El «patriota entero», como calificara Martí a Cirilo Villaverde, se regodeó en el habla popular.
Hace ciento cuarenta y cuatro años, ve la luz la gran novela del siglo XIX cubano. Claro está: hablo de Cecilia Valdés, donde Cirilo Villaverde nos entrega, como en un fresco, el palpitar de nuestro país en esa centuria.
Cuando muere Villaverde, Martí le entona un cántico emocionado donde lo califica como «patriota entero y escritor útil» y «el anciano que dio a Cuba su sangre, nunca arrepentida, y una inolvidable novela».
Agrega El Homagno que su castellano lucía «como un río nuestro sosegado y puro, con centelleos de luz tranquila de entre el ramaje de los árboles».
Y sépase que aquel novelista, dominador del idioma no despreció voces y giros típicos de la patria que tanto amó, quizás oídos ya en su Vuelta Abajo natal.
Villaverde, cubano hasta la médula
En Cecilia Valdés, el lenguaje será un protagonista de primera magnitud. En la novela se dice, por ejemplo, que está aplatanado el extranjero que adopta nuestras costumbres. Y se nombra curros a los andaluces.
El narrador nos habla de los niños que juegan con papalotes en el placer de Peñalver, dándole al término el significado cubanísimo de «solar yermo en área urbana». El pinareño también menciona las poninas, colectas efectuadas para un fin común y festivo.
Ya estaba hirviendo el ajiaco en que cristaliza, día a día, nuestra nacionalidad, que incluye una manera muy especial en el decir, pues, como después expresó el académico Manuel Alvar, «el hablar del cubano es dulce como el guarapo, y picante como el ají guaguau».
Cecilia, una sinfonía de cubanismos
En Cecilia Valdés, una pequeña porción de terreno labrantío será un paño de tierra, como decimos los nacidos en la Antilla Mayor.
Cierto personaje exclama: «No sé si porque tengo algo de mulato me gustan un puñado las mulatas». Y aquí se hace uso de la muy cubana frase adverbial un puñado, para significar «mucho».
En la novela, pollonas se llaman las gallinas nuevas, que aún no ponen.
No falta la mención de las retretas en la habanera Plaza de Armas, para designar a conciertos que se brindan en parque público, un término desconocido en la Península.
Sí, a más de trece décadas de su edición, quitémonos el sombrero recordando aquella novela que Martí apreció como «triste y deleitosa», y donde la cubanía se afincó también en el idioma.
***
Ver también en nuestro portal: El saber de los de abajo, de Argelio Santiesteban.
Visitas: 19
Deja un comentario