba, 1964). Radica en Cienfuegos desde 1983. Ha obtenido premios en poesía y cuento. Obtuvo el Primer Premio en el Concurso Nacional de Poesía Regino Pedroso 2006 y Segundo Premio de Poesía Erótica Farraluque 2011. Textos suyos aparecen en las antologías poéticas Viajando al Sur, Editorial Mecenas, Cienfuegos, 2006; 150 vivencias y 150 autores, del Premio Orola, España, 2010 y Aguas varias, Editorial Extramuros, La Habana; también en periódicos, revistas culturales y literarias nacionales, y en la revista Fábula de La Rioja, España, así como en páginas digitales. Tiene publicado el libro de poesía Cristales rotos al anochecer, Editorial Mecenas, Cienfuegos, 2007 y El baúl de los duendes y los chicherekúes, 2011.
POESÍA COTIDIANA Y SIMBÓLICA
La poesía de Alfredo Ruiz Fleitas nace de la tierra misma, como un brote espontáneo que busca su respiración bajo el sol. Las palabras acuden a sus manos desde el follaje denso de la vida, tan cotidiana, como ya escribió Laforgue. Y al caer en sus palmas hacendosas y honradas se transfiguran para cantar lo que sucede, lo que no logra entenderse del todo, lo que establece en las venas el ardor de la existencia. Echa andar el fuego de la palabra, que va sonando por el aire de modo levantisco, y el poeta se siente devorado por cuanto dice. Las ensenadas de las rimas atorbellinan su pensamiento, y alcanzan en la marcha musical ciertas revelaciones relampagueantes, sombras que vienen de nuevo a cubrir los ojos. Es el arte primigenio de la poesía, el pugilato de Jacob en lo oscuro del sueño. Un impulso erótico ofrece sonido a la carne, y el espíritu grita en la tempestad. De todas estas sustancias y ademanes está hecha la poesía de Alfredo Ruiz Fleitas, quien en el Ariguanabo floreciente cuida, como el oficiante de un templo verde, el recuerdo evangélico de José Martí.
Alfredo Ruiz Fleitas (La Habana, 1974). Poeta. Ha obtenido varios premios en décima y poesía infantil en encuentros-debates de talleres literarios municipales y provinciales, así como en décima escrita e ilustrada en Jornadas Cucalambeanas. Premio en concurso provincial Juan Cantalapiedra. Antologado en Yo soy de donde hay un río, selección de poetas ariguanabenses. Publica con frecuencia en periódicos y sitios digitales.
EL ZARCILLO EN EL HORIZONTE
La poesía de Cleva Solís viene de la orgullosa humildad del zarcillo que siendo enteramente vegetal se sabe de oro divino: tiene la naturalidad de la espiral, de la escala que sube de la arcilla a la nube con la fluidez sencilla del misterio. Como ama lo trascendente, y lo ama desde la verdad y la gracia, no se aparta jamás de su individualidad llena de sentido, pues lo óptimo se encuentra en cada partícula de destino. De la inflorescencia al silencio de la nave, del episodio aglutinado a la distancia que se reconoce, de lo dramático a lo angustioso ya reposado, su ojo interior capta el reino profundo del espíritu y lo testimonia con palabra precisa de bruma esculpida, de niebla asentada sobre pulcros bajíos. Su origenismo es de tierra adentro, adentro de la tierra original suena su címbalo, vibra como una tabla cerámica perfectamente quemada. Su simbolismo posee una rara compulsión, que arrastra al lector por escenas escorzadas donde se dirimen elevadísimos asuntos de lo humano, y se le siente descender hasta encontrar las nueces alumbradas del dolor. Feijosiana y lezamiana, entra, como mujer al fin, en espacios llenos de sustancias dramáticas, donde sobran todas las orlas y arcos voltaicos que pudieran tener sus modelos, y toca las facciones de Dios con dedos estremecidos. La poesía de Cleva Solís es una estación singular de nuestra poesía que no ha recibido todo el interés que se merece por la calidad comunicativa de su vivencia interior.
Cleva Solís (Cienfuegos, Las Villas, 14. 8. 1926-La Habana, 1997). En 1929 se trasladó con su familia a La Habana, donde cursó la primera enseñanza y el bachillerato. Fue correctora de pruebas del Diario de Sesiones del Senado (1950-1959). Siguió la carrera publicitaria en la Universidad Masónica José Martí (1951-1955). Cursó estudios de biblioteconomía en la Sociedad Económica de Amigos del País (1957-1959) y en la Universidad de La Habana (1960). Después pasó a la Biblioteca Nacional, donde trabajó en el departamento de selección de libros y en el departamento metódico. Colaboró en Orígenes, Lunes de Revolución, Islas. Algunos de sus poemarios son: Vigilia, Úcar, García, La Habana, 1956; A nadie espera el tiempo, Imprenta Nacional de Cuba, La Habana, 1961; Las mágicas distancias, Imprenta Nacional de Cuba, La Habana, 1961.
(Párraga, enero del 2021)
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